El 26 de enero de 1986 a las 16:38 UTC, 73 segundos después de haber despegado de la plataforma de lanzamiento 39B del Centro espacial John F. Kennedy en la misión STS-51-L, el transbordador espacial Challenger se desintegraba en el aire.
A bordo iban Francis «Dick» Scobee, comandante de la misión; Michael J. Smith, Piloto; Judith Resnik, Ellison Onizuka, y Ronald McNair como especialistas de la misión; Gregory Jarvis, especialista de la carga; y Sharon Christa McAuliffe como especialista de la carga y primer miembro del programa Profesores en el Espacio en volar en una misión espacial.
Al contrario de lo que pudiera parecer por las imágenes que todos hemos visto lo más probable es que los siete sobrevivieran unos segundos o minutos a la desintegración de su nave, y este es probablemente el aspecto más angustioso del desastre si dejamos de lado el que podía haberse evitado.
Porque en realidad el Challenger no explotó sino que lo que sucedió es que el hidrógeno y oxígeno líquido que escaparon del tanque principal se incendiaron formando una enorme bola de fuego a algo más de 15 kilómetros de altura, aunque no hubo ninguna onda de choque ni detonación. Lo que destrozó al transbordador fueron las fuerzas aerodinámicas cuando este se giró de lado contra el sentido de la marcha al quedar suelto del tanque principal.
La cabina se conservó prácticamente intacta y de hecho siguió subiendo por inercia hasta alcanzar casi 22 kilómetros de altura para luego iniciar el descenso hasta el agua, a dónde llegó 2 minutos y 45 segundos después de desintegrarse el Challenger. Todo parece indicar que en el momento del impacto la tripulación seguía viva, aunque no está claro si estaban conscientes o no; lo que sí está claro es que el impacto contra el agua provocó una deceleración de unas 200 veces la fuerza de la gravedad, lo que destruyó la estructura y todo lo que había en su interior.
Tras una larga investigación se determinó que lo que acabó con el Challenger fue el fallo de un anillo de goma que formaba parte de una de las juntas entre secciones de uno de los propulsores de combustible sólido del transbordador. Debido a las bajas temperaturas reinantes durante la noche anterior al despegue la junta había perdido su flexibilidad y se rompió bajo la presión de los gases durante el lanzamiento. Es como si coges un chicle, normalmente flexible, y lo metes en el congelador: se volverá rígido y muy fácil de romper, y esto es exactamente lo que le pasó a aquella junta.
El fallo de la junta dejó escapar un chorro de gases incandescentes que perforaron el tanque de combustible e hicieron que el propulsor se soltara de su soporte posterior; las dos cosas juntas provocaron un empuje lateral que los ordenadores de a bordo intentaron compensar moviendo los motores principales, pero a los pocos segundos el tanque de combustible reventó, haciendo que el Challenger comenzara a volar de lado, lo que llevó a su desintegración.
Lamentablemente el desastre del Challenger dio la razón a algunos ingenieros, que se habían opuesto al lanzamiento porque se habían dado cuenta de que los anillos de goma podían fallar; en su lugar prevaleció la teoría de que si en el pasado eso nunca había sido un problema tampoco tenía porque serlo en este lanzamiento.
La pérdida del Challenger dejó en tierra al resto de los transbordadores espaciales hasta las 11:37 del 29 de septiembre de 1988, cuando el Discovery despegó con cinco tripulantes a bordo en la misión STS-26.
Por su parte, el programa de Profesores en el Espacio fue cancelado, y no sería hasta el 8 de agosto de 2007 cuando Barbara Morgan, la que hubiera sustituido a Christa McAuliffe en caso de que esta no hubiera podido volar por cualquier motivo en el Challenger, siguiera adelante con sus ideales saliendo al espacio como astronauta educador en la misión STS-118.
Fuente: http://www.microsiervos.com/archivo/ciencia/30-anos-desastre-del-challenger.html