Hasta no hace mucho tiempo, a las arqueas se las consideraba como escasas y poco importantes. Sin embargo, cada vez hay más evidencias de que no sólo son abundantes, sino que además ejercen papeles que a menudo no han sido valorados en su justa medida. En definitiva, se ha subestimado la importancia de las arqueas en los ecosistemas del planeta.
En la actualidad, se considera que las arqueas figuran entre las más abundantes formas de vida en la Tierra, y que intervienen de manera decisiva en procesos vitales para los ecosistemas, incluyendo su intervención en el ciclo del nitrógeno. Se sabe también que las arqueas son el principal mecanismo que mantiene al metano marino fuera de la atmósfera.
Las arqueas son consideras como uno de los tres dominios de la vida en la Tierra, junto con las bacterias y los eucariotas (que incluyen a vegetales y animales).
Hasta ahora, se desconocía que algún miembro del dominio de las arqueas fuese parte de una red alimentaria. Por eso, la comunidad científica ignoraba si esta clase de forma de vida podría ser apta como alimento para algún animal.
El equipo de Andrew Thurber, de la Universidad Estatal de Oregón, inicialmente estaba observando las formas de vida en un surtidor del fondo marino frente al litoral de Costa Rica, cuando abrió una roca y encontró gusanos viviendo dentro de las grietas. Los investigadores constataron que los gusanos habían estado alimentándose de arqueas, las cuales, a su vez, consumían metano. Esto se demostró gracias a que se pudo rastrear una forma isotópica del metano desde las arqueas hasta los gusanos.
Además, los investigadores efectuaron experimentos en el laboratorio. Alimentaron a los gusanos con dos tipos de arqueas, y también con bacterias, espinacas o arroz. Los gusanos prosperaron con todas las fuentes de alimentación, creciendo al mismo ritmo. Esto indica que las arqueas son, al menos para esos gusanos, una fuente de alimento tan válida como otras más convencionales.
El hallazgo de que las arqueas son devoradas por animales, añade una vuelta de tuerca al ya complejo ciclo del metano, un potente gas de efecto invernadero, y también abre una nueva vía de investigación.
En el estudio también han trabajado Lisa Levin del Instituto Scripps de Oceanografía de la Universidad de California en San Diego, y Victoria Orphan y Jeffrey Marlow, del Instituto Tecnológico de California.