Comparto una columna que creo que resume bastante bien el estado de la cultura a la hora de ser percibida, comentada y criticada.
Éxitos y fracasos de la ficción
Vivimos en una época de descrédito de la ficción. Las obras narrativas importan más por sus temas que por sus personajes o la habilidad con la que estén hechas. Las leemos y vemos como si fueran un comentario del asunto que está de moda esta semana. Las novelas se justifican por el tema y las películas son relevantes si dan munición en la guerra cultural: ha ocurrido con Érase una vez... en Hollywood, con Mujercitas, con Historia de un matrimonio.
Aunque una de las enseñanzas más duraderas del arte es que cualquier cosa es interesante y reveladora si se observa con atención, y que lo que parece menor puede ser mayor, predomina una lectura basada en el tema y centrada en los aspectos políticos. Para la crítica estadounidense Jessa Crispin esto facilita las cosas: si decidimos que una obra es importante podemos ahorrarnos la tarea más trabajosa de valorar si es buena o mala. El comentario cultural se hace a través de una lente política que permite abroncar a los demás, que es una cosa que siempre da gusto, pero ignora que una buena novela o una buena película tiene un elemento esencial de ambigüedad. Por eso, como decía Italo Calvino, un clásico es un libro que nunca se acaba de leer.
Aplicamos esa lectura chata y farisea a obras y autores del pasado, y a personas de otras épocas. Pico Iyer ha criticado esa tendencia presentista, o cronocentrista, que consiste en utilizar la opinión actual como un criterio sin matices. No podemos ser totalmente relativistas con respecto al pasado, pero tampoco deberíamos considerar que nuestros valores son absolutos o nos vuelven automáticamente superiores. Un poco de autoconciencia nos hace ver lo maleables que somos y la suerte que tenemos por vivir en tiempos tolerantes, esperar que las circunstancias no pongan a prueba nuestro temple moral y saber que las generaciones posteriores juzgarán bárbaras algunas de nuestras costumbres.
Son lecturas oportunistas, literales e inevitablemente empobrecedoras. Esa desconfianza en la ambigüedad de la ficción coexiste paradójicamente con la evidencia de la fuerza que tienen las ficciones en la vida cotidiana y con nuestra obsesión por el relato. Buscamos en series o películas una interpretación de lo que pasa, la metáfora definitiva de la actualidad, y sociedades avanzadas sucumben a mitos nostálgicos e ilusiones de grandeza, porque en el fondo, como decía Eliot, tampoco podemos soportar demasiada realidad.
Destaco este fragmento:
Si decidimos que una obra es importante podemos ahorrarnos la tarea más trabajosa de valorar si es buena o mala. El comentario cultural se hace a través de una lente política que permite abroncar a los demás, que es una cosa que siempre da gusto, pero ignora que una buena novela o una buena película tiene un elemento esencial de ambigüedad.
De todo esto que habla... ¿Os suena? ¿Lo percibís en los posts de Mediavida?