No me esperaba una gran historia, no me esperaba un gran guión. Ni siquiera un giro inesperado de los acontecimientos. He entrado en el cine sabiendo que la película duraría 90 minutos (¡como antaño, cuando los directores sabían contar una historia en poco más de una hora y no en casi tres!). 90 minutos de absoluto placer visual. Y no buscaba más.
Me he quedado embelesado cientos de veces mirando fotos hechas desde la ISS, fotos de astronautas como Don Pettit, con el objetivo siempre apuntando a la Tierra. Sueño con viajar alguna vez al espacio, sentir la ingravidez, darme un paseo flotando por la estación, poder pasarme un par de horas en la Cúpula contemplando nuestro planeta, viendo pasar los continentes bajo de mí.
Cuarón ha conseguido que por 90 minutos me sienta como si estuviera allí arriba: planos de una Tierra cambiante, el Sol recortándose en la atmósfera mientras se pone y las auroras boreales en la noche, el silencio y el vacío. Y dos simples humanos, en la inmensidad del espacio, tan cerca de casa, debajo de ellos, y a la vez tan lejos. Eso es algo que nunca ninguna película, ningún libro, ni mi propia imaginación han conseguido que me sienta en el espacio tan intensamente. Y por eso le agradezco que haya hecho esta película.