Pedro Jota Ramírez se pregunta en Twitter si, con la que está cayendo, la huelga de futbolistas es un insulto a nuestra inteligencia. A bote pronto, hipótesis: ¿Qué ocurriría si los ciudadanos que tributamos a Hacienda, sin régimen especial como los futbolistas, convocáramos una huelga? ¿qué pasaría si los españolitos no se abonaran a ninguna plataforma televisiva, no acudieran a los estadios y no comprararan diarios deportivos? En ese caso ¿seguirian los futbolistas cobrando lo que cobran por trabajar tres horas al día? Son las contraindicaciones de un medicamento nacional, el fútbol, droga dura de nuestro tiempo. Una lectura superficial del caso invita a la indignación, pero esta huelga no va de financiar con erario público la próxima piscina del portero del Real Madrid o de sufragar el flamante deportivo del defensa del Barça, sino todo lo contrario. No obedece a un capricho, sino a un derecho. Al cumplimiento de las obligaciones de los clubes con los futbolistas más modestos, jugadores de Segunda B y Tercera. Gente que lleva meses sin cobrar, que tiene facturas que abonar, que tiene hipoteca y letra de coche, como el resto de los mortales.
Putrefacto hasta el tuétano, el fútbol español arrastra una deuda brutal de 3.000 millones de euros y acumula más de 700 "kilos" de débito con Hacienda, mientras el Gobierno mira hacia otro lado y no se anima a meter el bisturí para seccionar la gangrena. Messi, Cristiano y Forlán no tienen problemas para afrontar una hipoteca (siete, ocho y las que sean) durante el resto de sus vidas, pero el contraste lo ponen un suplente del Binéfar o un titular del Alcoyano. Futbolistas que no cobran por trabajar, que no llegan a final de mes, que no pueden pagar su hipoteca y que acaban haciendo malabares para pagar el colegio de sus hijos. Son víctimas de clubes que tienen impunidad total, porque llevan años sin pagar las cantidades que prometen. Esta huelga de AFE pretende reivindicar al colectivo de los más modestos, afectados por los impagos. Rubiales y compañía no piden que los futbolistas ganen más dinero al año, no. Piden, simplemente, garantías de que esos jugadores van a cobrar. De ahí la propuesta de huelga de goles caídos.
Es más que posible que la huelga no se lleve a cabo y que se termine jugando. Pero toca reflexionar. Hay equipos que llevan años sin pagar a sus jugadores, que existen clubes que incumplen contratos de manera sistemática y que hay presidentes que prometen un sueldo a sus jugadores en Segunda B y que, cuando llega la hora de pagar, se dan el piro a las Bahamas. Ellos se van, pero las deudas no. Más de la mitad de los clubes del fútbol español están inmersos en un concurso de acreedores (suspensión de pagos) y por ese motivo, algunos piden a los futbolistas que entiendan que resulta complicadísimo hacer frente a los pagos de sus fichas, porque esos contratos se firmaron en un periodo de bonanza económica, y que ahora no hay "cash". ¿Cómo acabar con este agujero negro? Descenso automático para clubes morosos, penalizaciones por impagos, derogación de la Ley Concursal y un techo salarial. Son las asignaturas pendientes de un fútbol que vendió su alma al diablo, con las Sociedades Anónimas, y que deambula por la crisis económica como un estercolero gigante.
Este fútbol es un círculo vicioso de poder, trufado de goles y estrellas, donde el peso de la púrpura enmascara su naturaleza de contrastes crueles. Este fútbol ya no es un laberinto de pasiones encontradas y una mezcla de rito, tribu y símbolos, sino que ha mutado en un Estado de Malestar donde unos cobran una barbaridad y otros trabajan sin cobrar; donde los clubes se forran con las televisiones y donde los aficionados son maltratados; donde los clubes gestionan tarde y mal, pero siguen endeudándose hasta las trancas; donde hay paraísos fiscales, dinero negro y comisiones de tratantes de ganado; donde hay campo abonado para especuladores, donde Hacienda no somos todos y donde una mentira, repetida mil veces, se convierte en verdad.
Posdata: El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia. Hizo un tercer gesto y se acabó la guerra. El político hizo un gesto y desapareció el mago.
Rubén Uría / Eurosport