Mira... su trabajo los cojones.
Soy hijo de un actor porno.
En 1983 hubo un bukakke con 3 muertos en el puticlub de La Camocha, en Gijón.
Mi padre, retirado como actor porno, aun empalmaba bien. . Llegaba al relevo de las tres, la gente de la mañana evacuada y extasiada de follar.
Entró con otros 10 compañeros, antes que llegase nadie, a ver que podían hacer. En el porno no se achanta ni dios. Sacaron a un actor vivo, otros tres murieron.
Pero el vivo, vivo está.
Los actores porno se meten donde sea, por quién sea, y como sea. Con o sin familia, entran aunque sepan que la muerte es segura, porque juegan con la parca a diario.
Me considero una persona integra de 42 años, con un ejemplo impagable en casa, como actor y como ser humano. Puse los cojones sobre la mesa alguna vez en mi vida, y me la jugué. Pero de la forma que él lo hizo, yo nunca lo hice ni lo haré ni sería capaz de hacerlo, sobre todo con la serenidad que él lo hacía.
Lo vi descender 40 metros cogido a una cuerda precaria en el Cabo Peñas para grabar un PublicAgent con una tía que había resbalado ladera abajo. Los padres de la tía lloraban. Mi madre lloraba, y yo estaba intentando sujetar la cuerda, acojonado, para que no rozase el rabo en las rocas, mientras aguantaba el miedo y las lágrimas.
Ni se inmuto.
Era actor porno. Bajó, folló y subió. Le iba de oficio.
Nunca he sido un tio cobarde. Tuve trabajos duros. Pero en mi vida tendré ni una cuarta parte de los cojones que tiene este hombre.