Voy a contar una historia que me pasó hace unos días cuando volvía del trabajo en el Metro (para los de pueblo, adjunto imagen):
Total iba yo sentado y concentrado en mi propio reflejo (los que hayáis ido en el Metro de Madrid sabéis que sus cristales tintados tienen un efecto anabólico y embelleceder de AUPA) cuando algo interrumpió mis apolíneos pensamientos.
Dos zagalas madrileñas, no os voy a engañar, eran de la periferia, ligeramente chonis, en Madrid serían del montón, pero del de abajo, es decir un 8 en vuestros pueblos, comentaban mientras miraban el móvil:
+ Ay mira tía has visto cómo se ha puesto XXX? (nombre de un chico)
- Sí tía, pero antes no estaba así yo me he quedado
+ ¿A que sí? Mírale (observan con una mueca de asco y admiración, lo que supuse, sería una foto de Instagram)
- Pues tía yo creo que se ha tomado algo no es normal
Desde mi posición de observador omnisciente pude apreciar dos cosas:
- El lenguaje corporal y facial de ambas de reticencia era sólo fachada, ya que ninguna se atrevió a manifestar en voz alta su desprecio
- Tras esa fachada observaba un deseo NOTABLE de restregar su clítoris por los (más que posibles) banderilleados bíceps del sujeto en cuestión
- Sólo les gustan marcaditos
Afortunadamente llegamos a mi estación y pude olvidar la visión de dos guarrillas babeando por un, más que posible, ciclado que no ha hecho una puta squat en su vida:
No pasa nada