Capítulo II: Llegada y partida.
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Las sombras de las rocas empezaban a alargarse debido al Sol de la mañana, el cual ya se apreciaba en el horizonte tras las blancas montañas. El cielo estaba despejado, el viento había amainado y el frescor matinal se respiraba en el ambiente. Aquel enano con el cuerpo encogido por el frío de la noche se incorporó sobre el suelo. Tras recobrar el sentido por unos segundos apartó su manta y se puso de pie. Decidido a llegar cuanto antes a su destino recogió sus cosas y emprendió la marcha.
Poco tiempo después, trás terminar de atravesar el enorme macizo que delimita el norte de las montañas Danakes, ya se podían observar los escarpados muros de Shinzuglar. Los alrededores de la celebre fortaleza enana que mora en aquellos picos, a pesar de su aspecto desolado, poseían cierto encanto. Un riachuelo de agua helada procedente de aquellas cumbres atravesaba el relativamente estrecho barranco. Allí Athel sació su sed y tras alcanzar su meta se interno en las profundidas de la tierra.
La fortaleza de los barcos brillantes, así llamada por la apariencia de las cimas nevadas sobre el mar de nubes que solía apreciarse al atardecer, era el hogar del rey de los enanos. Hacia años que no visitaba aquel lugar y, aunque le era familiar, no lo recordaba muy bien. Bajo aquella montaña habitaban alrededor de doscientos compatriotas y no sabía bien a quién recurrir. Después de preguntar a uno de los guardias acerca de Erush “Gremio del Rayo” se dirigió a los almacenes.
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Tras descender por las escaleras del primer y segundo nivel encontró a su amigo apilando grandes bloques de microclina. Dos jarras de cerveza y una larga charla siguieron a la efusiva bienvenida que ambos se brindaron. Casualmente era ya hora de almorzar y Goden Asënamud se dirigía al comedor. Cuando pasaba por delante de la taberna las fuertes carcajadas de Erush llamaron su atención. Aquel que estaba sentado a su lado era, sin duda, el armero del que tanto le había hablado.
Cuando Goden entró a la taberna y se acerco a la mesa donde se encontraban aquellos dos enanos alguno de los presentes hizo lo mismo. Mestthos Cattennòm, uno de los herreros de la fortaleza y fabricante de armaduras, ya se había percatado de la presencia de Athel, al cual ya conocía de años atrás. La presencia de su amigo Goden no había hecho sino alimentar su curiosidad. Tras sentarse los cuatro comenzaron a tratar acerca de la tarea que los había reunido allí.
Erush había tomado la palabra, y estaba explicando al recién llegado la situación con la ayuda de su compañero, el futuro líder de la expedición. Debían cruzar las montañas en dirección sur con el objetivo establecer un asentamiento en los Pantanos Coincidentes. Informaciones acerca de la región habían permito establecer un claro perfil de la localización. No sería un lugar fácil de colonizar pero desde luego era la mejor de las opciones que tenían. Al menos un río cercano les permitiría no morir de sed en aquel infierno.
El material para la travesía estaba ya preparado: una carreta equipada con víveres de sobra y un yunque de hierro. Dos yaks, dos perros, dos gatos y dos pavos eran los animales que llevarían consigo. Faltaban tres cosas: tres enanos. Un silencio se hizo en la mesa pues ninguno de ellos conocía a nadie dispuesto a realizar semejante viaje. De pronto uno de los trabajadores de aquella taberna, que en ese momento salía para tomar un descanso y almorzar, reparo en aquel grupo y se acerco.
Dastot Mörulïdath era cocinero y cervecero. Había conocido a Athel hacía décadas cuando aún no peinaba canas. Aquel encuentro había caido como agua de mayo pues, después de explicarle la razón de su estancia en aquel lugar, se mostró presto a realizar semejante viaje. El aburrimiento de la rutina habia hecho el resto del trabajo pues era improbable que un enano acomodado como aquel se prestara a tribulaciones como aquellas.
Feb Litastusen, un trabajador de la madera que hasta entonces no se había acercado por su enemistad con Mestthos, siendo consciente de la situación alzó la mano y saludó a Athel. Este tras un vistazo lo reconoció pues había sido vecino suyo en su pueblo natal. El pobre leñador había emigrado buscando una vida mejor y se encontraba ahora desocupado por la escasez de árboles. Tras un intercambio de palabras se unió al grupo y se sumó a la compañía.
No tenían más tiempo que perder y se decidieron a partir en aquel momento. Mientras salían de la fortaleza se dieron cuenta que Melbil Omerdodók, un mecánico mudo famoso en la fortaleza, los había seguido de cerca. Tras preguntarle en voz alta si se quería unir a ellos se acerco y se subió al carro sin gesto alguno. Así fue como Erush, Goden, Athel, Dastot, Mestthos, Feb y Melbil emprendieron el viaje hacia los pantanos del sur.
Tiempo más tarde, cuando el más delgado de los guardias enanos apenas de vislumbraba en las puertas de Shinzuglar, una voz rompió el silencio.
Dastot Mörulïdath: ¿Alguno de vosotros ha pensando en cómo nos llamarán?, ¡ni siquiera tenemos nombre!
Goden Asënamud: Seremos la compañía del Paso de la Montaña.
Erush Edimdomas: ¡Qué original!