Cuarenta millones de personas han tomado parte en el campeonato mundial del videojuego Fortnite. Las competiciones digitales a nivel profesional están en continuo crecimiento y representan la nueva frontera de la transformación del deporte en producto privado. Pero no hay que confundir el sistema con los individuos que en él participan.
El pasado julio tuvo lugar el campeonato mundial del videojuego Fortnite (la Fortnite World Cup) y su vencedor, un chico de dieciséis años llamado Kyle 'Bugha' Giersdorf, ganó tres millones de dólares, de un total de 30 millones repartidos en premios, en una final que siguieron más de dos millones de personas, según declaraciones de Epic Games, empresa autora del juego.
Para poner estas cifras en contexto considerad que tres millones de dólares equivalen al mayor premio que se haya asignado en toda la historia del golf. Y resulta aún más relevante el hecho de que 40 millones de aspirantes a campeón participaran en las fases de selección del campeonato. Epic Games construyó el escenario de Fortnite (con una inversión inicial de 100 millones de dólares) precisamente con la idea de que cualquiera pudiese participar en la competición del que, desde su lanzamiento en 2017, se ha convertido rápidamente en uno de los videojuegos más populares en el mundo, al menos en Occidente.
La Fornite World Cup no es un caso aislado, forma parte de ese fenómeno conocido como 'eSports', los deportes digitales (electrónicos), es decir, videojuegos en los que se compite a nivel profesional.
En los últimos diez años, los editores de videojuegos, atraídos por el modelo game-as-a-service (juego-servicio), es decir, por la posibilidad de utilizar sus creaciones como servicio a largo plazo y monetizarlas hasta el infinito, han iniciado a crear productos diseñados para convertirse en eSports y construir una comunidad de jugadores dispuestos a pagar por nuevos contenidos.
“Quien juega de forma competitiva alcanza una inmersión [en nuestro videojuego] cinco veces superior a quien no juega de forma competitiva”, afirma Todd Sitrin, de Electronic Arts, que publica el videojuego FIFA. “Esto se traduce en mayores beneficios, mayores ventas del juego y más dinero gastado por los jugadores dentro del propio juego”. En 2018, se contabilizaron 395 millones de espectadores de eventos dedicados a los eSports y el sector movió 868 millones de dólares. En ese mismo año, el campeonato mundial del videojuego Dota 2 de Valve repartió premios por un total de 25 millones de dólares y la final del League of Legends de Riot Games fue seguida por 100 millones de espectadores.
Eventos parecidos y cifras similares atraen cada vez más a inversores y a prensa. Giersdorf ha asistido como invitado al The Tonight Show Starring Jimmy Fallon; The Washington Post tiene ya periodistas especializados en la cobertura de eSports; China ha reconocido el juego competitivo como oficio; más de 30 universidades estadounidenses tienen ya un equipo de eSports; la Staffordshire University tiene un curso centrado en el “negocio de los eSports”; doce países europeos están organizando una European Esports Federation; afirmados deportistas y actores invierten en el sector; la NBA tiene su propia liga dedicada al videojuego, la NBA 2K de Take Two; y la Fórmula 1 organiza la F1 Esports Series, en las que las empresas de la Fórmula 1 tradicional eligen a jugadores para que les representen y compitan en el videojuego oficial de la federación.
El debate se centra a menudo en dinero, cifras, récords y vencedores; los tonos son triunfalistas y se habla de un futuro en el que los eSports serán “más grandes que los deportes”. Es un momento de crecimiento, remolcado entre otras cosas por el éxito de las plataformas de streaming (plataformas online donde jugadores juegan en directo y las empresas transmiten sus eventos), como Twitch de Amazon. Una pena que, como ha revelado la web especializada en videojuegos Kotaku, las cifras del sector hayan sido infladas y los eSports quizás están destinados a ser la enésima burbuja especulativa. Ningún analista y ningún experto tiene ni idea de lo que valen en realidad los eSports y de cuántos son realmente sus espectadores.
Pero el capitalismo no se ha parado nunca de frente a las burbujas especulativas, y el eSport es hoy un fenómeno que hay que conocer y entender para comprender la actual industria del entretenimiento. Porque la importancia de los eSports es tal que ya forman parte del debate incluso en los eventos deportivos tradicionales. El Comité Olímpico Internacional (COI) ha debatido sobre cómo abrirse a los eSports y, aunque el debate ha sido definido por ahora como “prematuro”, el COI ha animado a “una cooperación acelerada” respecto a las simulaciones de deportes que ya forman parte de las Olimpiadas.
Mientras tanto, los Juegos Asiáticos Bajo Techo y de Artes Marciales dan medallas desde hace diez años a los vencedores de competiciones videolúdicas, se ha debatido sobre su introducción en los Juegos Asiáticos del 2022 en China (que son, tras las Olimpiadas, el evento polideportivo más grande del mundo) y en 2017 la Universidad Estatal de Milán empezó a pensar en cómo incluir los eSports en el calendario de sus campeonatos entre facultades.
También en este caso la cuestión es sobre todo económica: lo que interesa en estos eventos y a estas organizaciones no son los eSports en sí, sino su público, y el COI lo ha declarado explícitamente: “Los eSports están mostrando un gran crecimiento, especialmente en los sectores más jóvenes y en diversos países, y pueden generar una plataforma que los acerque al Movimiento Olímpico”.
“El capitalismo avanzado y monopolista usa a la industria del entretenimiento para colonizar el deseo y el mito del deporte como un contenedor en el que introducir mensajes comerciales”, explica T.R. Young en The Sociology of Sport. También las Olimpiadas, que nacieron como un evento dedicado a deportistas amateurs y que durante mucho tiempo tuvieron reglas más bien severas sobre patrocinadores y marcas, desde los años 90 se han transformado progresivamente en un escenario para promover a sus patrocinadores.
No obstante, tras las Olimpiadas de Río de 2016, el COI y sus socios comerciales se mostraron preocupados por la escasa atención del público joven (18-34 años). Quizás los espectadores se están simplemente yendo a las plataformas digitales donde aún no son contabilizados, pero el COI quiere seguir ese traspaso y el inicio de un debate sobre la entrada de los eSports en las Olimpiadas forma parte de esa estrategia. Frente a un abandono generalizado del medio televisivo por parte de los jóvenes en favor del digital y de las plataformas de streaming, inversores y publicitarios corren a refugiarse en los eSports, que les ofrecen una oportunidad de retomar el contacto con esos nichos de mercado.
La importancia del público en los deportes resulta evidente en los casos en que los reglamentos son modificados precisamente para atraer a espectadores. En los años 90, la administración Clinton desregularizó el beisbol estadounidense e introdujo los integradores alimentarios (como la androstenediona, que sería prohibida más tarde) para aumentar el número de home runs en los partidos y su espectacularidad en general. Con esto se pretendía volver a llevar espectadores a los estadios, tras veinte años caracterizados por continuas huelgas de jugadores y una progresiva pérdida de público.
De una forma parecida pero amplificada, el eSport nace para ser tanto juego como espectáculo y se ve constantemente sometido a la necesidad de ser espectáculo. Las reglas de estos videojuegos cambian continuamente y no existe un interés real en su equilibrio o en hacer emerger al mejor jugador. Para las empresas resulta más importante capturar espectadores (y por tanto patrocinadores), y para hacerlo resulta prioritario crear una experiencia siempre variada y fresca. Para alcanzar ese mismo objetivo, resulta necesario que estos videojuegos den a todo el mundo la sensación de poder realizar sin esfuerzo todo aquello que ven hacer a los campeones.
Una partida es más interesante de ver si no se sabe quién va a ganar hasta el último segundo y, por tanto, si existen mecanismos que permiten recuperaciones inesperadas. El día anterior a un torneo oficial del videojuego Fortnite (el Winter Royale de 2018), su desarrolladora, Epic, introdujo sin previo aviso dos nuevos mecanismos alterando completamente la competición, invalidando el entrenamiento de los jugadores más fuertes y haciendo así posibles victorias inesperadas de participantes menos capaces y expertos. El eSport es, en este caso y en otros, una versión de los deportes potenciada y pensada para la época digital.
Por ejemplo, el deporte y los eventos deportivos son una excusa perfecta para la construcción de obras costosas e inútiles, y para la gentrificación de las ciudades, además de para legitimarse frente a la comunidad internacional. Los eSports, aun pretendiendo ser deportes digitales, prometen las mismas oportunidades de especulación inmobiliaria y de construcción de costosísimos escenarios que podrían volverse inútiles de un día para otro. Asimismo, los eSports para dispositivos móviles (smartphones y tablets) y, en general, los videojuegos online para dispositivos móviles, son también uno de los motivos que, según las grandes empresas, deberían empujar a los consumidores a abrazar la actual carrera hacia las redes 5G.
Por tanto, tanto los deportes como los eSports doblegan el cuerpo a una disciplina capitalista. El concepto contemporáneo de deporte no ha existido siempre: nace para ocupar el tiempo libre, es decir, el tiempo que no se consume trabajando, y esa división nace con el capitalismo. “En una época en que la fuerza de trabajo se compra y se vende, el tiempo dedicado al trabajo se separa clara y antagónicamente del tiempo no dedicado al mismo, y el trabajador le da un valor increíble a ese tiempo libre, mientras el tiempo dedicado al trabajo se considera perdido o malgastado”, escribe Harry Braverman en Labor and Monopoly Capital: The Degradation of Work in the Twentieth Century.
Pero el “tiempo libre” no es tiempo libre de capitalismo, sino solo tiempo dedicado a recargarse para el trabajo. “La diversión en el capitalismo avanzado es continuación del trabajo”, leemos en Dialéctica del Iluminismo de Max Horkheimer y Theodor Adorno. “Se busca el deporte como fuga del proceso de trabajo mecanizado, como modo de recuperar las fuerzas para poder más tarde volver a trabajar”.
El deporte transforma además el cuerpo en máquina y lo disciplina a través de entrenamientos repetitivos parecidos al trabajo en una cadena de montaje. “Podría decirse que los deportes modernos buscan devolver al cuerpo algunas de las funciones que la máquina le ha arrebatado”, escribe Adorno en uno de los ensayos recogidos enPrismas. “Pero lo hacen solo para adestrar a las personas a servir a la máquina de una forma aún más inexorable. Por tanto, los deportes pertenecen al reino de la cautividad”.
Del mismo modo, el videojuego obliga a sus jugadores a obedecer a reglas severas y a repetir obsesivamente las mismas acciones a cambio de una pequeña e ilusoria gratificación que resulta consolatoria por la ausencia de gratificación en el mundo real. Es un trabajo que prepara para el trabajo. Pero el eSport respecto al deporte niega definitivamente al cuerpo y lo sustituye con una máquina y con los cuerpos digitales que ésta simula. El ejercicio físico es aún importante para los jugadores profesionales, pero solo porque necesitan el cuerpo para poder someterse eficientemente a la máquina.
Esa disciplina a la que los cuerpos son sometidos sirve además para sustraer energía a las acciones anticapitalistas. Como escribe Trotsky, “la revolución despertará inevitablemente en la clase trabajadora inglesa pasiones inusuales, hasta ahora suprimidas artificialmente y anuladas gracias a la ayuda de la disciplina social, de la iglesia, de la prensa y de los canales artificiales constituidos por el boxeo, el fútbol, las carreras y el resto de deportes”. Y así funcionan los videojuegos y, con más razón, los eSports, que unen videojuego y deportes.
Escribe Matteo Bittaniti, filósofo y estudioso de videojuegos: “la diversión electrónica ofrece sucedáneos de satisfacciones psicológicas vetadas al precariado en la llamada realidad. Panacea virtual de las crecientes desigualdades, el videojuego es un eficaz dispositivo de gobierno, entendido en sentido foucaultiano”.
El deporte sustituye a las personas y a sus relaciones con números (récords, puntuaciones): “El deporte es un sistema de varias competiciones físicas con el objetivo de comparar y medir las prestaciones del cuerpo humano”, escribe Jen-Marie Brohm en Sociología Política del Deporte. El eSport, y en general el videojuego, se sustenta en una estructura de números y puntuaciones, y está siempre a la búsqueda de nuevas estadísticas para cuantificar las prestaciones.
El deporte no es ajeno a la idolatría de las individualidades. El eSport sigue la tendencia actual de los influencers, celebridades que construyen a su alrededor comunidades que dirigen (influencian) en base a los patrocinadores que representan. En todos esos aspectos, el eSport constituye una forma evolucionada de la unión entre deporte y espectáculo en el capitalismo digital.
Pero, por encima de todo, el eSport completa la transformación del deporte en producto. El fútbol es un sistema de reglas. Una federación, la FIFA, lo regula a nivel internacional y hoy día su reglamento lo respetan incluso en las Olimpiadas, pero la FIFA no posee el fútbol y no puede prohibir jugar al fútbol, jugar con reglas ligeramente distintas, fuera de su federación, como hace la ConIFA.
En cambio, el Fortnite, el Dota 2, el League of Legends y todos los demás eSports son marcas, productos con propietarios específicos. Y son esos propietarios los que deciden qué torneos pueden existir, cómo estructurar las carreras de los jugadores y, en general, quién puede jugar y cómo puede jugar a su videojuego.
Chester King, presidente de la British eSport Association, subrayó cómo esa diferencia entre deporte y eSport haga imposible (o por lo menos no deseable) su equiparación: “No creo que veáis nunca eSports en las Olimpiadas… Porque, ¿qué juego habría que elegir? Habría más de 35 títulos posibles, todos grandes productos comerciales. Nadie posee el fútbol, nadie posee el golf. Pero si las Olimpiadas tuvieran un torneo del videojuego Counter Strike, sus ventas se dispararían hasta alcanzar el espacio exterior”.
Es un problema del que el COI es consciente, y así ha citado entre los obstáculos encontrados en el reconocimiento de los eSports como deportes la rápida evolución de la industria “con la efímera popularidad de juegos específicos”, su panorama fragmentado (“con dura competición entre diversos operadores comerciales”) y su naturaleza “guiada por el comercio, mientras que los movimientos deportivos se basan en valores”.
Al ser un producto y tener un propietario, el videojuego se convierte también en un árbitro que aplica reglas que solo él conoce al completo y que nosotros entendemos tan solo en los límites en que nos las explican o en que se manifiestan más o menos claramente. De hecho, no tenemos acceso al código original de los eSports comerciales y, por tanto, a las auténticas reglas. Descubrir el funcionamiento de una creación, sus mecanismos más extraños, sus excepciones y sus secretos ha formado parte desde siempre de la fascinación por los videojuegos. Es la sorpresa de encontrarse en un mundo distinto del nuestro, un mundo del que hay que entender las reglas. Pero esto tiene poco que ver con lo que consideramos como “deporte”.
En parte, estos problemas podrían resolverse con la creación de eSports open-source y gratuitos, videojuegos de los que todos puedan conocer el reglamento y que no se encuentren bajo el férreo control de una multinacional. Pero, precisamente porque en una operación de ese tipo no habría detrás ninguna gran empresa, con su marketing y su público, hasta ahora nadie ha mostrado un interés real en esa posibilidad. Incluso el COI, que quiere llevar a las Olimpiadas las simulaciones de deportes que ya existen, ha animado a federaciones como la FIFA a no crear alternativas a los productos comerciales, sino a “adquirir o mantener un control adecuado sobre las versiones electrónicas/virtuales de sus deportes”. Además, esto no resolverá ciertamente los problemas más profundos de los eSports, que unen deporte y videojuegos como parte de nuestra “sociedad del espectáculo”.
El hecho de que el eSport sea un producto propiedad de una empresa tiene consecuencias importantes incluso en la vida de todos aquellos que trabajan en el sector. En 2018, la multinacional estadounidense Activision Blizzard interrumpió repentinamente la promoción de su videojuego Heroes of the Storm como eSport: canceló su torneo oficial y mandó así al paro a sus 200 jugadores profesionales, sus streamers (que se habían especializado en un videojuego que ya no tiene escena competitiva) y los expertos que trabajaban en los directos de las competiciones profesionales. Todo un eSport aniquilado por la reestructuración interna de una empresa, un evento que ha devuelto la atención a la necesidad de un sindicato que defienda a los jugadores profesionales, los cuales llegan a trabajar hasta 80 horas semanales. En ocasiones, los consecuentes graves daños mentales y físicos que esto acarrea acaban prematuramente con las carreras de los jugadores, que en cualquier caso están destinadas a concluir antes de los 30 años, igual que sucede en otros deportes.
Pero los eSports, como los deportes tradicionales, se han convertido también en una oportunidad para generar amistades entre personas marginadas, que encuentran un espacio para emerger y generar cambios en su entorno. Como demuestra el acoso sufrido por algunas mujeres durante una fiesta de clausura de la última edición del EVO (uno de los mayores eventos competitivos del mundo del videojuego), no se trata de espacios completamente seguros y acogedores para quien no es un hombre blanco, hetero y cis. Pero, por ejemplo, la comunidad que se ha creado en torno al EVO, formada por jugadores y jugadores de juegos de lucha (como el famoso Street Fighter de Capcom), es conocida desde siempre por su diversidad étnica, y más aún, nació en gran parte en los suburbios negros de Estados Unidos. Además, a pesar de la oposición de grupos organizados ligados a la alt-right estadounidense, los eSports (y los videojuegos en general) se están abriendo lentamente a la diversidad.
Algunos de estos juegos, como el reciente Apex Legends de Electronic Arts, se han distinguido por la inclusividad mostrada en la selección de personajes disponibles y Overwatch de Activision Blizzard ha sido el primer videojuego de su género (el shooter en primera persona) en poner en portada a un personaje femenino y homosexual, un personaje que se ha convertido en símbolo del producto y que no se caracteriza en base a su sexualidad.
Por supuesto, esto está en línea con el actual apoyo de las grandes corporaciones a la diversidad —consecuencia de las luchas reales de activistas y organizaciones—, la cual está siendo introducida en el circuito del mercado capitalista para su explotación. Pero tampoco hay que confundir el sistema con los individuos que viven en él (quienes crean los juegos y quienes juegan), que son capaces de movimientos rupturistas hacia el cambio, movimientos latentes que esperan a ser liberados.
En ese sentido, en la esencia del deporte, los videojuegos y los eSports hay algo revolucionario, algo que hay que hacer emerger: el juego. “El deseo de diversión, distracción, viajes y risas es uno de los más legítimos de la naturaleza humana”, escribe Trotsky. “Podemos, y aún más, tenemos que satisfacer esos deseos con una mayor calidad artística y, al mismo tiempo, hemos de convertir la diversión en un arma de educación colectiva”.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/videojuegos/privatizando-deporte-fortnite
Opinión: Si que puedo llegar a pensar que los eSports sean una burbuja de la cual todo el mundo se quiere beneficiar ahora mismo, pero no veo nada claro el futuro, si se incluye el día de mañana un juego como el Fortnite como deporte olímpico creo que será únicamente por el dinero que pueda generar.