Por un lado, debo anunciaros que estoy muy contento con el avance de la novela, que ya se encuentra bailando (Dios sabe por cuanto tiempo) en el Top 100 de los Más Vendidos de Amazon. El hecho de que esté llegando a varias personas es todo un placer.
Por otro, y para animar a posibles lectores, voy a subir aquí las primeras páginas, entre otras razones por si alguien quiere echarles un vistazo y dar su opinión (que al final es lo que uno busca, las opiniones de los lectores) ¡Espero que os gusten!
Los actos son frases relacionadas con películas, los capítulos, con canciones. Y disculpad que no tenga ni idea de como centrar los títulos de capítulo u.u ¡Gracias a todos!
DELIRIOS DE UNA IDEA EQUIVOCADA
PEDRO A. PÉREZ
PRIMER ACTO
EL PARÁSITO MÁS RESISTENTE
I
No queda sino batirnos
1
-Que te jodan. ¿Estás de broma o es que te has vuelto completamente loco?
-Estoy hablando en serio.
-Entonces se te ha ido la cabeza. No me extraña; la verdad es que si alguno de nosotros apuntaba maneras para convertirse en un chalado, ese eras tú. Te recuerdo que estamos bastante ocupados, no sé por qué nos tienes que reunir para soltarnos...
-Déjalo hablar.
-No, Ángela. Tengo a mi padre en el hospital, esta noche me toca pasarla a su lado por si se le ocurre la genial idea de morirse, y he venido a este maldito turco de mierda, a tomar este kebab que sabe a plástico esperando, al menos por una vez, escuchar algo serio en vez de una sarta de estupideces.
-Estoy hablando en serio. Sé como están las cosas, para ti, para todos vosotros, y no os habría reunido aquí para soltaros una idea sin haberla meditado. Estamos jodidos. Necesitamos ese dinero.
-Para empezar, estamos jodidos por tu culpa...
-Leo, deja que...
-Ni Leo ni nada, Ángela. Estamos jodidos por tu culpa. Y no me arrepiento. Ese cabrón se merecía la paliza que se llevó por haber jugado sucio y disfruté como un niño pequeño destrozando su bar a vuestro lado. Pero lo hicimos por ti, Pablo, y sólo hay que ver cómo hemos acabado. Y claro que necesitamos dinero, aunque tiene gracia que precisamente lo digas tú, que eres el que menos problemas económicos está sufriendo. Pero lo que propones no es forma de conseguirlo.
-¿Y qué otra forma se te ocurre? ¿Pedir limosna?
-No lo sé, Pablo. Lo único que tengo claro es que la mera idea de que cuatro tíos de veintitrés años se enfunden unos pasamontañas y entren pegando tiros a un banco es, indiscutiblemente, un plan absurdo, incoherente y descabellado. ¿Tú no vas a decir nada, Jorge?
-Lo único que tengo que decir es que este kebab no sabe a plástico, eres tú quien ha debido desarrollar un paladar exquisito, y que prefiero escucharos para ver como acaba todo esto antes que abrir la boca y meter la pata. Es una pena que no sirvan palomitas en este sitio, porque es la ocasión perfecta.
-Tu padre se muere, Leo.
-Miles de padres se mueren cada día y eso no incita a sus hijos a robar bancos.
-Tu padre se muere en un hospital cutre después de haberse pasado toda la vida trabajando como un esclavo. Es posible que a Jorge y a su familia los desahucien antes de que pase un mes...
-Creo que no os he dado permiso para meterme en la conversación, y mucho menos a mi familia.
-...y las cosas por las que ha pasado Ángela las conocemos todos. Mis padres también están hasta arriba de facturas. El mundo está hecho una mierda.
-Claro que está hecho una mierda. ¿Cuántos desahucios se producen en este país al mes? ¿Cuántas tiendas cierran? Y la gente no se cubre la cara con pasamontañas y roba bancos. ¿De verdad estamos hablando de esto? Me parece ridículo...
-Antes luchabas.
-¿Luchaba? Iba a manifestaciones que no servían de nada, organizaba recogidas de firmas que no conducían a ninguna parte y recibía palos de los antidisturbios. ¿Sabes para qué? Para nada. Eso no es luchar, es hacer el gilipollas.
-No se trata solo del dinero, que lo necesitamos, sino de darle un golpe a este sistema. Los banqueros, los políticos, los grandes empresarios, han robado impunemente riéndose de nosotros en nuestras caras, sentados en sus cómodos despachos. Se han acostumbrado a jugar con nosotros como títeres, a que bailemos al ritmo que marcan su verborrea y sus mentiras. Los bancos presionan a nuestras familias para que paguen hasta el último céntimo mientras sus propietarios, vestidos con trajes más caros que la comida que consumimos en tres meses, se dedican a atiborrarse de langosta y caviar en restaurantes de lujo. ¿Quieren nuestro dinero? Les pagamos. Pero con dinero que les hayamos quitado antes.
-Te has vuelto completamente loco.
-Yo creo que tiene razón.
-Y para colmo, has arrastrado a tu locura a Ángela. Bonita, creo que va siendo hora de que dejes las drogas, porque la maría está empezando a embotarte el cerebro. ¿Cómo que tiene razón?
-Todos estamos como estamos por culpa de esos malnacidos. Joder, Leo, tú nunca has dejado que te toquen los cojones. Robar el dinero que los bancos han robado previamente y utilizarlo para pagar la cifra que nos están imponiendo es... ¿cómo decirlo? Justicia poética.
-Jorge, ¿te importaría echarme una mano?
-Prefiero mantenerme al margen.
-¿No estarás pensando en unirte a ellos?
-Mantenerme al margen implica, precisamente, que no estoy pensando en unirme a ellos. Está claro que su idea tiene sentido... Sí, como ha dicho Ángela, es justicia poética. Pero también tienes razón tú, Leo. Tenemos veintitrés años, no somos profesionales. Si fuera tan sencillo atracar un banco, todo el mundo lo haría.
-Tengo un plan.
-Venga, Pablo, no me hagas reír. El mundo real no es como las novelas que escribes. Aquí no puedes elegir el puñetero destino de tus personajes, las cosas no son tan fáciles, no puedes...
-Leo, por favor, déjame hablar. Hasta que no me escuches no podrás decidir si esto es una locura o no.
-Antes que nada, a mí me gustaría saber una cosa.
-¿El qué, Ángela?
-¿Cómo diablos se te ha ocurrido esta idea?
2
-Charles Dickens dijo que hay hombres que parecen tener sólo una idea y que es una lástima que ésta sea equivocada – dice Víctor Bastida desde lo alto de la tarima. El tío es incapaz de permanecer sentado en su silla y en cuanto empieza a hablar necesita incorporarse, pasearse de un lado a otro y mover mucho las manos frente a su público. Pablo lo adora, aunque al mismo tiempo le tiene un poco de aversión, porque es una de las personas más petulantes y ególatras que hay en el mundo -. Esto se hace más que evidente en la literatura. Sólo hay que ver la cantidad de novelas que inundan las librerías después de que una obra en concreto haya tenido éxito. Por desgracia, la obra exitosa suele ser, en términos de calidad artística, una basura, y las que le siguen no hacen más que ahondar en el vertedero de la que esa idea ha surgido. Primero tuvimos vampiros hormonados, ahora relaciones sadomasoquistas en las que la protagonista virginal se corre en cuanto le propinan un par de latigazos en los pezones. En ocasiones me pregunto cómo es posible que tantos autores que en dos semanas dejarán de ser recordados son capaces de escribir, casi al mismo tiempo, sobre una misma idea que, además, es tan lamentable. Y he llegado a la conclusión de que las ideas no son inspiraciones que surgen dentro de nosotros mismos, sino que están ahí, enterradas en el inhóspito mundo de la imaginación, esperando a que algún escritorcillo con más o menos talento se digne a desenterrarlas. ¿Cuál es el problema? - Víctor Bastida sonríe -. Que las ideas buenas están enterradas a kilómetros de profundidad y por eso sólo aquellos que aman la literatura son capaces de encontrarlas. Por otro lado, en la superficie, hallamos capas y capas de basura, de fragmentos erosionados y estropeados de ideas de dudosa calidad, y que se convierten en el objetivo de estos escritorcillos de medio pelo que pretenden hacer dinero paseando los dedos sobre el teclado. Gracias a Dios, la mayoría de ellos acaban convertidos en muertos de hambre a los que la página en blanco rechaza como si fueran escoria.
Víctor Bastida hace una pausa, para dejar que la gente que ha acudido a la presentación de su última novela, que cierra la trilogía de Atrapasueños, asimile su monólogo. Posee la sonrisita altiva de un hombre de éxito, la mirada de un lunático y lleva el pelo negro engominado hacia atrás para parecer atractivo. Siempre viste de traje, pero con la corbata desanudada, como para demostrar que es un rebelde, y la suya es la cháchara de quien se cree mucho más inteligente de lo que es. Sus novelas entretienen. No son la quintaesencia de la literatura, aunque el tío, en sus entrevistas, como poco se considera el mejor escritor de su generación, pero entretienen y suelen tener algo de fondo. Además son muy visuales. Ya han adaptado cuatro al cine y la primera parte de Atrapasueños, que va a convertirse en una de las películas más caras rodadas en España, está en plena producción. Pablo lo envidia. Él también quiere llegar a ser un escritor de éxito, y que adapten sus libros a la gran pantalla, porque le encanta el cine como a un tonto un lapicero. También lo envidia porque su mujer está buenísima, pero eso le importa bastante menos.
-Por tanto tenemos dos tipos de ideas. Las buenas, que sólo encuentran unos pocos afortunados, como el Quijote de Cervantes o Cien Años de Soledad, y por otro lado las ideas clónicas, que en realidad parten de la misma, sobre la que se abalanzan los mediocres. Y es que es sorprendente la facilidad con la que una mala idea atrae a los papanatas, como si fuera una vela brillante llamando a un enjambre de polillas que mueren al entrar en contacto con ella. ¿Alguna pregunta?
Una chica con el pelo recogido en una coleta y gafas rectangulares levanta la mano, delante de Pablo. Víctor Bastida la señala y le hace un gesto para que se ponga en pie, al tiempo que le guiña un ojo.
-Señor Bastida, ¿en cuál de los dos grupos englobaría sus ideas?
Víctor Bastida ríe, soltándose un poco más la corbata. En la sala de conferencias hace bastante calor, y de hecho el hombre tiene la frente perlada de sudor.
-Una de las razones por las que puedo vivir de esto es porque, aunque me encanta hablar de las ideas ajenas, no me paro a pensar sobre las mías. Dejo esa respuesta en manos de los críticos, por muy amargados que estos suelan ser. Yo sólo me dedico a escribir lo que, desde mi perspectiva, es bueno, y sobre todo intento ser honesto con lo que escribo. Esa tendría que ser la principal característica de todo escritor. Ser honesto, consigo mismo y con el lector.
Un hombre mayor, que tiene un ejemplar de la tercera parte de Atrapasueños sobre el regazo, levanta la mano. Como no parece responder a los criterios estéticos de Bastida, éste simplemente le señala, sin guiñarle un ojo.
-Últimamente muchos programas de televisión lo involucran con la Trama Gálvez. ¿Puede aclararnos algo sobre esto?
Se hace un silencio casi sobrenatural en la sala. La Trama Gálvez aparece casi en todo momento en televisión, porque cada día se descubren nuevos detalles sobre este caso en el que Mariano Gálvez, un reputado empresario, junto a dos cómplices, se ha dedicado a crear una amalgama de negocios con la intención de nutrirse de fondos de entidades públicas y pasarse por el forro prohibiciones legales en materia urbanística y medioambiental. Por lo visto, Gálvez había hecho muchos amigos y a todos ellos los había incluido en su flamante juego de estafas, desde políticos a famosetes de medio pelo, un par de cantantes latinoamericanos, algún actor y, supuestamente, al escritor Víctor Bastida, con quien daba largos paseos en yate durante el verano y al que invitaba a opulentas fiestas en invierno. Y es que Bastida tiene mucho dinero, aunque él asegura que todo lo ha ganado escribiendo. Su éxito le ha permitido comprarse un par de coches caros, varios apartamentos y una mansión en la costa que se llama La Joya en Blanco, que, ¡sorpresa!, es complemente blanca y que es la envidia de algún que otro jeque árabe. A Pablo no le interesa si Víctor Bastida se ha dejado untar por ese empresario o si va a acabar en la cárcel, y menos ahora, que el desenlace de Atrapasueños está, después de seis años, publicado. Pero sin duda, Bastida cumple todos los requisitos para meterse de cabeza en un negocio así.
-Igual me he equivocado – le contesta al hombre -, pero creo que estoy en la presentación de mi último libro y no en una rueda de prensa. He venido aquí a hablaros de mi novela, no a aburrir al público con el mismo recital de explicaciones que daré ante el juez si me llama a declarar. Lo único que tienen que saber es que tengo suficiente dinero como para no necesitar Tramas Gálvez en mi vida, y que si alguien más ha acudido aquí a hacer preguntas sobre ese tema, puede abandonar la sala. Y ahora, volviendo al tema que nos ocupa... - señala a un chico gordito y con el rostro salpicado de granos que levanta el brazo. Otro que no se gana un guiño. Como Víctor Bastida se encarga de recordar de vez en cuando, a él le gustan rubias y con las tetas bien puestas -. ¿Sí?
-¿Puede darnos detalles sobre el reparto de la película de Atrapasueños?
-Eso es máximo secreto, los productores me propinarían una paliza si se me ocurriera abrir la boca antes de tiempo.
-¿Pero va a participar su mujer? - insiste el chico.
-Por supuesto. Ha participado en todas las películas basadas en mis novelas.
-¿Y va a aparecer haciendo lo que mejor sabe? - pregunta, con una risita.
De nuevo un silencio reverencial, interrumpido por varios murmullos nerviosos. El gordo sonríe al ver que ha conseguido llamar la atención de todo el mundo, pero Víctor Bastida no se inmuta. Permanece ahí, de pie, como una estatua, con una mano metida en el bolsillo y la otra sobre el nudo deshecho de la corbata, la cabeza ligeramente ladeada, los ojos clavados en el océano de granos de aquella cara redonda.
Para entender aquel instante, hay que conocer la relación entre Víctor Bastida y su mujer, relación de la que todo el mundo está al tanto porque la prensa rosa se dedicó a seguirla día a día como si fuera el evento más importante de los últimos años. Los titulares fueron de lo más descriptivos: “El famoso escritor Víctor Bastida mantiene una relación con una ex actriz porno”. La ex actriz porno tiene un nombre, aunque todos la conocen por su apodo artístico, Sunny Heart, y por su físico. Es rubia y con las tetas bien puestas, de 114 centímetros de perímetro, como a Víctor Bastida le gustan las mujeres. Sunny Heart ingresó en la industria del porno con veinte años y se retiró con veintiséis, después de haber rodado unas doscientas películas, para dedicarse a un cine que no requiriera meterse miembros gigantescos entre las piernas. Ha rodado de todo, y cualquiera con Internet puede encontrarla follando con todo el mundo menos con Víctor Bastida.
-¿Cómo te llamas, muchacho?
-Gabriel.
-Bien, Gabriel – Víctor junta las palmas de las manos y sonríe -. Comprendo que te encantaría ver a mi esposa desnuda de nuevo para que puedas derrochar un poco más del semen que brota de esa diminuta polla tuya que lo más parecido a una mujer que ha conocido es tu mano derecha. No me extraña, con esa paella que tienes por cara y ese traje de grasa que cuelga de tu cuerpo. Por desgracia, y como bien sabrás, porque estoy seguro de que te conoces a todas las actrices porno de memoria, mi esposa hace tres años que dejó ese mundo y, ¿sabes qué? Desde entonces sólo folla conmigo, cada puta noche, y grita junto a mi oreja como tú jamás escucharás gritar a nadie. Si quieres puedo invitarte a mi casa para que comprendas lo que es el sexo de verdad, porque la pantalla del ordenador que te ha dejado ciego no es la forma más realista de entenderlo, pero prefiero que no aceptes mi invitación porque dudo que contigo cerca se me pudiera levantar aunque tuviera a un ejército de modelos a mi disposición – carraspea -. De todos modos, no entiendo qué haces en una presentación de un libro cuando deberías estar en tu casa, desnudo, rodeado de tus cómics y tus revistas, con la polla en la mano y tu rostro grasiento contemplando a mujeres con las que sólo podrás soñar, así que, si no es mucha molestia, te agradecería que te largaras antes de que tu presencia me provoque una arcada.
Algunas personas incluso aplauden, y el niño gordito, con granos y gafas, se ve obligado a bajar la cabeza y sentarse, intentando desaparecer sobre su asiento.
-Te he dicho que te largues.
Gabriel obedece. Alguien ríe.
-Perfecto. Y después de esta molesta interrupción, ¿alguien tiene alguna pregunta que nos interese a todos?
Un joven levanta la mano. Víctor alza las cejas, como esperando un nuevo ataque gratuito, pero el muchacho no tiene ganas de acabar ridiculizado.
-¿Puede decirnos de qué irá su próxima novela?
-¿Quieres una exclusiva? Yo te la doy. No tiene todavía título, pero la obra gira en torno a un atraco a un banco.
-¿Un atraco a un banco? - pregunta una chica, sin pedir turno -. ¿Eso no está muy visto?
-Lo importante será como contarlo, bonita. Además, quiero escribir sobre eso. Tal y como están las cosas, un atraco a un banco me parece la única reacción lógica hacia la situación económica actual. Cada día me pregunto como todas esas personas indignadas y estafadas no se arman hasta los dientes e irrumpen en una caja de ahorros para llevarse hasta el último céntimo. Sería lo correcto, porque esa gentuza juega con nuestro dinero. ¿Sabes que si todo el mundo intentara sacar de manera legal sus ahorros sería imposible? Porque los bancos no los guardan. Juegan con ellos. Nosotros les cedemos la diversión para que inviertan en bolsa y...
<<Un atraco a un banco me parece la única reacción lógica hacia la situación económica actual>>. Esa frase se queda grabada a fuego en la mente de Pablo. Y, a partir de ese momento y hasta que acaba la presentación, deja de atender a lo que sucede a su alrededor. Piensa en Leo, en Jorge, en Ángela, sus amigos de toda la vida. Piensa en sí mismo. Los cuatro están pasando lo que Jorge, que es el más optimista y sensato de ellos, define benevolentemente como una mala racha. Leo, Jorge y él por culpa de cierto lío en el que se metieron, a causa de un par de miradas y gestos. Pablo no puede olvidar, ni olvidará jamás, esas miradas y gestos, que a menudo dicen mucho más que palabras. Las miradas que aquel hijo de puta le lanzaba a Sofía y que contaban historias acerca de lo que había ocurrido durante el mes que él había estado fuera de la ciudad. De hecho, no necesitó pedir ayuda a sus dos amigos, sino que bastó con un intercambio de miradas y un leve gesto de asentimiento para que se desatara el caos. Y luego aquel hijo de puta se había empeñado en arruinarlos, y como su papá era hombre poderoso y con contactos lo había conseguido. “Injusticia poética”. Se tira a la novia y se lleva el dinero, pero por lo menos había pasado unas cuantas noches en el hospital y la cara se le había quedado como nueva. Pablo no comprende qué le pasó aquella tarde. Recuerda los gritos, la sangre, la destrucción. Se le fue la cabeza completamente, y eso que él no es una persona violenta, entre otras cosas porque no le conviene, ya que es bastante enclenque. Sin embargo disfrutó cerrando el puño y estrellándolo contra esa tez de adonis que había aprovechado su ausencia para jugar sucio.
Y ahora las cosas están como están por culpa de una pequeña dosis de venganza. No es que sea el fruto del problema, pero sí ha agravado todo aquello que complicaba la vida del grupo de amigos. No puedes pagar una indemnización si tu familia está haciendo frente a una hipoteca que se les ha dio de la manos, o si tu padre está tan enfermo que no puede trabajar y tu madre está en el paro. Ángela no se metió en ese lío, pero sí en otros muchos, relacionados con la María, desde que se marchó a Valencia.
Y Pablo piensa. Y comprende que Víctor Bastida tiene razón. Los bancos son propiedad de un grupo de malnacidos que juegan con el dinero de sus clientes, que los estafan y arrancan de sus casas. Un atraco perjudicaría directamente a esos malnacidos de traje y caviar, y ayudaría a sus familias. Leo, Jorge y Ángela siempre han estado con él, han hecho todo por él, y de pronto él se da cuenta de que, aunque sus problemas económicos no son tan graves como los de sus amigos, quiere ayudarlos a salir del atolladero.
Y por eso aquella idea, que aunque él no lo sabe se encuentra entre la basura de la superficie del mundo de las ideas, se va haciendo más grande. Cuando la presentación concluye y Víctor Bastida se dispone a firmar dos centenares de ejemplares, Pablo tiene muy claro qué es lo único que pueden hacer.
3
-No parece que hayas tenido mucho éxito.
-Ellos siempre vuelven. Y si no, iré a buscarlos e intentaré hacerles entrar en razón. ¿Quieres salir fuera? Me apetece un cigarro.
Ángela asiente con la cabeza y ambos se ponen de pie, dejando sobre la mesa una caterva de servilletas arrugadas, restos de drum, una coca cola a medio terminar y varios sobres de ketchup abiertos. La única persona que permanece en ese restaurante turco, que puede presumir de ser el kebab con menos éxito de la ciudad, es el camarero, frotando vasos sucios detrás del mostrador. Les dedica una amplia sonrisa desde debajo de su poblado mostacho cuando los dos muchachos pagan su parte.
Salen a la calle y en el tiempo que tarda Pablo en sacar un cigarrillo de su paquete de Marlboro, Ángela, con sus dedos delicados, extrae una papelina de su bolsillo, un poco de maría del otro, la esparce removiéndola con tabaco y trabaja sobre aquella mezcla con la enfermiza disciplina de un alquimista. A pesar de que mantiene ese revoltijo en precario equilibro sobre el papel, consigue deslizar una mano hasta el bolsillo trasero de sus pantalones (que, Pablo se da cuenta, le van demasiado grandes; la chica parece adelgazar más y más a cada día que pasa) y tomar un filtro alrededor del cual crea una forma cilíndrica que desemboca en un porro salido de la nada. Un trabajo perfecto en un tiempo récord, aunque Pablo sospecha que no podrá presumir de sus habilidades delante de su familia.
-Es normal que se hayan enfadado – dice Ángela, encendiéndose su obra de arte. El agradable aroma dulzón de la marihuana inundó las fosas nasales de Pablo.
-Leo se ha enfadado – contesta, fumando de su propio cigarro -. Jorge simplemente se tenía que marchar, ya sabes cómo están las cosas últimamente en su casa y...
-Y los traes aquí, al kebab más cutre de la ciudad, para proponerles atracar un banco, idea que se te ha ocurrido escuchando de qué va a ir la futura novela de ese estúpido y egocéntrico escritor que tanto te gusta – deja escapar una bocanada de humo y, después, una carcajada -. Menos mal que al tío no se le ha ocurrido escribir sobre ciencia ficción o naves espaciales, porque ahora estarías empeñado en construir tu propia Enterprise para recorrer el Universo.
-Pero...
-Espera a que terminemos esto. Me apetece estar un rato en silencio, contigo. Hace casi un año que no te veo y cuando por fin me haces venir desde Valencia me sueltas semejante bombazo, así que me niego a creer que se trate de una broma de mal gusto. Por eso yo no me he marchado. Pero necesito pensar un poco y para eso necesito que estemos callados. Disfruta de tu cigarrillo.
Pablo asiente con la cabeza y se apoya en la pared, junto a la entrada del kebab. Nunca se le ha dado muy bien fumar; su madre asegura que coge el cigarro como si fuera una mujer, algo que combina muy bien con su tono de voz, no especialmente grave y sereno, que lleva a muchos a confundir educación con cierta alternativa sexual. A decir verdad, los gays lo adoran, a pesar de que él tiene claro que lo suyo son las chicas guapas; quizá se vean atraídos por su físico enclenque y manejable, por su rostro aniñado o por sus gestos, un tanto pomposos y afeminados.
Mientras fuma, estudia a Ángela. Su amiga ha cambiado mucho desde la última vez que la vio. Ha adelgazado, de eso no cabe duda. Nunca estuvo especialmente gorda, pero sí rellenita, con curvas. Ahora amenaza con convertirse en un palo. Los pantalones le quedan sueltos, ahuecados, y lleva una camisa de tirantes blanca, cortada por la parte inferior, que también ondea sobre su escuálido cuerpo y deja a la vista buena parte de su cintura, donde se le marcan los huesos de la cadera. También tiene los hombros esqueléticos, aunque los esconde bajo la larga melena rubia que le cae por toda la espalda. Pablo se pregunta si aquel cambio físico es fruto de sus trastornos alimenticios o de sus cada vez más frecuentes coqueteos con la droga. De cualquier modo, el último episodio de la vida de su amiga es más que suficiente para hacer perder el apetito a cualquiera.
Por desgracia, es una historia de lo más común.
Chico conoce a chica. La chica tiene bastantes problemas, ya que es bulímica, sufre regulares crisis de ansiedad y vive marcada por un historial de relaciones masoquistas que tira para atrás. Y, a pesar de esto, ambos congenian. Todo ocurre demasiado rápido. La chica estaba a punto de mudarse, sola, a un apartamento no demasiado grande cerca del centro de Valencia, para meterse de lleno en el estudio de la siempre aburrida carrera de Derecho, que abandonaría meses después, y antes de que se de cuenta, él, de quien apenas sabe nada, vive con ella, en su casa, aportando unos ahorros que tampoco sabe muy bien de dónde han salido. El chico es inteligente, parece saberlo todo, y misterioso, nadie parece saber nada de su pasado, y además comprende, o cree comprender, los problemas de la joven. Y empieza a convertir la vida de ambos en una terapia continua.
El chico y la chica tienen amigos, muy conscientes de los problemas de ella. Pero el muchacho ha llegado allí para vencer (o, más bien, para quedarse bajo un techo, pero para cuando ella se da cuenta de que él está viviendo a su costa ya está demasiado sometida como para reaccionar). Primero, explica a quien quiere escucharlo, logra que la bulimia se esfume con mucho esfuerzo. Por desgracia, a nuestro autoproclamado terapeuta le sobra vanidad y le falta talento y la chica, que no quiere decepcionarlo, porque empieza a creer que realmente intenta salvarla, vomita sólo cuando él no está, arrodillada frente al retrete, la cabeza inclinada y las arcadas trepando por su pecho. Después, el joven afirma que ha logrado que ella recupere una parte notable de su dañadísima autoestima y que se enfrente de nuevo a sus estudios. Con determinación, sentencia, ha llegado a convertirse en una chica matrícula. Mentira. Aprobados y notables raspados, porque odia esa carrera, porque odia en la vida en la que de pronto está atrapada; detesta que el chico del que se ha enamorado y que se ha convertido en su guardián se vanaglorie de que haya llegado a querer su cuerpo, a querer su mente, a pensar, a aspirar... Y al principio ella lo cree. Realmente llega a estar segura de que él la ha salvado de una vida atroz, hasta que, de pronto, no puede evitar mirar al pasado. Sí, ha tenido bastantes problemas, pero hay ciertos puntos de luz en mitad de la oscuridad. Echa de menos a Leo, a Pablo, a Jorge; echa de menos aquel verano, en el que los cuatro se conocieron y crearon un grupo que nada podría romper, sobre el tejado de la casa que ella tenía en el pueblo. Ve que su vida ha estado plagada de fracasos y de problemas, pero no tarda en darse cuenta de que, hasta el momento, ha conseguido superarlos sin ayuda de ningún charlatán. Pero sigue escuchándolo. Sigue a sus pies, porque él se ha encumbrado como el héroe de la historia, un Dios que contempla cómo las dificultades se ceban con las pobres almas mortales. Está sometida. Atrapada. Lo cual tiene gracia, porque es ella la que paga el piso, la que da de comer a su salvador. Y si hubiese investigado un poco, habría descubierto que ese muchacho procedía de una relación anterior, que duró cinco años, en los que vivía del dinero de una estudiante a la que engañó acostándose con chicas más jóvenes en su propia cama. Chicas de las que no se enamoraba, a las que no cuidaba, porque no podían ofrecerle un techo bajo el que dormir.
Y juntos edifican un teatro del que ella, en parte, es consciente, aunque no quiere serlo. De cara al público, él la ha salvado. Pero sigue vomitando, entre bastidores. Sigue fumando María, al otro lado del telón. Suspende y se arrastra atrapada en una carrera que desprecia, asfixiada por un mundo que se le cae encima. Y ocurre lo que estaba predestinado a suceder. Que las personas no escapan de su naturaleza, y el chico que la ha salvado pronto empieza a meter jóvenes en su cama cuando ella está fuera de casa. Pero como todos los hijos de puta malintencionados, por mucho que se escondan tras verborreas kilométricas e intelectualismo barato, acaban demostrando lo que son, ella lo descubre. Y él intenta hacerle ver que es culpa de la chica, que por culpa de todos esos problemas (que, en realidad, no le ha ayudado a corregir, sino que ha explotado para mantener su control sobre ella) le ha obligado a hacer algo que no quería, a buscar el cariño en otras personas con las que no necesitaba mantener una terapia continua.
Son muchas las imbéciles que han caído en esa trampa pero, en una ocasión, Leo le dijo a Ángela que era una de las personas menos imbéciles que merodeaban por un mundo plagado de inútiles. Son muchas las que han aceptado que el error era suyo y han intentado continuar una relación podrida y moribunda, pero en cierta ocasión ella misma le dijo a Pablo que conformarse es de idiotas. Así que, contra todo pronóstico, su “salvador” acaba en calzoncillos en la calle, con su ropa volando por la ventana, mientras el teatro se desmorona y se funde en llamas de odio y rabia, él contemplando su escenario viniéndose abajo con un arañazo en la mejilla y las miradas de los transeúntes clavadas en su funesto destino.
Pero librarse de ese hijo de puta no la ha salvado y Pablo, mientras fuma, empieza a pensar que el principal problema de Ángela es que no necesita ser salvada. Se trata de una de esas personas que se abalanzan, determinadas, hacia la autodestrucción. Sigue fumando María, más que antes, y vomitando, bastante menos, pero ha abandonado esa carrera que odiaba y se ha embarcado en un montón de proyectos, la mayoría artísticos, que siempre termina pero que no le sirven, como le ha confesado, para devolver el dinero que debe a unos cuantos camellos, algunos de ellos peligrosos.
-Pablo – dice, tirando los restos del porro al suelo y aplastándolos con su desgastada deportiva -. ¿Cuál es ese banco que quieres atracar?
-El Ítaca. Es bastante pequeño, no hay mucha seguridad. No necesitamos cientos de miles de millones, pero sí billetes suficientes como para llenar una bolsa de deporte.
-El Ítaca – responde ella, asintiendo con la cabeza -. ¿De verdad crees que existe alguna posibilidad de que esto salga bien?
-Creo que no nos queda otro remedio, a ninguno de nosotros.
Eso es mentira. A Pablo le quedan muchos remedios, porque su familia no va mal de dinero, pero los motivos que le están llevando a él a hacer eso son muy distintos. Y Ángela, que con tan solo mirarlo puede ver más allá de sus pensamientos, le pregunta:
-¿Por qué haces esto?
Silencio.
-Porque necesito algo más... - contesta, con voz astillada.
-Todos necesitamos algo más en un mundo que se va a la mierda – sonríe -. Si vas a hacerlo, no me voy a conformar con quedarme con los brazos cruzados delante del televisor esperando a que te saquen en las noticias.
-Conformarse es de idiotas – recuerda Pablo.
-Conformarse es de idiotas. Cuenta conmigo.
4
<<Es curioso cuánta violencia empieza conmigo entrando a un club de strip-tease>>.
Néstor Sangalli aguarda en la entrada de ese local que pierde cualquier pizca de erotismo en menos de cinco minutos. La música es espantosa, utilizan juegos de luces negras para crear atmósfera y hay alcohólicos solitarios, cachondos fracasados y culos al aire por todas partes. Las chicas (hay una docena de ellas bailando en ese momento) se restriegan lánguidamente contra las barras verticales, los billetes asomando de las correas de sus tangas, estrellas por pezones y pelucas de colores. Sólo hay un par que parecen tomarse en serio su trabajo. Néstor Sangalli opina que deben de ser nuevas.
-¿En qué puedo ayudarle? - le pregunta un miembro del equipo de seguridad, con la cabeza rapada y el traje a punto de estallar por culpa de sus bíceps. Tiene la forma de una nevera y el interior, seguramente, igual o más frío.
Néstor Sangalli no se deja intimidar por ese mastodonte. Puede que a sus cincuenta y nueve años no esté para muchos trotes; la mayoría de su antigua musculatura se ha convertido en grasa y lo que en otro tiempo fue una larga melena dorada ahora es una pelambrera hirsuta y gris que le cae sobre los hombros. Además, se está quedando calvo. Pero tiene las facciones duras y una de esas miradas que indican a cualquier orangután uniformado que puede meterse en líos si se pasa de listo.
-He venido a reunirme con unos hombres.
-No son hombres lo que ofrecemos en este local.
-Lo sé mucho mejor que usted. Represento a su propietario, el señor Liberatore. He venido a reunirme con un compañero para tratar asuntos de negocios. Le agradecería que me llevara hasta el reservado número tres.
La simple mención de Liberatore convierte al orangután más intimidatorio en un pacífico monito de feria, así que el miembro del equipo de seguridad baja la cabeza, le hace un gesto con la mano y lo conduce entre borrachos y cachondos hacia los reservados. Una de las mujeres saluda a Sangalli desde la barra donde está bailando. Se trata de la neumática Glory Soul, nombre artístico para ocultar su más común Laura Pérez, que a pesar de haber soportado años y años en ese establecimiento sigue bailando como si no supiera hacer otra cosa en el mundo. Debería existir una edad límite para seguir dedicándose a menear las tetas sobre un escenario porque, sin duda, los cuarenta y dos son excesivos, aunque la voluptuosa Glory Soul suple su edad con un cuerpo artificial fruto de una veintena de cirugías y con una melena roja que a Sangalli le parece el típico pelo de prostituta. Además, sabe como moverse en la cama. La ha podido probar en muchas ocasiones; es una de las cosas buenas de ser la mano derecha de Liberatore.
Las malas llegan ahora.
El vigilante lo lleva hasta el reservado número tres y se retira y Sangalli echa un último vistazo hacia aquel local cutre y deprimente. Un tío bebido alarga la mano hacia Glory, intentando aprisionar su tobillo. Néstor gira sobre sus talones, se ajusta las solapas de su americana gris (evita vestir cualquier color llamativo) y entra en el reservado. Ahí le espera Montenegro que, como siempre, está de pie, como si las sillas le provocaran sarpullidos. Montenegro es una auténtica bestia de matar, con la mandíbula cuadrada, el torso cuadrado y los brazos más grandes que Sangalli ha visto en la vida. Lleva la camisa abierta mostrando parte de unos pectorales sobre los que se podría picar roca y de su cuello cuelga un amuleto dorado con forma de ankh, perdido entre la maraña de vello negro. Es un tío parco en palabras que se entiende mucho mejor partiendo espaldas y, por si su simple presencia no fuera suficientemente amenazadora, el monstrenco tiene una cicatriz en forma de lágrima que brota de su ojo derecho. Es una cicatriz que ninguno de los que acaban en el hospital pueden olvidar jamás, aunque a decir verdad, Montenegro hace más con sus víctimas que mandarlas al hospital. Normalmente se encarga del trabajo sucio, pero ahora van a enfrentarse a un trabajo sucio que requiere de más de una persona.
-¿Cómo estás, Montero? - pregunta, estrechándole la mano, y sus dedos crujen bajo esa fuerza devastadora de la naturaleza. Sangalli intenta mantener una sonrisa cordial por simple orgullo y luego le hace un gesto para que se siente. La silla cruje bajo el peso de su compañero -. Tenemos trabajo.
-Perfecto.
Perfecto. ¿Qué tipo de respuesta es esa?
-Liberatore está muy mosqueado con los últimos movimientos de Miriam Saavedra – explica, sentándose él también -. Como cabría esperar, los intereses de ambos han chocado y ahora empieza la fiesta. Es lo malo de que haya dos organizaciones poderosas traficando con drogas en el mismo país y con la base de operaciones en la misma ciudad, un pequeño error de planificación por parte de alguna de ellas, pero eso no importa porque cualquiera de ellas te dirá que estaba aquí primero. Los hombres de Saavedra han empezado a vender en nuestro territorio, nuestros hombres se los han cargado – Montengro asiente con la cabeza y se mira los nudillos. Seguramente él ha sido uno de los encargados de quitar de en medio a esos camellos -, y la puta de Saavedra ha reaccionado volando por los aires uno de nuestros laboratorios de metanfetamina. Tenemos policías merodeando por todas partes, pero los policías son previsibles y fáciles de tratar; el verdadero problema reside en la organización de Saavedra. Ha empezado una guerra y la intención de Liberatore es mermar todas las capacidades de su enemiga antes de que la violencia invada aún más las calles.
-¿Qué tenemos que hacer? - pregunta Montenegro con serenidad, como si le estuviesen hablando de ir a comprar helados en la tienda de enfrente. A él no le importan las guerras y los tejemanejes de sus superiores, él sólo quiere solucionar problemas con su particular método.
Le falta cerebro, porque si tuviera aunque sólo fuera una pizca, estaría tan acojonado como Néstor Sangalli. Miriam Saavedra no es una niña rica al cargo de una empresa que no comprende, ni una imbécil que se ha metido en un mundo demasiado oscuro para ella. Es una trastornada, una sangrienta demente, que disfruta degollando y que se raya una barbaridad por cualquier cosa. Y, normalmente, cuando se raya, se convierte en una trituradora humana que se baña en sangre y arranca pedazos de carne de sus enemigos a mordiscos, pega tiros como salida de una película de acción y, cuando se mete en el tema, no deja de gritar, atrapada en una especie de éxtasis orgásmico de destrucción y masacre.
Era la hija pequeña de Gustavo Saavedra, el hombre que fundó e hizo grande esa organización. Cuando Gustavo murió, aquejado de una ración de plomo en su pecho que desembocó en una investigación donde jamás se encontró al culpable, fue su hijo, Vicente, el que tomó las riendas de la compañía. Vicente había estudiado en Oxford, Derecho y criminología, y era un tío espigado y burocrático que sabía disfrutar de las piscinas enormes y de los coches caros. Altivo, orgulloso y pedante, en realidad era incapaz de aplicar al mundo real todo lo que los libros le habían enseñado, y durante los dos años que duró su liderazgo, la organización Saavedra tocó fondo y estuvo a punto de irse a pique. Entonces Miriam decidió que era mejor dejarse de tonterías y que si alguien merecía sentarse en el sillón que había ocupado su padre, esa era la única persona de la familia que tenía cojones, así que subió hasta su despacho, lo abrazó como a un hermano, lo apuñaló veinte veces en el estómago y le arrancó los huevos con el mismo cuchillo. Luego lo arrastró por toda la habitación, dejando detrás de aquel marica llorón un rastro de sangre oscura, y lo arrojó por la ventana. Como el muy idiota era mediocre hasta para morirse, fue a caer a la piscina, por lo que Miriam bajó, se metió en el agua y lo mantuvo sumergido hasta que le estallaron los pulmones. Luego, como muestra de respeto, lo sacó a suelo firme y, como muestra de desprecio, le partió el cuello sólo para asegurarse de que estaba realmente muerto. Preguntó a los hombres de confianza de Vicente si había alguien que estuviera en contra de que ella se pusiera al mando de la organización, y al pobre desgraciado que se le ocurrió debatirle le obligó a comerse los huevos de su hermano, le desgarró la garganta ahí mismo y volvió a hacer la misma pregunta. Desde entonces era la encargada de llevar hacia el futuro aquel negocio, y la organización de Saavedra se había revitalizado al tiempo que entraba en una corriente de violencia, venganza y asesinato que habría encogido el corazón del más valiente de los psicópatas.
-Miriam Saavedra no es un enemigo común – dice Sangalli, intentando que Montenegro entienda el alcance de donde se están metiendo -. Está loca, se come los corazones de sus enemigos, cree en el vudú y en la magia negra y es totalmente intocable. Toda la policía la busca y ella se pasea por ahí como una diva. ¿Sabes que cuando descubrió que uno de sus hombres de confianza era un chivato de la policía se armó ella sola con un fusil y entró en el restaurante donde aquel traidor estaba cenando y lo acribilló a tiros junto a medio centenar de civiles? Y lo hizo desnuda, para sentir la sangre de aquel infiel salpicando sobre su piel. Luego se subió a su limusina, se puso su mejor vestido de gala y fue a una fiesta en la casa de no se qué cantante.
-¿Qué tenemos que hacer?
Sangalli suspira.
-Existe otro suicida que ha decidido traicionar a Miriam. Su identidad sólo la conoce Liberatore, pero tampoco es algo que necesitemos saber. Pues bien, este soplón nos ha hecho llegar una información bastante relevante – hizo una pausa -. Hay un banco en esta ciudad que realmente pertenece a la mafia de Saavedra, donde guarda y blanquea la mayor parte del dinero que consigue con sus operaciones. No son todos los ahorros de la banda, pero si un buen pellizco que estaría mejor en nuestras manos que en las suyas. Liberatore quiere ese dinero, para empezar a desequilibrar la estructura de la organización y quitársela de en medio cuando empiece la guerra. Nos ha encargado que atraquemos ese banco, nos llevemos todo lo que podamos y peguemos unos cuantos tiros. No será un atraco normal, porque seguro que Saavedra tiene a algunos de sus hombres vigilando la zona, pero tenemos que arriesgarnos. Liberatore tiene grandes planes para esos billetes y, tal y como está nuestra organización ahora mismo, no podemos dejar pasar esa oportunidad o empezaremos a perder algunas de nuestras filiales en el resto del país.
-Me apunto – contestó, secamente, haciendo crujir los dedos.
No espera ninguna muestra de emoción por su parte, así que Néstor Sangalli se incorpora, despacio, porque cada vez le duele más la cintura. Le apetece salir de ese antro y fumar fuera un buen puro, pensando en el plan que tendrá que diseñar para que ese atraco tenga éxito.
-Necesitamos un conductor, Montenegro. Llama a Roberto Rivas, que venga aquí, y le explicas lo mismo que te he explicado yo a ti, palabra por palabra. Primero deja que el chaval se lo pase bien, que Glory Soul baile sobre sus rodillas para hacerle sentir especial, y cuando termines de contárselo, que se lo piense en la habitación de Glory. Ya va siendo hora de que ese chico descubra lo que es una mujer de verdad – aunque tenía cierta gracia considerar “una mujer de verdad” a un cuerpo siliconado y transformado por la cirugía -. Si no acepta, nos dejamos de tetas y le hablamos de lo que le hará Liberatore si no nos ayuda.
-Entendido.
-Tú también podrías divertirte con alguna de esas que bailan ahí fuera, para nosotros invita la casa. Buenas noches, Montenegro.
Se dispone a marcharse cuando la voz grave de su compañero le detiene.
-¿Qué banco vamos a atracar?
-Uno con un nombre ridículo – se para a pensar unos instantes. Al igual que su cadera y que el resto de su cuerpo, su memoria ya no es lo que era -. El Ítaca.
5
Víctor Bastida se lleva a la boca otro trozo de uno de sus platos favoritos, un taco de salmón con suspiro de Idiazabal y sopa de fruta de la pasión. El restaurante donde está comiendo con su agente literario, el desdichado Miguel Berné, que siempre se muestra pesimista aunque tenga un ejército de ángeles desnudas bailando a su alrededor durante su ascensión al Cielo, se encuentra a las afueras de la ciudad y consiste en un enorme edificio palaciego y, lo que es más interesante, un amplio jardín con varias mesas situadas en torno a una fuente que, con sus chorros, cascadas, cambios de iluminación y esculturas de todo un elenco de dioses griegos y romanos, poco tiene que envidiar a la Fontana de Trevi. El jardín, además, está cercado por un amplio y frondoso círculo de árboles que rasgan con sus ramas el cielo salpicado de estrellas.
-¿Por qué no nos acompaña tu mujer? - pregunta Miguel, probando sus brochetas de caprese. Es un tío menudo y paliducho, con gafas de culo de vaso, tan pequeño y rechoncho que se podría jugar con él a modo de pelota.
-¿Por qué no nos acompaña la tuya?
Miguel Berné levanta sus ojos de animalillo inquieto por encima de las gafas y aprieta los labios, como si impidiera el paso a determinadas palabras.
-Ya sabes que mi mujer está muriéndose de cáncer.
Lo que Miguel Berné no sabe es que su mujer, antes de empezar a morirse de cáncer, ha compartido cama con Víctor Bastida más de un día, varias veces al día, poco después de que Bastida contrajera matrimonio. Han sido discretos, por eso las revistas del corazón les han dejado en paz con una noticia que habría causado cierto revuelo y demasiados problemas, pero Víctor siempre ha temido que en algún momento aquella zorra ninfómana decidiera abrir la boca para joderle a él o al inútil de su marido. Gracias a Dios, el tumor que le estaba devorando los pulmones pronto la silenciaría para siempre.
-Y la mía está ocupada en casa, acabamos de mudarnos al piso nuevo y – otro pedazo de salmón -, quiere poner orden en las cajas de cartón, las que tienen mis manuscritos y recortes de periódico. Y si la chica quiere trabajar, que trabaje, mientras mañana no me dé la vara y se ponga cariñosa cuando me toque escribir.
-¿Estás seguro de lo que dijiste el otro día en la presentación de Atrapasueños?
-¿De qué? - inquiere él, dándole un golpecito con el tenedor al plato.
-De escribir una novela sobre un atraco. La gente ya relaciona tus historias como una mezcla de realidad e imaginación, de realismo mágico, con personajes excéntricos y cierta fantasía que se esconde de principio a fin. ¿No deberías explotar esa vertiente tuya un poco más antes de empezar con...?
Si hay algo que le jode, por encima de todas las cosas, a Víctor Bastida, eso es que le digan lo que tiene que hacer.
-Si quisiera hacer una historia con ángeles, dioses y mundos de fantasía con sus caballeros y princesas, la haría. Si me da la gana escribir sobre atracos a bancos, tráfico de drogas o estafas inmobiliarias sobre las que baila un personaje inepto y traicionero como Gálvez, escribo sobre eso. Y si resulta que algún día me despierto y me da la puñetera gana de crear una precuela de Atrapasueños ambientada en el Salvaje Oeste – se inclina hacia delante y lo señala con el tenedor -, eso será precisamente lo que haga.
-Pero tenemos que estar pendiente de lo que quiere el público y...
-El puto público me quiere a mí y ya puedo vomitar mierda sobre la página en blanco que ellos se la leerán como si fuese maná de los dioses – toma un último trozo de salmón, se lleva la copa de vino a los labios y luego se limpia con una servilleta -. Así que no te atrevas a decirme qué debo escribir porque es gracias a mí por lo que tú comes, porque de no ser por lo que sale de aquí dentro – apoya un dedo en su sien -, la editorial para la que trabajo estaría en la ruina. Por tanto, más vale que ni tú ni nadie me cabree, porque te puedo asegurar que tengo bastante dinero como para retirarme durante el resto de mi vida mientras todos los que estáis a mi alrededor os morís de hambre, ¿queda claro?
Miguel Berné, completamente colorado, baja la cabeza. Sabe que cuando Víctor Bastida empieza a hablar, no hay quien lo calle, y que entrena a sus palabras para que hagan blanco ahí donde más duele. El tipo, nervioso, se limpia las gafas, vuelve a ponérselas y balbucea antes de contestar:
-Sí. Queda claro.
-Muy bien, ahora paguemos la puta cuenta y dejemos algo de propina para que el camarero le compre algo bonito a su hijo. Tengo cosas que hacer.
Salen del restaurante poco después, Víctor ajustándose la corbata porque sabe que hay lugares en los que hay que llevar el nudo bien puesto, y se despide de Miguel Berné en las escaleras que bajan hasta el aparcamiento. Mientras ese hombre gordito se marcha en su desvencijado vehículo, Bastida aguarda, pensativo. Las cosas están bastante peliagudas. El propietario de aquel restaurante es amigo suyo, y ambos comparten un contacto en común, el señor Gálvez. Normalmente le invitan a comer ahí, y lo despiden con un obsequio, una buena botella de vino, pero esa noche ha tenido que pagar hasta el último céntimo, lo cual quiere decir que la policía está siguiendo todos los movimientos de esa maldita trama económica en la que jamás debió involucrarse. Lo supo desde el primer momento, cuando Sunny Heart, Trista, le presentó a su hermano, un tío esquelético y con ojos gigantescos de chiflado, que le dijo que trabajaba para un hombre muy importante que podía hacer aparecer toneladas de dinero chasqueando los dedos como si fuese un mago de las finanzas. Y la zorra de Trista le animó para que formara parte de esos negocios, y al tiempo que sus novelas empezaron a tener un éxito aún mayor, a cambio de ciertos favores, como invertir capital en determinados proyectos urbanísticos o presentar inauguraciones de centros culturales que brotaban como setas, él empezó a recibir regalos, como la Joya en Blanco, unos cuantos coches de lujo e incluso una casa en las montañas. Pero ahora la policía acechaba, y existía el problema de que se abalanzaran sobre él como bestias hambrientas. Y Víctor Bastida no quiere terminar sus próximas novelas en una pequeña celda.
Suspira. Aunque una celda es mejor que destinos más variados. Por ejemplo, hace casi un año que nadie sabe nada del hermano de Sunny Heart. Ha desaparecido, como si también formara parte de un truco de magia. Hay quien dice que se ha esfumado con todo el dinero que podía reunir y quien asegura que está enterrado en algún descampado, después de no pagar todo lo que le debía a Gálvez o de amenazar con convertirse en testigo en el juicio que se estaba organizando.
Desciende las escaleras hacia su vehículo, un elegante Jaguar XK 140 Coupé de color azul, cuando ve a un hombre apoyado en el lateral del coche. Su primer impulso es gritarle que se aleje, pero hay algo en ese tipo que le hace quedarse callado. Es alto, terriblemente alto, y va envuelto en una larga gabardina negra que le llega hasta el suelo, las manos metidas en los bolsillos. No parece especialmente fuerte, pero sí lo bastante como para tumbar a un escritor como él. Pero lo peor de todo no es su físico, ni su rostro, que parece labrado en cera, con los rasgos tan afilados que cualquiera podría pensar que cortan. Sus ojos son pequeños y fríos como la piedra. Sin embargo, tampoco es eso lo que asusta a Víctor Bastida, sino su presencia; a pesar de que el aparcamiento está iluminado por varias farolas y que las estrellas y la luz de la luna también caen sobre los vehículos empapándolos con un tono pálido y enfermizo, aquel hombre parece rodeado de sombras.
-Si ha venido a que le firme algún libro – le dice, rodeando el vehículo para introducirse en el Jaguar por el lado opuesto al que aquel misterioso hombre se encuentra -, tendrá que esperar a la próxima presentación. Los escritores también tenemos nuestros horarios de descanso.
A decir verdad sus palabras no suenan tan contundentes como pretende. De hecho, el aludido ni se inmuta, y simplemente gira sobre sus talones para seguirlo con la mirada. No es que sea inexpresivo, es que en su semblante no parece que pueda existir emoción alguna. Tiene el pelo negro peinado hacia atrás, el ceño unido de tanto fruncirlo y los ojos son similares, ahora que se fija bien, no tanto a piedras como a los inertes ojos de una muñeca de porcelana.
-Me llamo Enzo Carbonell – se presenta con voz átona.
-Encantado, Enzocarbonell – contesta Víctor, buscando las llaves de su coche en su bolsillo. Las encuentra y se dispone a meterlas en la cerradura -. Ahora, si no le importa, ¿podría apartarse de mi coche? Voy a ponerlo en marcha y no me gustaría que mis ruedas pasaran por encima de esa gabardina tan elegante que lleva puesta.
-Represento los intereses del Señor Gálvez.
<<Mierda>>.
Su mano permanece en la llave pero no llega a abrir la puerta. Muy despacio, esforzándose por controlar los latidos de su corazón desbocado, levanta la cabeza. Enzo Carbonell aguarda al otro lado del capó, las manos en los bolsillos, estudiándolo con la mirada como si fuese una rana en la mesa de disección. No es del tipo de gente con la que Gálvez se deja ver, pero supone que es un elemento importante de su conglomerado de negocios. Uno no gana dinero a raudales rodeado de cantantes, artistas y políticos, necesita un demiurgo que ponga algo de orden en ese caos.
Enzo Carbonell tiene toda la pinta de ser ese demiurgo.
-No creo que sea una buena idea que nos vean juntos en este aparcamiento, señor Carbonell. Si Gálvez quiere hablar conmigo, le telefonearé en cuanto llegue a casa y...
-Nada de teléfonos. Su línea, señor Bastida, está pinchada. La policía lo escucha todo. Si quiere hablar con él, tendrá que hacerlo a partir de mí.
-¿No puede dejar de lado esa charla de autómata?
Silencio. Víctor Bastida ríe, nervioso, y se apoya en la ventanilla.
-Muy bien, ¿qué es lo que quiere Gálvez?
-El dinero que le debe. Dos mil millones. Antes de dos días.
-¡Ya se lo dije hace un mes! - exclama Bastida, extendiendo mucho los brazos -. Tengo su maldito dinero, pero también tengo a la policía vigilando lo que sale y entra en cada una de mis cuentas. No puedo hacer desaparecer dos mil millones de un plumazo, el que sabe hacer trucos de...
Una música estridente lo interrumpe, una melodía polifónica que parece pertenecer a los teléfonos móviles de una década antes. Carbonell levanta una mano para hacerle callar y con la otra saca un teléfono viejo y negro del bolsillo de su gabardina, pulsa una tecla y se lo lleva al oído.
-Enzo – silencio. Alguien le habla desde el otro lado de la línea, pero Víctor no puede deducir sobre qué trata la conversación porque el rostro de ese tipo es más inescrutable que los designios de Dios -. ¿El concejal? Sí, venció el plazo. ¿Esta misma noche? Ya hicimos la advertencia...
-Oiga, tengo un poco de prisa...
De nuevo, aquella mano silenciosa exigiéndola que permaneciera en el sitio. Víctor Bastida aguarda, retorciéndose los dedos con inquietud y mirando fijamente la punta de sus zapatos. Ninguna noche que empieza con un taco de salmón con suspiro de Idiazabal y sopa de fruta de la pasión debería acabar con un encuentro tan tenso en un aparcamiento, pero los escritores de la Realidad suelen ser bastante cabrones.
-Acudiré esta misma noche. Antes de una hora, entendido. No se preocupe, sólo envíeme la dirección.
Cuelga el teléfono y lo guarda en el bolsillo. En ningún momento ha dejado de contemplar a Víctor Bastida.
-Al Señor Gálvez no le importan sus problemas, caballero. Este barco se está hundiendo y es el momento de repartir el dinero que nos debemos para poder comprar la entrada a los botes salvavidas. Si no está dispuesto, o no encuentra la manera de reunir el dinero antes de dos días... No sólo no subirá a un barco salvavidas, sino que nosotros mismos nos encargaremos de arrojarlo por la borda para que no entorpezca a los demás. ¿Queda claro?
-¿Es esto una amenaza?
-Usted es el escritor. Imagíneselo.
Y sin mediar más palabra, se da la vuelta y se marcha. Víctor Bastida permanece inmóvil un rato más, odiando al hermano desaparecido de Sunny Heart y preguntándose donde diablos habrían acabado sus huesos. Observa a ese hombre de rostro de cera, rodeado en sombras, sumergirse en la oscuridad hasta que, de pronto, parece desvanecerse.
6
Jorge está sentado sobre el respaldo de un banco de madera del parque cercano a su casa. Pablo lo encuentra porque sabe dónde buscarlo y, sin pronunciar palabra, sin que sea necesario que ninguno de los dos intercambien siquiera un saludo, camina hacia él y se sienta a su lado. Es de noche y no hay un alma, sólo árboles y hierbajos descuidados. El único ruido es el ladrido distante de un perro y el chasquido de los aspersores, que lo salpican todo.
-¿Quieres uno? - le pregunta Pablo, sacando su paquete de tabaco.
Jorge lo rechaza con un gesto de la mano, así que Pablo toma un único cigarro y se lo enciende. Silencio. Su amigo está ligeramente encorvado hacia delante, con los antebrazos apoyados en las rodillas y sus ojos pardos miran el parque sin ver nada al otro lado de unas gafas de cristal. Tiene el pelo negro y revuelto, y un mechón rebelde le cae sobre la frente.
-¿Ha pasado algo más, Jorge?
-Mis padres no pueden pagar el colegio de mi hermana. Me he enterado nada más entrar en casa. Así que probablemente tampoco puedan pagarme la Universidad, y eso que sólo me queda un año... Y con el nuevo sistema de becas, a saber cuantas pollas tendría que chupar para conseguir unos pocos céntimos.
-Lo siento.
-¿Has hablado ya con Leo?
-No, sólo con Ángela, después de que os marcharais.
-Así que supongo que vas a intentar convencerme a mí primero para tener un punto de apoyo desde el que arrastrarle a él. ¿Has conseguido convencer a Ángela?
-Ángela está conmigo, sí.
Jorge deja escapar una carcajada. Es un tipo listo, sereno y frío, que cumple con el perfil analítico y distanciado de todo estudiante de matemáticas, pero en ese momento parece roto por dentro. Su propio personaje le está fallando.
-No sé por qué, no me extraña, los dos tenéis medio millar de bandadas de pájaros revoloteando por la cabeza. Pero Leo tiene razón. Yo soy estudiante de Matemáticas, tu de Periodismo, Blanca se dedica a hacer amuletos y tonterías que malvende y Leo, el poco dinero que consigue, lo hace arreglando motos de amigos. No podemos atracar un banco. Por muy complejo que sea el plan, no estamos preparados para...
-El principal plan es que no existe un plan.
Jorge se vuelve hacia él, una ceja enarcada.
-No pretendo interferir en las cámaras de seguridad, sobornar a alguien de dentro o abrir un túnel que nos lleve hasta la caja fuerte. Cuantos más detalles forman un proyecto, más posible es que alguno de ellos falle y todo se desmorone.
-Entonces, ¿vas a entrar y a pedir el dinero amablemente?
-Pretendo robar un coche, para lo que sí que necesito a Leo. Luego conducimos hasta el banco, tres de nosotros se enfundan pasamontañas, entran, exigen que pongan todo el dinero en una bolsa y nos largamos echando leches sin hacer daño a nadie. El conductor espera a que estemos todos, arranca y desaparecemos, todo en menos de un minuto... No necesitamos una fortuna, sólo lo justo para saldar nuestras deudas y un poquito más para sobrevivir. Después abandonamos el coche en algún descampado, le prendemos fuego y nos pasamos una buena temporada lejos, como si fuésemos un grupo de amigos de vacaciones, mientras se calman los humos.
-Muy bien. A tu plan le veo bastantes errores – Jorge levanta un dedo -. Para empezar no tenemos armas...
-Mi padre tiene licencia. Podemos conseguir dos pistolas, sólo por si acaso. El tercer arma puede ser falsa; al fin y al cabo no vamos a disparar a nadie.
Segundo dedo.
-Por muchos pasamontañas que llevemos puestos, puede haber algún sistema para identificarnos...
-¿Estás seguro? El Solitario, usando ridículos disfraces, atracó más de veinte bancos entre 1993 y 2007, y sólo al final lo atraparon.
-Pero lo atraparon.
-Pero nosotros no vamos a estar atracando bancos hasta que nos detengan. Vamos a llevar a cabo un único golpe, sin muertos, tan rápido que la policía se dará cuenta de lo que ha ocurrido cuando ya nos hayamos marchado. No pretendo ni apretar el gatillo para hacer un disparo de advertencia. Rápido y silencioso.
-Es una locura, Pablo.
-También es una locura que tu hermana pequeña no pueda ir al colegio, que tú tengas que dejar la Universidad cuando eres uno de sus mejores alumnos y que vayan a echaros de casa sólo porque un banco de mierda hizo firmar a tus padres unos documentos llenos de estafas. Es una locura que gente que se ha pasado la vida trabajando acabe en la calle porque unos pocos están jugando a repartirse el dinero de los demás.
-¿Y qué puedo hacer yo frente a eso? - exclama Jorge, incorporándose.
Pablo se encoge de hombros, como si la respuesta fuese obvia.
-¿Que qué puedes hacer? No lo sé, pero ver como tu familia se muere de hambre no me parece la respuesta más lógica a una situación como esta. Podemos conseguir el dinero, podemos dar un puñetazo en la cara a este sistema rancio y, por una puñetera vez, ser verdaderamente libres.
-Eso es lo que tú pretendes, ¿verdad? - el perro sigue ladrando -. Ser libre. Tus padres tienen pasta; quizá no sean millonarios, pero vivís bien. El problema es que te aburres tanto con tu vida que necesitas hacer algo inimaginable, una chaladura que conseguirá llevarnos a todos a la cárcel.
-Tú no sabes nada de mi familia, Jorge. También tenemos problemas. Pero los motivos por los que hago esto me los guardo para mí, lo único que pretendo saber es si los tuyos te van a permitir quedarte de brazos cruzados.
-¿Vais a ir a hablar con Leo?
-En cuanto terminemos esta conversación iré al hospital, sí.
Jorge vuelve a sentarse, a apoyar los brazos en sus piernas, a mirar sin ver. La brisa susurra entre las hojas de los árboles y el sonido de los aspersores inunda el silencio. Pablo permanece de pie, fingiendo consultar su teléfono móvil, hasta que su amigo levanta la cabeza hacia él. Tiene una expresión extraña, una mezcla de miedo y ansiedad.
-En principio me apunto, pero con la posibilidad de echarme atrás cuando me de la gana. Quiero ver hasta donde sois capaces de llevar esta estupidez y pararos los pies si se os va demasiado la cabeza.
-Gracias, Jorge. Gracias.
-Puedo echarme atrás cuando quiera.
Pero eso a Pablo no le preocupa.
Jorge no va a echarse atrás.
Jorge es de los buenos.