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Ega tierra, ega visión y ega sombra. Tres runas inscritas en el tronco del árbol. Fuente, efecto y modo, las tres al servicio del cazador.
La presa estaba cerca. Sentía las sensaciones de la caza, las mismas que el primer día.
Recordaba aquella primera caza con el señor Robinson. Yo por aquel entonces era un joven pedante, seguro de mí mismo. Nadie podía hacerme daño con mi inteligencia y mi dominio de las runas. Mi maestro era mucho más perspicaz de lo que yo imaginaba, se percató de mis ganas de demostrar mis habilidades y me dejó ahogarme en mi vanidad.
Mi primera presa fué un scer, uno grande. Lo tenía todo listo: diez inscripciones de seguimiento en árboles, tres grandes de impacto que me habían llevado una semana cargar en unas rocas y una de sombra pura, con fuente luz, por si la cosa se complicaba. En total catoce inscripciones repartidas por todo el bosque, a la espera del gran momento en el que una presa digna apareciera.
Percibí las primeras señales de las inscripciones de seguimiento muy temprano. La tensión del momento y las ganas de demostrar mi ingenio primaban como sensaciones. He pensado mucho tiempo en aquella primera vez, intentando comprender los errores que tuve. Al principio me excusé en haber salido demasiado temprano, pero con el tiempo determiné que aquello no era más que una burda excusa. Mi error fué querer demostrar que era capaz de hacer algo que todavía no entendía y para lo que no estaba preparado.
Al acercarme a las inscripciones de seguimiento, la dirección se marcaba con claridad. Largas línas de sombra indicaban a mis ojos la dirección y velocidad de la presa. Tomaban como fuente la propia vida del árbol, fuí estúpido hasta para eso. Pero, aunque ese fué uno de los últimos errores que aprendí a lo largo de mi aventura, no quiero adelantar nada. La vida del árbol era fuerte, segura e inmóvil, me parecieron buenos puntos en aquel momento.
Lo ví entre unos arbustos. El scer se alzaba en toda su altura, casi tres metros de humanoide de piel gris oscuro, sin pelo y grandes ojos profundamente oscuros, de un gris mucho más sombrío. Como dije antes, era grande. No sólo por su altura, sino por el tamaño de sus músculos. Un gran torso ancho y fuerte, unas extremidades inferiores enormes, rematadas por garras afiladas como el filo de la mejor de las espadas. Y dos grandes colmillos que casi sobresalían de sus fauces. Sería una buena captura.
No estábamos lejos de la primera inscripción de impacto. Trazé mentalmente una línea entre la inscripción y el scer, e intenté colocarme sobre ella. Lo atraería, conmigo como cebo. No se imaginaría que un joven chico humano hubiera preparado un gran recibimiento para él.
Apenas tuve que hacerme notar para que el scer se abalanzara sobre mí a gran velocidad. Veía el hambre en sus ojos, y me sentía impresionado por su extraña habilidad de moverse con rapidez en el más completo silencio. Una runa escucha no serviría de nada contra un scer, pero eso yo ya lo sabía.
No tardé mucho en llegar a la inscripción, puesto que ya me había asegurado de hacerme notar estando mucho más próximo a ella que al scer. Me agazapé tras unas rocas, y observé la roca trampa inscrita apenas unos metros delante de mí. El scer se acercó sin disminuir su velocidad, pero rodeó la trampa como si fuera consciente del peligro que representaba. "Es listo. No me extraña que haya llegado a ese tamaño" pensé.
Ahora tenía un problema. El scer estaba muy cerca, podía olerme y se había percatado de la trampa. Tenía un problema, pero lejos de rebajar mis expectativas, continué en el empeño de cazarlo. Sería mío a cualquier precio. Me dirigí a la segunda inscripción de impacto, no demasiado lejos de la primera. Tendría que correr un poco, sin duda, pero merecería la pena.
El scer me ganaba terreno rápidamente, y yo tenía dificultades en encontrar el lugar exacto de la inscripción. A toda velocidad y siendo consciente del peligro, me interné en unos arbustos para que le costara más alcanzarme. Y por fin encontré la piedra, grabada con sus maravillosas runas. El scer no la vería, estaba bien oculta.
Llegó incluso antes de lo previsto, y para mi alegría, pasó por encima de la inscripción. La piedra saltó disparada por una gran fuerza hacia arriba, una fuerza que había tardado varios días en almacenar. Desgarró parte de su torso, pero no fué un impacto limpio. El scer seguía vivo, enfadado y hambriento en su inquietante silencio. En ese momento, temí por mi vida.
Era el momento de abandonar el plan. Encontraría la inscripción de sombra y me ocultaría hasta que la bestia se cansara de buscar. No era un mal plan, dadas las circunstancias. Además, no estaba lejos. El problema era que el scer estaba casi encima de mí, y aun herido superaría mi velocidad por mucho. Tomé la decisión de coger un rodeo, pasaría por zonas frondosas de árboles donde el scer tendría dificultades en moverse rápido debido a su tamaño.
No podía mirar hacia atrás, pero estoy seguro de que en un par de ocasiones sentí la brisa de sus garras delanteras a punto de alcanzarme. Ni siquiera a esa distancia era capaz de oirlo, probablemente su silencio sería alguna extraña facultad rúnica que todavía los humanos no habían logrado descifrar.
LLegué a la zona de sombra, y en una rápida finta me introduje en la esfera de oscuridad. Aún no había salido el sol, así que le costaría mucho encontrarme. Sin embargo, desde ese momento le perdí la pista. No sabía donde estaba, y eso me inquietaba más aún. Mis ojos entraron en pánico y comencé a buscarlo desesperadamente. Sabía que no podría oirlo acercarse, así que ni siquiera me permitía pestañear.
No había inscripciones de seguimiento cerca, así que estaba sordo y casi ciego. Y para mi desgracia, fruto de mi ignoracia había puesto como fuente de la sombra la luz, una luz que antes del amanecer era totalmente insuficiente. La fuente se agotaría pronto, y entonces sería la presa perfecta. Estaba lejos de la última inscripción de impacto, en medio del bosque y completamente solo en mi torpe vanidad.