Estoy leyendo "Tempestades de Acero" y me encuentro con la verdadera condición humana. La de aquellos que se enterraban bajo tierra, apenas durmiendo una o dos horas con suerte al día a la atención de un ataque enemigo. Que se encontraban al acecho de un ataque de la artillería enemiga que les despedazara o, con suerte, la metralla le dejara inutilizada una extremidad. Que padecían en las trincheras una humedad y frío horrorosos bajo una lluvia casi diaria donde el único aliento era la sopa de guisantes del almuerzo.
De día a cavar, guardia, mover paja y llevar víveres. De noche dormir unos minutos, guardia en un puesto avanzado y rezar para no dormirte cuando no te toca.