EL JUICIO DE LA LIGA
Candidata: Leona
Fecha: 1 de julio, 21 CLE
OBSERVACIÓN
Los movimientos de Leona son suaves, premeditados. Su paso, aunque elegante, no es el orgulloso paso de una noble. Sus pasos son los de una guerrera.
Aunque su armadura y figura le otorgan un aire sofisticado, está claro que nunca ha visto un lugar como la Academia de la Guerra. Acaricia con un dedo los suaves grabados de la puerta de mármol de la Cámara de los reflejos y se sobresalta cuando se abren. A regañadientes, se adentra en las entrañas de la oscuridad que se apresta a abrazarla.
REFLEXIÓN
Pensativa, Leona canaliza energía a su escudo, deseando que la luz del sol emane de él. Aunque domina la técnica, la oscuridad sigue envolviéndola. Ninguna rakkoriana teme a las sombras, pero Leona se siente curiosamente vulnerable sin los rayos del sol. ¿Ya depende tanto de ellos? Los recuerdos de su despertar siguen vivos, aunque el sol ha completado casi la mitad de su ciclo desde entonces.
Una ráfaga de viento hace que se le ponga la piel de gallina como ya sucediera en otras ocasiones, y allí estaba otra vez, en las nevadas laderas del monte Targon, el día de su iniciación. El viento invernal de Targon tenía un fuerte olor a sangre procedente de los adolescentes “indignos” reclamados por el Rito de Kor. Era una ceremonia espeluznante, aunque, dado los limitados recursos alimenticios de Targon, necesaria. Hasta el solsticio de su decimosexto año, todo niño rakkoriano se entrenaba y aprendía, preparándose para aquella batalla transcendental.
Leona conocía a todos y cada uno de los caídos aquel día. Trataba de ignorar la agobiante idea de que podían haber muerto por su culpa. Muchas veces se había interpuesto entre ellos y otros niños más agresivos. Le encantaba frustrar a los matones. ¿Había sido egoísta? Sus instructores insistían en que una batalla no luchada era una lección perdida, que les estaba haciendo más mal que bien. Pero Leona no podía sentarse de brazos cruzados mientras sus amigos sufrían.
Ahora estaban muertos. Quizás los instructores tenían razón.
Buscó la mirada de los padres que contemplaban todo, preguntándose cómo podían permitir que sus hijos fueran masacrados. Más adelante, comprendería que el Kor era una prueba igual de dura para los espectadores que para los participantes. Era un ritual destinado a comprender y a aceptar el modo de vida rakkoriano. Tener éxito significaba ganarse un lugar en la tribu, que te permitieran esgrimir terroríficas armas reliquias de tus ancestros, estar preparada para los sacrificios que se esperarían de ti. Fracasar significaba enriquecer el suelo rakkoriano con tu cuerpo y sangre. Incluso muerta, debías ser útil para la tribu.
Le tocaba.
Alrededor del pozo, los guerreros golpeaban sus escudos gritando y animando, intentando hacerse oír sobre el rugido del viento. El frío calaba hasta el tuétano. Leona recibió un pequeño broquel y una espada corta. Su rival, Molik, iba armado con una lanza y un escudo.
En conjunto, Molik era un mal guerrero. Era lento y no dominaba los pies. Un barrido a tiempo siempre lo derribaba. Era uno de los chicos a los que Leona solía defender y, ahora, la muchacha sería su verdugo. Los padres del chicho, con rostros lúgubres, destacaban entre la multitud. Conocían los fracasos de su hijo. Los padres de Leona observaban expectantes. Hoy cesarían las preocupaciones sobre su hija. Dejaría un lado su inconformismo o moriría con él. La compasión no tenía cabida entre los rakkorianos.
Leona no quería morir.
Miró a Molik. La mirada del chico era tensa como el acero. En otro momento y lugar, hubiera tenido una sonrisa bobalicona en el rostro y le estaría contando a Leona cuánto le gustaba trabajar la madera. Su habilidad con el cuchillo de tallar era de envidiar, aunque no se reflejaba en absoluto en su habilidad con la espada. Ahora, era un guerrero rakkoriano: sin emociones, sin piedad.
Con un grito del líder, se dio inicio al combate. Molik aulló y se lanzó hacia delante, con su lanza apuntando al corazón de Leona. Ella esquivó el golpe con su broquel y le pegó una patada en las espinillas. Molik calló hacia delante con un grito de sorpresa, logrando rodar. Movió la lanza en un barrido circular con la esperanza de pillar desequilibrada a Leona, pero era demasiado rápida para él.
Leona levantó una pierna y dio un fuerte pisotón astillando la punta de la lanza con el pie desnudo. Molik retrocedió, moviendo el escudo en un gran arco. Se movía despacio, de forma predecible. Leona se lanzó hacia adelante, esquivando el escudo de Molik por debajo. Dentro de las defensas del chico, Leona le dio un golpe en las costillas con la espada plana. Él se dobló por la mitad, agarrándose el costado con el brazo en el que llevaba el escudo. Leona colocó la espada frente al rostro del chico.
Su derrota, aunque de esperar, había sido decepcionante. La muchacha captó la mirada del padre de Molik y solo vio vergüenza. El propio Molik parecía estar a punto de echarse a llorar. Sabía que era su último día, pero el muchacho había albergado la esperanza de morir de un modo más digno. Había tenido la esperanza de que sus padres lo animaran en su última batalla.
Leona no podía soportarlo.
Tiró la espada y el broquel al suelo y encaró a Jagen, el líder del Kor.
“Acaba con él” le ordenó el hombre con el ceño fruncido.
Ella le sostuvo la mirada. "No”.
La multitud enmudeció. Leona pudo distinguir el grito ahogado de horror de su madre. Le había arruinado el día a su familia. Al menos, sus actos vergonzosos dejarían en nada la triste actuación de Molik. Jagen le hizo un gesto a Pantheon, que estaba a su lado salpicado de sangre de su propio Kor. El muchacho de un solo salto se plantó a su lado. Aterrizó cerca.
“Tienes que hacerlo, Leona". No habría más advertencias.
La muchacha no apartó la vista de Jagen. “No lo haré”.
Jagen bajó al pozo. “Solo hay un castigo para los crímenes contra la tribu”. Hizo un gesto con la mano y un grupo de lanceros rodeó a Leona. “Como bien sabes”.
Leona suspiró. Trataba de decidir sin éxito cuál quería que fuese su último pensamiento. En lugar de eso, dejó caer la cabeza hacia atrás y contempló el sol. Juraría que podía sentir cómo su calor se abría paso entre los vientos helados de Targon.
Entonces, su mundo se convirtió en una luz cegadora.
Abrió los ojos, esperando ver a Jagen y al resto caídos en el suelo como sucediera aquel día. Esperaba ver a los rakkorianos pasmados, con los rostros llenos de una mezcla de asombro y terror. Hasta aquel día, nunca había visto terror en las caras de los adultos de su tribu.
Pero Jagen estaba frente a ella. El recuerdo no debía ser así. El hombre sostenía la base de una lanza en su mano derecha. Leona siguió el asta del arma y vio que tenía la punta clavada en el estómago, en mitad de un charco de sangre.
De pronto, Leona no podía respirar.
“Las cosas no deberían haber sido así, Leona”. En la voz de Jagen no quedaba rastro de amenaza. De pronto resultaba extrañamente dulce, casi tranquilizadora.
Leona escupió. Le salía sangre de la herida, se le nubló la vista.
"¿Esto es lo que eres sin el sol?”. El hombre empujó la lanza.
Hasta ese instante, todo lo que podía sentir era sorpresa. De pronto, un dolor lacerante invadió todo su cuerpo. Era justo lo que necesitaba.
Los ojos de Leona se enfocaron. En los años transcurridos desde su despertar, siempre se había lamentado de forzar al sol a venir en su ayuda. Era Leona, amanecer radiante y era el avatar solar de Runaterra. Su deber era servir al sol y no al contrario.
Con un ágil golpe de su mano derecha, partió el asta de la lanza. Jagen abrió los ojos de par en par. Leona cerró el puño y le hizo retroceder a golpes por todo el templo. El hombre se tambaleó.
“El sol nunca me abandona”. Le alcanzó de lleno en el pecho con una patada, haciéndolo caer. Entonces se sitúo sobre él, dejando que la sangre le goteara en la cara.
Para sorpresa de Leona, el hombre rió.
"¿Por qué quieres unirte a la Liga, Leona?".
Se quedó helada. La había pillado totalmente por sorpresa.
“Venga, ¿por qué quieres unirte a la Liga?”. El tono del hombre era jovial, triunfante.
Leona inspiro profundamente. “Soy la elegida de sol. Debería de ser un honor para la Liga...”
“Estoy convencido de que eso crees”. Jagen sonrió. “Pero hay algo más”.
Leona dudó un instante. Las palabras del hombre tenían algo de cierto.
“Quieres compensarlos” dijo. “Quieres compensar a los niños rakkorianos a los que no pudiste proteger”.
Leona se mordió la lengua.
"¿Es agradable desnudar la mente?".
Jagen sabía que no obtendría respuesta. Desapareció y Leona volvía a estar en la Academia, aunque apenas era consciente. Permaneció alicaída durante lo que parecieron horas con el escudo colgando sin fuerza a un lado. De pronto, una débil luz surgió de él.
Entonces se dio cuenta: tal vez el motivo por el que había salvado la vida era el que Jagen le había dicho. Era lo que quería hacer de verdad. Se irguió y el sol ardía brillante en su escudo. La Liga de Leyendas tendría a la campeona del sol.