¡Con motivo del cuarto aniversario de FINAL FANTASY XIV os ofrecemos echarle un vistazo a las vidas de algunos personajes principales con los Relatos de la Tormenta! Hoy os invitamos a leer la primera de las cuatro entregas: La Importancia de un Nombre.
Los Relatos de la Tormenta pueden contener spoilers de la historia principal.
La Importancia de un Nombre
“Así sin más. Otro escuadrón. Perdido.”
Conrad se encorvó mientras suspiraba y mascullaba entre dientes. ¿Maldecía a los dioses o a sí mismo? M’naago observó sus ojos. Ya no se fijaban ni en ella ni en nada. ¿Qué ves? Apostaría a que son las caras de los pobres desdichados a los que enviaste al East End. Algunos de los mejores.
Ninguno sobrevivió a la emboscada.
La Resistencia Ala Mhigana estaba compuesta por innumerables divisiones, y la gente de Rhalgr’s Reach solo era una de ellas. Por su naturaleza jamás habría podido ser derrotada por el ejército imperial. Aún así, la pérdida de tantos soldados experimentados, algunos de los cuales habían estado al pie del cañón durante casi veinte años, se iba a sentir profundamente. Hasta una jodida novata como yo puede ver eso. M’naago se aclaró la garganta.
“Señor, no sabemos si los imperiales encontraron el túnel, pero incluso aunque no lo hubieran hecho… sin nuestros hombres para guiarlos, probablemente nuestros camaradas de Ul’dah estén aislados”.
Por el rabillo del ojo M’naago atisbó a Meffrid frunciendo el ceño. Bueno, si tú no vas a decirlo…
“Señor, si me permite… ¿quién es esta gente, y por qué estamos arriesgando tanto para llevarlos al lado equivocado del maldito Muro de Baelsar?”
La pregunta obvia recibió brazos cruzados y miradas furtivas como respuesta. Al rato, Conrad se pronunció.
“Son los Vástagos del Séptimo Amanecer. Viejos amigos. Una es la hija de Curtis Hext.”
¿La voz de la rebelión? ¿El hombre que escupió en la cara del rey loco? M’naago no estaba segura de la respuesta que esperaba, pero no era esta. Pues sí, soy una jodida novata…
“Se llama Yda”, continuó Conrad. “Huyó a Sharlayan después de la ocupación. Me contaron que aprendió un montón allí, pero que nunca se olvidó de nosotros. Yda nos ha estado ayudando durante años como Vástago.”
M’naago había oído hablar de los Vástagos. Algunos los llamaban los “Salvadores de Eorzea”. Pero se habían visto envueltos en las intrigas políticas de la élite de Ul’dah y ahora la gente comentaba que habían asesinado a la sultana. Parece que Yda y su camarada habían contactado con la Resistencia para encontrar la forma de escapar de la justicia. El escuadrón del East End era su última esperanza…
O eso pensaba M’naago.
“No nos queda otra que ir a buscarlos nosotros mismos”, dijo Conrad.
Las hojas giraban y se arremolinaban mientras caían al suelo, observadas por dos pares de ojos entre la maleza.
“Todo esto por dos personas. No es como él.”
M’naago se arrodilló con una flecha dispuesta en su arco, intentando desesperadamente ignorar sus propios latidos. Dios, no soporto la espera.
“Confía en el grandullón. No se arriesgaría si no mereciese la pena.”
Meffrid, a quien le habían confiado el entrenamiento de M’naago, siempre había sido la voz de la razón. Antes le había explicado cómo los Vástagos habían sido un elemento clave en la lucha de la Alianza Eorzeana contra la XIVª Legión—cómo sus tropas habían liderado un ataque a Castrum Meridianum durante la Operación Arconte, ataque en el que Gaius van Baelsar había sido derrotado. Unos aliados tan poderosos serían de gran valor para conseguir el apoyo de la Alianza, y sin ella no había esperanzas de liberar Ala Mhigo. M’naago frunció el ceño.
“Si tú lo dices…”
Meffrid miró de soslayo y suspiró.
“Entre nosotros, creo que tiene la intención de reclutarla. Quizás incluso la prepare para algún puesto importante.”
“¿A quién? ¿A Yda?”
“Piénsalo. ¿La hija de un héroe revolucionario, regresando para luchar por la libertad de su tierra natal? Esa historia conmovería a todo el mundo. Todo un estandarte al que la gente seguiría en masa.”
Sí, un cuento de bardo. Una chica que ha estado fuera durante veinte años. Justo lo que necesitamos.
“Los símbolos tienen poder”, continuó diciendo. “¿Has oído hablar del Grifo?”
Ella asintió. Un puto demente y sus Enmascarados clamando venganza a los cuatro vientos. Nadie conocía su verdadera identidad, aunque hay quienes afirmaban que era un pariente lejano de Theodoric. Algunos incluso pensaban que eso era algo bueno. Cualquiera es mejor que los garleanos, ¿no? Joder. Ya hemos tenido suficientes reyes.
Se escuchó el gañido de un halcón.
“Hay que irse, muchacha. ¡Vamos, arriba!”
La pareja salió de entre los matorrales y corrió hacia las rocas. La entrada estaba bien oculta y no mostraba señales de haber sido utilizada recientemente. Poco rato después, mientras se arrastraban a través de un estrecho túnel excavado hace más de una década, M’naago recordó las historias de un sabotaje imperial y cuerpos enterrados bajo una montaña de tierra y piedras. Pensó en Conrad y en los demás. Ahora mismo están luchando. Quizás ahora mismo estén muriendo.
Será mejor que valga la pena.
Ambos estaban hechos polvo cuando por fin llegaron tambaléandose al Brazo. Eran un cuadro. Sangraban y discutían sobre algo de una traición ocurrida en Ul’dah, preocupados por sus compañeros, de quienes se habían separado en mitad del caos. Pero una semana en la Barbería les dejó como nuevos. Hasta cierto punto.
Papalymo, el taumaturgo, siempre asumía que era la persona más inteligente en la sala—una actitud que se volvía más molesta aún por el hecho de que siempre lo era. Yda, por otra parte, era temeraria e impulsiva. Emocional. Pero tenía mano con la gente—conseguía que sonrieran y que pensaran que todo iba a ir bien…
Ambos Vástagos estaban ansiosos por echar una mano y recompensar a la Resistencia, y no pasó mucho tiempo hasta que M’naago empezó a verlos como amigos y camaradas. Pero cuando pensó en lo que Meffrid había dicho sobre las intenciones de Conrad de que Yda pudiera actuar como líder, sencillamente no lo veía. Aún no…
Era un día como cualquier otro. A M’naago y a Yda se les había encargado la tarea de patrullar Castrum Oriens, y se disponían a regresar cuando un agudo gemido rompió el silencio.
“¿Una mujer?”, susurró Yda, repentinamente alarmada. “No… ¡es una niña!”
Los poblados del East End llevaban tiempo abandonados y por los caminos solo transitaban soldados imperiales. Nadie en su sano juicio debería de estar ahí fuera…
“¡Vamos, M’naago!”
Yda ya había salido corriendo. Maldita sea. M’naago trató de seguirle el paso, pero al poco se conformó con no perderla de vista.
Tras correr lo que parecieron varios malms, llegaron al pie de un gran árbol. Tumbado entre sus raíces había un hombre adulto, inconsciente y sangrando por multitud de heridas. Vestía los colores de la Resistencia. Delante de él, sollozaba una niña pequeña. Apuesto a que seguiste el rastro de sangre...
Todo cobró sentido.
“¡Maldita sea, creo que es uno de los miembros del escuadrón que enviamos a buscaros hace un mes! Creía que no había habido supervivientes.”
Yda se arrodilló frente al hombre y empezó a tratar sus heridas. “Ya habrá tiempo para las preguntas después”, dijo ella sin volverse. “Coge a la chica y regresa al Brazo”.
M’naago pestañeó. “¿Eh?”
“Papalymo me habló de esta táctica. Es un señuelo. Seguramente los imperiales también hayan escuchado a la chica. Estarán aquí en nada.”
“¡Entonces tenemos que irnos de aquí! ¡Ambas! ¡O nos quedamos las dos y luchamos!”
“La chica no tiene nada que ver con esto. Alguien tiene que ocuparse de ella. Y este hombre es uno de los nuestros. ¡No podemos dejarlo aquí!”
M’naago miró con furia a Yda. Tres combatientes—uno a las puertas de la muerte—y una niña pequeña llorando. Todo ello al lado de un maldito castrum.
Joder.
M’naago agarró a la chica por el brazo y trató de llevársela. Ella se quedó en el sitio, petrificada. Hay que joderse. M’naago alzó a la chica en brazos y se la cargó al hombro.
“Sigue con vida. Volveré.”
Y se fue corriendo.
M’naago se abrió camino hacia el norte a través del bosque mientras su mente iba a mil. Poner a salvo a la niña, pedir refuerzos—¡Algo se mueve!
Se agachó detrás de un árbol y agudizó el oído.
“¡No puede haber ido lejos!”, gritó una voz.
Mujer, alterada. Ala Mhigana. Madre. Gracias a los Doce.
La mujer vestía pieles de cazador y llevaba un arco colgado a la espalda. Se sobresaltó cuando vio a M’naago, pero corrió hacia ella cuando reconoció a la niña que llevaba en brazos. Intentó darle las gracias mientras cogía a la pequeña, pero M’naago ya se había dado la vuelta y había empezado a correr deshaciendo el camino por el que había venido.
Más te vale seguir viva…
Había cuerpos esparcidos por el claro. Mujeres y hombres con armaduras y colores oscuros. Una patrulla entera…
Estaban todos muertos.
Fue sorteándolos con cuidado, con la mirada fija en la única figura que permanecía en pie, manchada de barro y sangre y jadeando como un animal salvaje.
Se giró en cuanto se acercó, con los puños en alto, mostrando los dientes y gruñiendo.
Válgame Rhalgr…
El tiempo pareció detenerse un instante… y entonces Yda bajó los brazos y se dejó caer de rodillas con la consternación dibujada en el rostro.
“Esto no le va a hacer ninguna gracia a Papalymo.”
Y ciertamente, el taumaturgo le echó la bronca a Yda cuando regresaron a Rhalgr’s Reach. Aunque no podía culparla. Fue estúpido, insensato e imposible de justificar, y aún así… Y aún así…
Algunos días después, cuando Yda ya había tenido tiempo para recuperarse, M’naago la encontró una noche al borde de la Starfall, mirando al Destructor. Justo allí le preguntó a la integrante de los Vástagos si le gustaría unirse a la Resistencia. Pero Yda se negó.
“Curiosamente, no eres la primera persona que me lo pregunta. También le dije que no a Conrad.”
“Pero, ¿por qué? Esta es tu tierra natal—¡esta es tu lucha! O sea, por el amor de dios—¡eres la hija de Curtis Hext! ¿No ves que la gente te seguiría?”
Yda bajó la cabeza y luego volvió a mirar a la gigantesca estatua de Rhalgr.
“Soy su hija—no él. Puede que no sepa muchas cosas, pero sé que eso no es suficiente.”
M’naago abrió la boca para protestar, pero no consiguió encontrar las palabras.
“Papalymo y yo aún tenemos amigos ahí fuera. Gente buena junto a la que hemos luchado muchas veces. Cuando los encontremos, trabajaremos juntos para arreglarlo.”
Se volvió hacia ella y sonrió.
“Al final eso es lo que importa, ¿verdad, Naago?
En un primer momento no estaba segura de cómo responder. Pero M’naago le devolvió la sonrisa. Qué importa cómo nos llamemos la una a la otra, pensó—igual que cuando Lyse le contó la verdad sobre su hermana y la máscara y todo lo demás.
Sigues siendo la misma mujer. La misma amiga. Lucharé a tu lado.
Y también te seguiré.