UNA MENTE PELIGROSA
Leer puede ser muy peligroso. Depende de a quién se lea y cómo se
lea. Un ejemplo: el vértigo resultante de leer a Leo Strauss de la
forma en que el propio Strauss recomienda leer. Este hombre nacido en
Alemania (1899) y muerto en Estados Unidos (1973), judío, fugitivo de
los nazis, de aspecto discreto y carácter afable, fue tal vez la
mente más subversiva y oscura del siglo XX. Apenas tuvo resonancia
pública durante los 20 años que dedicó a enseñar filosofía
política en la Universidad de Chicago (1948-1968): ningún gran medio
le entrevistó, nunca su nombre fue mencionado en_ The New York
Times_.
Una vez fallecido se transformó en un fenómeno. Su obra pareció
convertirse en la clave de los conflictos planetarios. Se le acusó de
haber patrocinado el “imperialismo democrático” que marcó las
presidencias de Ronald Reagan y George W. Bush a través de una secta
de antiguos alumnos, los neoconservadores (Wolfowitz, Perle,
etcétera). Se le atribuyó una fobia profunda hacia todo lo moderno.
En 2004, un célebre documental de la BBC, El poder de las
pesadillas: el auge de la política del miedo, estableció
paralelismos entre Strauss y su contemporáneo egipcio Sayyid Qutb,
uno de los fundadores de los Hermanos Musulmanes y el principal
teórico del islamismo radical. Aquel profesor casi desconocido fue
culpado de la invasión de Irak, del choque de civilizaciones, del
aprovechamiento político del terrorismo y hasta del elitismo y de los
excesos capitalistas.
Es cierto que su obra atemoriza. Primero, por su densidad casi
críptica. Segundo, por sus contradicciones. Tercero, porque cuestiona
el culto al progreso y la razón: Strauss no olvidó que la Razón fue
incapaz de plantear alguna objeción consistente al nazismo. Cuarto,
por su afirmación de que Roma y Jerusalén (o la razón y la
revelación) eran igualmente válidas y esencialmente incompatibles.
Y, sobre todo, por sus enseñanzas sobre la escritura exotérica y
esotérica.
Según él, el filósofo se protege del poder ocultando de forma
consciente parte de su pensamiento: eso es la escritura esotérica, la
que obliga a leer entre líneas y a comprender por igual lo que se
explicita y lo que se omite. Cuando uno se enfrenta a un texto de
Strauss permanece con la duda de si el párrafo es exotérico
(diáfano), esotérico (encriptado) o una simple tomadura de pelo.
¿Por qué debe protegerse el filósofo? Porque posee una verdad
destructiva. Strauss, especialista supremo en Platón, Maimónides y
Heidegger, amigo de Alexandre Kojève (el filósofo-planificador del
Mercado Común Europeo), enemigo declarado del historicismo (según el
cual las ideas están determinadas por el contexto en que se formulan
y son, por tanto, siempre relativas), convencido de que la ciencia y
la razón no conducen necesariamente a resultados positivos, creía
(creo yo) secretamente que ningún régimen político se apoya en una
legitimidad irrefutable; que los conceptos de justicia e injusticia
son casi intercambiables; que el destino humano es la insatisfacción.
De ahí su fe en la democracia liberal. Le parecía el sistema más
capaz de encajar las contradicciones y la incertidumbre. Y de ahí que
propusiera la necesidad de que las democracias liberales fueran
fuertes, agresivas y hasta cierto punto imperialistas: porque, para un
conservador como él, constituían el único dique contra los demás
sistemas, basados, todos, siempre, en alguna Verdad absoluta.