Esperaba la salida del avión, hacia mucho calor, un chicuelo tenia sed y su madre, una pobre mujer de clase media baja, busco con la vista las antiguas fuentes en las que se apretaba un botón y surgía un chorrito de agua, pero habían desaparecido del aeropuerto al igual que los botellones de los que se bebía con un vaso de papel.
Fue al baño y se tropezó con el amenazador cartel de “Agua no potable” y como el niño corría riesgo de deshidratarse a la buena mujer no le quedo mas remedio que meter un euro en una llamativa maquina expendedora adornada con la fotografía de una bella señorita, con el fin de que le proporcionara una botellita de menos de un cuarto de litro de “agua de manantial”.
Como el avión se retrasaba me entretuve en hacer un simple cálculo: aquella infeliz había pagado a cinco euros el litro de agua, cuando potabilizar o desalar mil litros hubiera costado como máximo un euro.
Es decir, había pagado cinco mil veces mas caro algo a lo que tenia derecho por ley y sin opción a elegir si no quería que su pequeño enfermara.
Era como si una barra de pan le hubiera costado mil euros.
Y el gobierno lo consiente, al igual que lo consintieron los anteriores, fueran del color que fueran.
A diario nos quejamos del precio de la gasolina pero sin pretender defender a la aborrecidas empresas petroleras debo admitir que se gastan fortunas en prospecciones, extraen crudo en lugares tan remotos como los polos, los desiertos, las selvas o el fondo de los océanos, lo transportan en enormes buques cisterna a miles de kilómetros de distancia, lo refinan y colocan la gasolina en el surtido a un precio que ronda el euro por litro.
Y si supera ese precio ponemos el grito en el cielo pese a que la salud de nuestros hijos no dependa de ello.
No obstante, un empresario sin escrúpulos, soborna a un político o un funcionario, se apodera de un manantial que en buena ley pertenece a la nación, abre el grifo, llena cinco botellas de plástico- que además no se reciclan y si se reciclan se hace a cargo del estado- las envía con una camioneta a menos de cincuenta kilómetros de distancia, y cobra esa agua-imprescindible para la vida- cinco veces mas cara que la gasolina.
Se me antoja injusto escuchar a nadie lamentarse porque le cobren cinco veces menos por algo que nos llega de Alaska o Dubai, que por algo que llega del pueblo vecino.
En España consumimos unos ciento cincuenta litros de agua embotellada por persona y año, es decir, casi seis mil millones de litros, con un negocio que ronda los veinte mil millones de euros.
En resumen, a cada ciudadano, hombre, mujer, niño o anciano nos están despojando de doscientos euros anuales por un agua que nos pertenece a todos.
Y lo más lacerante de semejante expolio estriba en el hecho de que la totalidad de los manantiales españoles no son capaces de producir ni tan siquiera las dos terceras partes de esos seis mil millones de litros.
El resto es en realidad agua de grifo disfrazada.
Nos la roban, la camuflan, hacen una llamativa campaña publicitaria asegurando que al beberla nos convertiremos en estrellas de cine y nos la revenden cinco mil veces más cara.
Y el gobierno lo consiente, al igual que lo consintieron los anteriores.
¿Hasta que punto puede llegar su grado de corrupción o ineptitud cuando permiten que se quiten las fuentes de agua de los lugares públicos con el fin de favorecer a unas determinadas empresas?
Para la salud de aquel niño era más importante un vaso de agua que el hecho de que alguien estuviera fumando a veinte metros de distancia.
¿Y hasta que punto llega la desidia del ciudadano cuando acepta que su esposa se desriñone cargando botellas desde el supermercado con el fin de que los beneficios de un puñado de canallas crezcan un veinte por ciento anual?
Nuestra ultima esperanza se centra en el hecho de que algún día aprendamos a sobrevivir bebiendo gasolina.
Nos resultara mucho mas barato.