Mito 1: EL PESO DE LAS ARMAS.
Está extendido y es generalmente aceptado el concepto de que las espadas y demás armas medievales pesaban muchísimo, y que tan sólo los hombres más fuertes podían ser guerreros y manejarlas con soltura. He llegado a oír que la famosa Tizona, la espada del Cid, pesaba 11 kilos, y que sólo él podía manejarla. Además, para el profano en la materia es fácil llegar a esta conclusión por la sencilla razón de que nunca ha tenido una espada medieval auténtica en las manos, y porque si ha sostenido alguna espada casi con seguridad habrá sido una de las réplicas para turistas que fabrican en Toledo, y cuyo único objeto es servir como elementos decorativos; Estas "espadas" entre otros defectos serios, están cargadas de adornos y suelen pesar mucho, a causa de una construcción de cara a la galería, pensando únicamente en que la espada tiene que resultar espectacular.
Si las espadas auténticas fuesen realmente así de pesadas, no las habría usado nadie. Pensemos en que a la guerra iban toda clase de hombres, de muy variada condición física, y que todos ellos podían portar espadas, sin ser necesariamente réplicas de un culturista. Todos estos hombres tenían que servirse de un arma que les permitiera un manejo suelto y flexible, además de rápido, pues en una batalla se está rodeado de enemigos y hay que moverse en todas direcciones con presteza. Además el arma debe permitir que se la use durante un espacio de tiempo razonablemente largo sin agotar a su dueño, pues un guerrero agotado es un guerrero muerto, y si no se usaba escudo, la espada debía cumplir tanto la función de ataque como la de defensa, permitiendo pasar de un estado al otro con rapidez. Si las espadas pesasen lo que la gente cree, sólo la podrían usar unos cuantos prodigios de la naturaleza, que a los dos minutos ya se habrían agotado y no sentirían los brazos, y que es probable que no durasen en la batalla más de medio minuto porque llevaban un arma que sólo les permitía atacar, sin apenas posibilidad de defenderse.
Los armeros medievales eran excelentes artesanos que experimentaban hasta conseguir espadas que combinaban a la perfección las cualidades de poder de corte, resistencia, equilibrio y ligereza, que no son nada fáciles de conseguir. Las hojas de las espadas estaban dotadas de acanaladuras o costillas para rebajar el peso, y además las hojas disminuían su grosor según se iban aproximando a la punta para aligerar aún más y dotar de un correcto equilibrado la espada. Las espadas eran cortantes, rápidas, ágiles, resistentes, flexibles y muy caras también. En ocasiones, por necesidades de la guerra, se fabricaban armas de inferior calidad en masa, para poder dotar a algún ejército con rapidez, pero estas espadas nunca fallaban en el aspecto de peso, sino que eran menos resistentes o cortantes, pero permitían que se las manejase con corrección en todo caso. El peso de las espadas que se usan a una mano está entre un kilo 300 gramos y un kilo 600. Las espadas de mano y media, un kilo 600 gramos y dos kilos, las grandes espadas de guerra, unos tres kilos, y los espadones de dos manos usados en el renacimiento rondaban los cuatro kilos y medio.
Por cierto, la espada del Cid era una Jineta árabe, que se usaba a una mano y cuyo peso no superará el kilo 700 gramos.
Por extensión, podemos incluir en lo antes mencionado a todas las demás armas medievales, incluyendo los escudos. También se tiende a creer que los escudos medievales eran grandes y de acero, muy pesados y resistentes. Las Hachas y lanzas, los martillos, las mazas, las armas de asta y demás nunca fueron artefactos demasiado pesados como para impedir su correcto manejo por parte de un hombre normal, y los escudos eran de madera, si acaso con la piel de un buey curtida y tensada encima. Si el escudo pesase demasiado al guerrero se le cansaría el brazo y al poco rato no podría alzarlo para defenderse de los ataques, aparte de que un escudo de madera bien construido se basta para detener los golpes de casi cualquier arma. Se hicieron escudos enteramente de metal, pero siempre eran modelos pequeños , como los broqueles, o versiones más pequeñas de los escudos heráldicos o de lágrima. Los escudos que usaban los ballesteros para guarecerse de las flechas enemigas mientras recargaban sus lentas pero potentísimas ballestas, y que les cubrían el cuerpo entero, se llamaban Paveses, y estaban hechos de mimbre.
Mito 2: LAS ESPADAS ROPERAS.
Este mito está relacionado con el primero, pero a la inversa. La idea general es asociar las roperas del siglo XVII, cuyo manejo se basaba en pelear con la punta del arma, con la esgrima deportiva moderna, que si bien también se basa en tocar con la punta difiere notablemente con la esgrima histórica de las espadas roperas.
Las espadas de esgrima deportiva, el florete, el sable y la espada, están todas inspiradas en armas más modernas, de los siglos XVIII y XIX, y aunque sus dimensiones imitan las de las armas originales, su peso está lejos de llegar al de lo que podría considerarse una auténtica arma. Estas espadas no llegan en ningún caso a los 600 gramos, mientras que las espadas roperas del XVII podían pesar entre un kilo 500 gramos, las más antiguas, y 900 gramos las espadas más evolucionadas y dotadas de hojas de verduguillo. Las roperas estaban dotadas de una hoja de la misma forma que la de una espada de guerra, con forma de diamante y doble filo, solo que alargada y afinada, para permitir también los ataques de corte, y acababan en una punta muy aguda y reforzada que debía ser capaz de atravesar limpiamente a un hombre de parte a parte aunque se encontrara algún hueso en el camino. Estas hojas solían medir más de un metro de largo, normalmente entre 1.05 y 1.15m. Por su parte, las empuñaduras estaban provistas de guardias de lazo o cazoletas, formadas por varios gavilanes o brazos que se entrelazaban entre sí para tratar de conseguir la protección más perfecta posible para la mano del usuario, que normalmente no iba protegida. Estos gavilanes eran de hierro o acero, y pesaban considerablemente, ayudando también a equilibrar la enorme hoja . Una estocada de arma tan poderosa y aguda era potente casi sin poner fuerza en el empeño, y demostraba que nos encontramos ante un auténtica arma diseñada no para lograr tocados, sino para matar con efectividad. El manejo de tales espadas difiere notablemente del de las espadas deportivas modernas, y tiene sus propias técnicas adaptadas al peso , equilibrio y dimensiones de sus armas.
Mito 3: LA ABUNDANCIA DE LAS ESPADAS EN LAS BATALLAS.
Se cree que en las batallas del medioevo abundaban las espadas, y es cosa común ver en las películas que los ejércitos medievales están formados sobre todo por infantes con espadas, aunque éstos sean una tribu o clan de desharrapados pueblerinos reclutados en última instancia. Esto es también falso. Como todos sabemos, ningún arma ha alcanzado el simbolismo y romanticismo de la espada; La espada es un arma, pero también un símbolo; La espada representaba el honor, la rectitud en el combate, el simbolismo del poder y otras cualidades caballerescas precisamente porque los que siempre solían portar espadas eran los adinerados caballeros. Las espadas son sin duda las más difíciles de construir de todas las armas blancas, y los espaderos expertos siempre han sido tenidos en la más alta estima, considerándose su arte como algo secreto, complicado y casi esotérico, que es transmitido de padres a hijos como el más valioso de los tesoros. Todo esto evidentemente era por algo, y es precisamente porque forjar una buena espada es algo tremendamente complicado, y el resultado tenía que ser muy caro por fuerza. Sólo los caballeros o guerreros con cierto poder adquisitivo, o bien los soldados pertenecientes a un ejército profesional y no de levas, podían permitirse tener una espada, a menos que la hubiesen rapiñado del cadáver de algún soldado enemigo, y éstas no eran ni mucho menos las armas predominantes en una batalla. Las hachas, las lanzas, las mazas y garrotes, martillos y segurones, las alabardas y picas eran mucho más abundantes, funcionaban igual de bien e incluso mejor para abatir a un hombre y eran mucho más baratas y fáciles de fabricar que las espadas, y accesibles para el hombre llano. La espada era la más valiosa posesión de su dueño precisamente por lo caras que eran, no por lo bonitas.
Mito 4: LAS ESPADAS-JOYA.
Este mito está relacionado con el anterior. Las denominadas espadas-joya eran unas armas magníficas que estaban adornadas con metales preciosos, pedrería, incrustaciones, grabados, pavonados y ocres al fuego, damasquinados y otras maravillas que las hacían ser prácticamente tesoros. Existe la idea de que sus dueños se servían de ellas para combatir en la guerra, pues sus cualidades superiores las hacían más efectivas en la batalla, pero esto tampoco es cierto. En primer lugar, a nadie se le ocurriría fastidiar el tesoro de la familia empleándolo para combatir y echando a perder así gran parte de su valor intrínseco, y en segundo lugar estas espadas eran "mírame y no me toques". Solían ser encargos particulares o premios concedidos por algún monarca, noble o autoridad religiosa, y su valor como armas era nulo, pues se fabricaban poniendo atención en la riqueza y exquisitez de sus adornos, que requerían un tiempo y coste de fabricación muy superior al de una espada de guerra, y sus propiedades como arma se descuidaban. Estas espadas sólo iban a ser usadas para ceremonias, desfiles o como símbolo de poder y posición, y por tanto su peso, dimensiones y equilibrado no tenían por qué ser los correctos. Las guardias y empuñaduras resultaban incómodas, y llagarían rápidamente las manos de cualquiera que pretendiera usarlas, y en resumen, no servían para nada más que para exponerlas o atesorarlas y a nadie se le vio en una batalla portando una espada semejante.
Mito 5: LAS ACANALADURAS MORTALES.
Este caso es particularmente sangrante porque afecta aún hoy día a la legislación de algunos países , como el nuestro. La leyenda dice que si la hoja de un cuchillo o una espada está dotada de una acanaladura o una perforación, es capaz de matar casi instantáneamente a una persona al introducir aire en la herida produciendo así una embolia gaseosa. La otra teoría que se oye es que las acanaladuras, al entrar en la carne, "hacen el vacío", matando también en dos segundos al infeliz que sufra la puñalada. Curiosamente éste efecto es totalmente opuesto al primero, y no se me ocurre porqué el "hacer el vacío" en una herida debería matar a alguien tan rápido. Se dice que es por que la acanaladura hace salir afuera la sangre de la víctima, estando esta creencia tan arraigada que en muchos lugares oiremos que las llaman "blood grooves" o canales de la sangre.
En primer lugar, y sin pretender ser ningún experto en las leyes de la física o la medicina, creo que una simple acanaladura no posee ese asombroso poder de lograr el vacío. Y en segundo lugar, me pregunto como puede llegar a pensarse que una acanaladura provocará la muerte de alguien que sufra una herida de arma blanca, por más aire que le meta en la herida. Si una persona sufre un apuñalamiento con una hoja metálica, me inclino a creer que puede morir por destrucción de órganos vitales, pérdida de sangre, shock traumático, daños en el sistema nervioso o Sepsis, es decir, infección de la herida tanto por agentes externos como por los propios fluidos corporales que se ven expulsados de sus órganos perforados o cortados. Puedo asegurar que todos estos nefastos síntomas los puede provocar cualquier hoja afilada sin necesidad de perforaciones ni acanaladuras, y creo que la existencia de éstas no asegura o acelera la muerte de alguien que resulte herido por ellas.
Las acanaladuras en las hojas de un arma blanca nunca ha tenido otra función que la de aligerar la hoja sin restarle resistencia ni flexibilidad, como no sea la de adornar o si acaso poder ocultar alguna grieta o defecto superficial que pudiera tener la hoja y que haría imposible de vender de detectarse.
Mito 6: LAS ESPADAS INDESTRUCTIBLES.
Otro bulo promovido por las películas, que lleva a creer que las espadas son objetos indestructibles que no se rompen o ni siquiera se mellan al golpear con ellas barras de metal, verjas, piedras, troncos, columnas de hormigón armado, etc, etc...Cualquiera que haya blandido una espada se dará cuenta rápidamente de que si se le ocurre golpear con ella algo igual o más duro que el acero de su hoja tendrá muchas posibilidades de estropear la hoja irremisiblemente, y si insiste en ello acabará por partirla. Las hojas de las espadas se crearon siempre con el objetivo de poder cortar un cuerpo humano, y como mucho poder penetrar en determinados tipos de armadura, que no en todas. Algunas espadas son capaces de cortar a través de una armadura de cuero, otras, con puntas reforzadas y muy agudas, eran capaces de perforar una cota de mallas, y ninguna podía cortar una coraza de acero templado. Para derribar a un guerrero con Arnés Blanco se necesitaba un potente lanza, una ballesta, un enorme hacha, un martillo de guerra o mucha suerte y puntería para acertarle en alguna parte descubierta, como las axilas o las aberturas del yelmo. La carne también es más consistente de lo que se piensa, sobre todo porque los huesos no son fáciles de cortar. Una espada puede llegar a amputar miembros, pero para ello se requiere una gran fuerza y una técnica depurada, aparte de no encontrarse en el camino una pieza de armadura. Es habitual ver en las películas que los protagonistas cortan cabezas como si nada, aunque éstas tuvieran el cuello protegido por una gola o un ventalle de malla. Para dar una medida de lo difícil que era poder seccionar una cabeza podemos ir a un museo y contemplar alguna espada de verdugo, que eran diseñadas para tal fin. Comprobaremos que poseen unas hojas muy anchas y largas, dotadas de un considerable masa e inercia, y con todo los verdugos debían ser diestros en su oficio para poder tener éxito al primer tajo, pues en muchas ocasiones no conseguían cortar totalmente la cabeza del reo.
Lo dicho, ninguna espada es indestructible, ni puede cortar a través de objetos duros como si fuera un sable láser de Jedi.
Mito 7: LAS KATANAS JAPONESAS.
Este mito también está relacionado con el anterior, y efectivamente consiste en creerse que las Katanas, los legendarios sables de los guerreros Samurai, podían cortar absolutamente de todo de un solo golpe, incluyendo las hojas de las espadas del enemigo, las armaduras, y lo que se les ponga por delante. Efectivamente, los Nippon-to o sables japoneses están dotados de un tremendo poder de corte, pero en este caso, al igual que el anterior, lo que cortan bien es la carne, y nada más. Los sables japoneses están diseñados desde un principio para cortar por encima de todo, como cualquier observador avezado podrá comprobar. Son de un solo filo y hoja curva, para poder seguir cortando al deslizar la hoja por el cuerpo una vez alcanzado, tienen una empuñadura extraordinariamente larga que les permite un brazo de palanca considerable, y su punto de equilibrio está situado más adelante que en las armas europeas medievales, para potenciar la inercia en el momento del golpe y hacerlo más poderoso. Aparte de todo esto, los japoneses templan de una forma particular y única en el mundo sus espadas para conseguir un filo extremadamente duro y cortante. Todo esto combinado con las técnicas de Ken-Jutsu o esgrima japonesa, en las que priman los cortes circulares y el poder acabar con el enfrentamiento usando un solo corte con absoluta maestría, da como resultado la leyenda del poder de corte de las katanas. Aclaremos que efectivamente una Katana no es capaz de cortar una armadura ni otra espada, pero que su poder puramente cortante es superior al de las hojas rectas Europeas, y la técnica que usaban para cortar es más depurada y efectiva.
Otro mito asegura que los sables japoneses estaban afilados como navajas barberas, y esto tampoco es totalmente cierto. A partir del año1600, en el que Ieyasu Tokugawa conquistó el poder convirtiéndose en Seii Tai Shogun o dictador militar, comienza a cambiar el estilo de fabricar los sables japoneses. Hasta ese momento las Katanas han sido armas de guerra, y los forjadores son conscientes de que sus espadas se las tendrán que ver con armaduras de todas clases, por lo que no se dota a los sables de filos muy agudos, por resultar éstos demasiado frágiles. Un filo fino se destruiría al primer golpe contra algo duro, y lo que interesa es que el arma sea duradera y sirva a su guerrero a lo largo de toda una batalla sin perder efectividad, de modo que tienen filos obtusos y gruesos que resultan suficientes para este cometido, y serían comparables a los de las espadas europeas. A partir de la fecha antes señalada, Japón vive una era de paz que durará 250 años, en los cuales las Katanas cambian la forma de su filo porque si se las usaba solía ser para duelos en los que los contendientes sólo llevaban la ropa, y es en este momento cuando cobran sentido los filos más agudos y cortantes, que han pasado a la fama.
Mito 8 COMBATES INTERMINABLES.
Estamos hartos de ver películas en las que los protagonistas se enzarzan en combates a espada que consisten en una larga serie de golpes, paradas y contragolpes que se resuelven al cuarto de hora cuando el malvado de turno, tras haber dedicado una perorata al héroe sobre sus planes de futuro, lanza un ataque clarísimo y muy lento, que el héroe aprovecha para despacharlo de la misma manera que lo podía haber hecho a los cinco segundos de empezar la pelea. Como en otras ocasiones, también se ha aceptado esta manera de "combatir" como cierta. En la vida real, lo primero, no se charla con el contrincante, segundo, se aprovechan todas las oportunidades, no como en las películas en las que se ven decenas de puntos abiertos por donde atacar sin que ninguno de los "guerreros" los aprovechen. Si tú no aprovechas una abertura de ésas, tu adversario sí lo hará. Para que nos hagamos una idea más certera de qué es un combate a espada auténtico, diremos que en la realidad la media de tiempo que dura un combate es de unos 4 segundos, más o menos, y eso si uno no está inmerso en una batalla. En el caso de las batallas, los combates duran lo que se tarda en lanzar un ataque, a lo sumo dos. Si en este lance no se ha alcanzado al enemigo, se ha sido alcanzado por él, sin más. En los duelos, la cosa se alargaba bastante más, pero porque los contrincantes se pasaban varios minutos observándose, y probando cambios de guardia o tocando hierro para ver las posibles reacciones del oponente. Luego, una vez lanzados al combate, la cosa se resolvía en pocos segundos.
Mito 9 EL MANEJO DE LAS ESPADAS.
En este caso la culpa no es totalmente de las películas, pues también podemos ver muestras sobre como NO debe usarse una espada en teatros, exhibiciones medievales y números circenses. En estas ocasiones, vemos cómo los rivales se lanzan ataques muy lentos y claros, simulando que sus espadas pesan un quintal (ayudando así a alimentar el mito del peso exagerado de las armas) con el objetivo de marcar bien a su contrincante/compinche por dónde va el golpe para que lo pueda parar o esquivar tranquilamente y de paso poder hacerlo con mucha fuerza para que la maniobra resulte espectacular. En este caso es perfectamente razonable que se manejen las armas así, pues entendemos que se trata tan sólo de dar espectáculo y como tal debemos juzgarlo. Los actores tratan de divertir a los espectadores, no asesinarse entre ellos, y el objetivo queda cumplido de esa manera sin necesidad de ninguna sofisticación.
En el otro extremo están los actores que interpretan a superguerreros, o espadachines fantásticos, que hacen un uso totalmente irreal de sus armas pero por demasiado sofisticado y rápido. Les podemos ver moviendo las espadas como si fueran de cartón (que en efecto lo son) o goma, saltando por los aires y haciendo toda suerte de piruetas para evitar que les alcancen o distraer a sus enemigos, haciendo giros y volatines con las armas que carecen de sentido en una lucha real, pero que, eso si, quedan muy espectaculares en la película. Todo esto choca en fuerte contraste con la sobriedad y eficiente elegancia de una técnica real de esgrima, y siempre sorprende a las personas que contemplan por primera vez alguna clase o combate de esgrima histórica en la que se usen técnicas auténticas, efectivas y directas, que sí resuelven una contienda en pocos instantes. Esto no es de extrañar, por otra parte, teniendo en cuenta la equivocada idea que tiene casi todo el mundo sobre el tema, propiciada por ese bombardeo de películas y series televisivas en las que se hacen los absurdos antes mencionados constantemente.
Mito 10: LOS ESPADONES DE DOS MANOS.
Pocas armas están tan mitificadas como ésta, que ciertamente es imponente y lleva a pensar al que contempla una que debía ser casi imposible usarla. Bien, en primer lugar, y en contra de lo que casi todo el mundo cree, los auténticos mandobles no son medievales, pues no existieron hasta pasado el siglo XV, ya en el renacimiento. Me refiero a las espadas que todos conocemos y más espectaculares resultan, que miden entre 1,60 y 2 metros, con una empuñadura extraordinariamente larga, gavilanes amplios y dotados de arcos para la protección de las manos, púas a los lados de la hoja, recazo recubierto de cuero y hoja de doble filo y a veces serpenteante. Estas impresionantes armas pesaban entre 4 y 5 kilos y, efectivamente, se necesitaba un hombre fuerte y a ser posible alto para manejarlas, pero no porque alguien más débil no pudiera. Se necesitaba fuerza para manejarlas DEPRISA. Al contrario de lo que se supone, una de estas armas se puede mover con una velocidad bastante respetable, sin que medie demasiado tiempo entre tajo y tajo. Si se tira un golpe directo sujetando la espada por la empuñadura sí que cuesta recuperarlo, pero la cuestión es que un guerrero experto en el uso de estas espadas nunca hacía eso a no ser que estuviera seguro de que el ataque iba a ser detenido por la cabeza de algún infeliz. En caso de necesitar moverse más rápido o de tener que luchar de cerca se recurría a la técnica de coger la espada con la mano derecha en la empuñadura y la izquierda en el recazo de la hoja, que por eso se recubría de cuero. De esta forma el mandoble se puede mover casi como un bastón, al colocar el centro de gravedad del mandoble entre nuestras manos. Las púas que tienen a los lados de la hoja, y que siempre están en el final del recazo, no tienen otra función que la de servir de segunda guardia para cuando tengamos la mano izquierda allí.
En siglos anteriores también existían grandes espadas de guerra, que necesitaban de las dos manos para blandirse, como el Claymore Escocés, pero no eran auténticas Mandobles, como entendemos este término, ni su uso estaba tan especializado. Sencillamente eran usadas por los guerreros más capaces para tratar de desmontar jinetes de un golpe, o partir en dos a los enemigos. Los mandobles se usaban para guardar torres y murallas, para la guardia de las puertas, para los asaltos a formaciones de piqueros, y para barrer a la infantería cuando se estuvieran retirando tras la carga de la caballería.
Mito 11: LAS ARMADURAS.
En torno a las armaduras medievales giran normalmente dos mitos: Su peso y la movilidad; Es decir, la creencia general es que las armaduras pesaban tanto y eran tan engorrosas que el caballero o guerrero de turno apenas si podía moverse, y si tenía la desgracia de caer al suelo ya no podría levantarse. Gran parte de la culpa en este tema la tiene la película "un americano en la corte del Rey Arturo" en la que se podía ver que a los caballeros los tenían que alzar mediante unas grúas con poleas para subirlos en los caballos. Bien, para comenzar, todos sabemos que existen varios tipos de armadura, como por ejemplo la cota de malla, la armadura de cuero endurecido, la brigantina, la coraza, etc... Como norma general, estas armaduras son metálicas, lo que implica necesariamente que pesarán un buen número de kilos, y algunas son rígidas, lo que significa que impedirán la total libertad de movimientos de su portador, pero de ahí a pensar que no se podrá mover media un abismo. Como cualquiera puede imaginar, una armadura sirve para protegerse, ya sea de los tajos de las armas, ya sea de las flechas, ya de los golpes aplastantes, y a ser posible de todos ellos, de modo que si se piensa un poco es bastante absurdo llegar a la conclusión de que las armaduras no permitían moverse al guerrero, pues de ser eso cierto, en lugar de una protección sería una trampa mortal, y absolutamente nadie con dos dedos de frente las usaría. Con respecto a la libertad de movimientos cabe exactamente el mismo comentario. Las cotas de malla venían a pesar entre 14 y 20 kilos, y son un tipo de armadura extremadamente flexible, que se adapta al cuerpo del usuario y no le impide ningún movimiento por amplio o complicado que sea. Casi todo su peso descansa sobre los hombros del guerrero, y ahí reside su mayor incomodidad, pues cansaban la espalda hasta que uno se acostumbraba, claro. Eran efectivas para detener los tajos de casi cualquier arma (no se abrían al primer golpe Como se suele ver en las películas) y las cotas remachadas podían parar casi cualquier flecha, con la excepción de las de los arcos largos y las ballestas. Su mayor defecto es que no reducen los efectos aplastantes de las armas contundentes, y llevarse un espadazo de lleno podía significar la rotura del hueso, aunque no se sufriera el corte.
Las armaduras de placas, o Arnés Blanco, que se usaban ya en el siglo XV y principios del XVI, es decir, las más completas, venían a pesar unos 35 kilos. Ese era también el peso de las mochilas de los soldados de la primera guerra mundial, y todos hemos visto que con ellas a cuestas caminaban y corrían. Además, la mochila carga su peso sobre los hombros, igual que la cota de mallas, pero la coraza está repartida por todo el cuerpo, resultando mucho más llevadera. Las corazas eran una impresionante obra de ingeniería medieval repleta de detalles que tenían como fin desviar los golpes de las armas desde donde vinieran, y a la vez permitir la mayor movilidad posible al usuario. En efecto, con una coraza puesta se puede uno mover perfectamente, y tan sólo se verá constreñido para algunas posturas extremas que no se solían adoptar mientras se lucha. Con una coraza se puede pelear, correr, cabalgar y lo que hiciera falta, y por supuesto se puede uno subir normalmente al caballo y levantarse si se cae. Como detalle revelador, podemos comprobar que lo que acabó convirtiendo a los escudos en obsoletos fue precisamente la armadura de placas, y podemos estar seguros de que eso no habría sucedido si ésta no fuese extremadamente efectiva. Evidentemente, un guerrero luchando con una armadura se cansará antes que uno que no la lleve, pero irá mucho mejor protegido y tendrá más posibilidades de sobrevivir que el otro. El auténtico defecto de las armaduras es el calor. Cualquier armadura y su correspondiente acolchado interno producen un calor considerable, que viene muy bien en invierno, pero que podía ser asfixiante en verano, más teniendo en cuenta que el metal se recalienta con el sol. Por eso los soldados y caballeros usaban sobrevestas y gualdrapas, para impedir que el sol incidiera directamente sobre el metal de sus armaduras
Mito 12: LAS ARMADURAS DE JUSTA.
Este caso está relacionado con el anterior, y nuevamente el peso es el protagonista del mito. Existían unas armaduras, llamadas de justa, que se construían expresamente para los torneos, y que en efecto pesaban bastante más de lo habitual. En los torneos, los caballeros podían combatir con espada, hacha o maza, y en este caso se ponían una armadura de combate normal, pero también se podía justar con lanza, lanzándose unos contra otros a lomos de sus caballos para intentar descabalgar al rival de un golpe directo, y esto requería una armadura reforzada que pudiese aguantar tales embestidas. En las justas con lanza, sólo eran zonas válidas para golpear la cabeza y el tronco , y por tanto las armaduras de justa consistían en un casco muy pesado y reforzado que se unía a una coraza el doble de gruesa de lo normal, y una espinillera-rodillera también reforzada, amén de un guantelete en forma de escudo para desviar el golpe a otras zonas. Estas piezas por sí solas pesaban tanto como una armadura completa de combate (sólo el casco pesaba 10 kilos) porque como he dicho debían aguantar el impacto producido por los dos caballeros a la carrera, pero evidentemente se usaban únicamente para estas ocasiones y es absurdo pensar que un caballero podía llevarla a la guerra.
Mito 13: LOS PELIGROS DE LOS TORNEOS.
Los torneos, como sabemos, eran festejos en los que los caballeros probaban su valentía y habilidad en tiempos de paz midiéndose con otros caballeros en justas y combates cuerpo a cuerpo. La creencia popular es que estas fiestas eran vistas con buenos ojos por todo el mundo, pues el pueblo llano podía disfrutar del espectáculo y la magnificiencia de los caballeros pertrechados con sus resplandecientes armaduras luchando entre ellos, y los reyes y señores feudales consideraban que era un buen entrenamiento para sus guerreros cuando no había guerras de por medio. Tampoco es esto totalmente cierto, pues si bien era cierto que las gentes disfrutaban de los torneos como si de festejos nacionales se tratara, muchos de los señores de estos caballeros mas que nada los temían, y en consecuencia lo cierto es que los torneos estuvieron prohibidos en casi toda Europa durante muchas decenas de años, de forma intermitente, y algunos de los que se celebraron lo hicieron de forma ilegal. Hay que entender que un caballero es sobre todo algo muy caro. Aparte de que para ser caballero se tenía que haber superado un aprendizaje previo de varios años, hay que sumarle a esto el coste de las armas, las armaduras, la cría y entrenamiento de los caballos, la armadura del caballo, los pajes, escuderos y heraldos, y todo lo que rodeaba al caballero y que acababa teniendo un coste altísimo. Todo esto se podía perder absurdamente en un torneo sin haberlo utilizado nunca en la práctica de ninguna batalla, pues los torneos eran muy peligrosos y prácticamente siempre fallecía algún caballero. En un torneo celebrado en la ciudad alemana de Neuss , parece ser que murieron 80 caballeros, según algunos de asfixia, y según otros por la violencia de los combates. Además, una regla de los torneos de los siglos XII y XIII señalaba que el guerrero que derribara a un caballero tenía derecho a quedarse con su caballo, su armadura y pedir rescate por él. Esto representaba un dineral, y mucho caballeros fueron a la ruina por competir en los torneos, mientras muchos otros tenían a sus vasallos exprimidos a impuestos para pagarse la afición a las justas.
En resumen, que en los torneos un caballero casi tenía más posibilidades de sucumbir o arruinarse que en una batalla real, y esto desde luego significaba un despilfarro de dinero y fuerza militar que algunos señores no estaban dispuestos a admitir en sus dominios.