Mucho mensaje denostando y mucho otro de ánimo.
Asume que la vida carece de sentido, de propósito. Que la muerte llega («tan callando»). Que todo vale para nada. Que las relaciones son fútiles. Que para los amaneceres eres insignificante. Que la existencia es un constructo, una forma de dar interés y proyección a lo imposible; el latido.
Entiende que toda convención social es arbitraria, que los usos y las costumbres son una amalgama aleatoria de reglas justificándose a sí mismas (para intentar suavizar aquello de gregario que tenemos). Antaño lo homosexual no era punible, luego fue pecado, ahora se vuelve a aceptar. La pedofilia fue norma, ahora es delito, luego quién sabrá.
Estamos aquí, sin más, como casualidad infinita, como suma de probabilidades ínfimas por lo conocido; y surgimos. Sin forma. Sin querer. Siendo. Y siendo polvo también.
Hay, como digo, algunas formas de sobrellevarlo: el suicidio, la misantropía, la evasión de pensamiento sobre la más clara de las claras y la más sencilla de las sencillas cuestiones; la muerte.
La sociedad-masa no piensa en la muerte, elude sumergirse en ella, bañarse y aspirar sus vapores. Solo la recuerdan puntualmente en el duelo. Ante la pérdida. Pero es una damocles constante de la que otros no dejan de ver su filo. La muerte es tabú, como el sexo, en estas costumbres y en estos usos. No le recuerdes a la gente con gravedad que la muerte viene. No les propongas imprimir una foto del grupo de parbulario para ir tachando con cruces rojas las caras de los fallecidos. No les gustará. De mal gusto, dirán.
Pero la muerte es. ¿La vida? ¿El sentido?
Quizás busca alguna secta que te dé un propósito en brumas: aférrate a ello. Quizás esta sea otra posibilidad.
Pero sabe, ten en mente, lo único que podemos afirmar con total seguridad.