http://fonollosa-vibracioncosmica.blogspot.com/2010/09/generacion-del-desengano.html
Somos parte de la generación del desengaño. Aunque todos los charlatanes juntos del mundo de los medios de masas no lo quieran ver, en realidad, el acontecimiento que ha marcado las últimas dos décadas en el mundo es la revolución de la información.
Dentro de tiempo, en un futuro no tan lejano, el fenómeno clave que se estudiará de esta época no es la crisis bursátil ni hipotecaria, ni los ligeros cambios de un clima siempre cambiante y menos todavía será el terrorismo internacional que nos venden diariamente las agencias de inteligencia con fines claramente propagandísticos.
En el futuro, la antropología estudiará el impacto en la humanidad de la colosal explosión informativa a principios del siglo XXI.
Gracias a internet, a la telefonía móvil, tecnologías GPS y la generación de satélites orbitando toda la tierra el hombre de a pie, en el mundo desarrollado, se encuentra por primera vez, en la historia de la humanidad conocida, con la mayor cantidad de información concebida. Se podría decir que tanto el inconsciente como el consciente colectivo se han materializado en una red palpable y accesible para todos. Se ha abierto brecha por fin en las largas cadenas de prejuicios, intereses, mediaciones de editoriales, impresores, políticos, religiosos, magnates y un largo etcétera que han maquillado el conocimiento humano con pretensiones puramente arbitrarias.
Y nace una nueva generación, la generación que con las mismas inquietudes de las anteriores dispone de infinitas respuestas más.
Pero antes de abordar el tema del impacto de la revolución de las comunicaciones es necesario asentar dos conceptos:
Primeramente es estúpido e inútil intentar meter en el mismo saco a los jóvenes desengañados (con acceso a una buena educación y gran valía aunque frustrados) y los que han sido presa de una deficiente formación, marginalidad, ambientes familiares desestructurados y una sociedad desarbolada en todos los sentidos; porque su dificultad para socializarse y laborar reside básicamente en sus carencias (de las cuales deberían responder políticos en principio) y de la falta de valores universales (de la que somos responsables todos). De hecho, este segundo grupo, víctima de un sistema que tiende al simplismo y la desigualdad por mucho que pregone lo contrario, está siendo usado para desacreditar a todos los demás integrantes de la generación. Yo me siento, acertadamente o no, en el primer grupo: tuve una buena educación y un ambiente familiar propicio.
Y después hay que dejar muy claro que el argumento que dice que todo lo que reside en internet no es cultura y que tiene poca valía nace fruto de la frustración de una generación cuya capacidad de integrarse a esta revolución tecnológica es insuficiente y necesita usar el potencial negativo de la tecnología en cuestión para desacreditarla en su totalidad. En analogía sería poco menos que decir que el fuego sólo sirve, sea cual sea su uso, para quemarse o hacer arder los bosques y suele ser defendida esta patética generalización, en cuanto a la red digital se refiere, por aquellos que a la hora de encontrar en google el emplazamiento de una hipotética calle llamada “Ceguera”, se ponen sus gafas a la altura de media nariz y escriben literalmente en el buscador “quisiera ir a la calle Ceguera, número 2”.
En la revolución informativa, cualitativamente, tiene cabida toda la información, desde la mejor hasta la peor pasando por todos los grises del espectro. Quien no entienda esto no debería continuar leyendo porque no sólo no va a entender a la generación que estamos tratando sino que también puede incluso correr el riesgo de sentirse ofendido o despertar en el mejor de los casos, ¿quién sabe?
Teniendo en cuenta las dos premisas analicemos la generación del desengaño, aquella que con las mismas capacidades que el resto tira la toalla.
Por fin despertamos y atrás quedaron las manipulaciones que nuestros dirigentes y medios influyentes han orquestado durante los últimos decenios, los de la infancia y primera juventud de la generación que tratamos. Todos los ideales que se enarbolaron durante los ochenta y noventa cuando una voz esperanzadora decía “save the world” se derrumbaron en pocos años. Se acariciaba la posibilidad de acabar con la pobreza, las guerras, las enfermedades y la corrupción, auspiciada por las tecnologías; la ciencia nos prometía tener remedio para todo haciendo de éste un mundo mejor en un futuro cercano. Parecía todo muy prometedor, un hermoso sueño, pero algo no funcionaba porque pasaban los años y no parecía que nada estuviera cambiando cuando veíamos volar los misiles de la primera guerra televisada de Bush padre... Además, ¿por qué los diablillos bien reconocidos por todos siguen campando a sus anchas mientras nuestros ídolos comprometidos con ideales humanitarios que alzan la voz sin interese mercantiles detrás de ellos van desapareciendo? ¿Es mala suerte tal vez?
Y de repente llega una generación, que ya no lee el periódico ni ve los telediarios. Estos chavales se pasan horas delante del ordenador y con acceso al volumen de información más grande de la historia de la humanidad, buscando, poniéndose en contacto con otras gentes y formas de pensar hasta ahora inaccesibles, ¿y se pretende que sean normales, corrientes y molientes?
Esta generación irremisiblemente tiene la oportunidad de darse cuenta de que todos esos mensajes de paz, unidad y progreso con los que embotaron nuestra infancia eran un bonito cuento fabulado por los dirigentes del mundo, los grandes capitales, para tener tranquila a una población mundial que se pretende esclavizar a toda costa escudándose en términos tales como “rentabilidad”, “ganancias” y “progreso”. Es así de sencillo, hemos creado un sistema que se nos ha ido de las manos y ahora amenaza con devorarnos.
El panorama es estremecedor. La ciencia y todos los grandes órganos que pueden cambiar realmente la situación energética, sanitaria y ecológica están controlados por una industria todopoderosa que sólo rinde cuentas con sus accionistas y sólo velan por los intereses al mejor precio, manejando gobiernos, leyes y medios de comunicación a su absoluto e impune antojo. Cada vez se nos pide a los trabajadores más por menos y por primera vez atisbamos que, sin lugar a la duda razonable, los que realmente cambian el mundo no se presentan en las urnas. Más horas de trabajo, menos sueldo y más desigualdad pero eso sí, televisores planos y móviles de última generación para todos; bienvenidos al progreso del siglo XXI.
Esta generación pierde la fe en el sistema y éste, cual animal herido y rabioso, se defiende mordiendo, marginando, atacando. Las leyes retrógradas que nada tienen que ver con las exigencias del mundo actual ya no cuelan, la absoluta sumisión y servilismo de los medios de comunicación queda patente a diario. Sus astutas tretas de dividir continuamente a la sociedad ofreciendo pan y circo para resolver ellos por la puerta de atrás, expoliando, es más visible que nunca. Y además, para colmo, comprobamos que la historia de la humanidad que nos han contado es una novelita escrita por los que fueron ganando las guerras y filtrada por mil quinientos años de censura, en nombre de una cruz que nada tuvo que ver con el mensaje original.
Nos vemos, de la noche a la mañana, desprovistos de pasado, presente y futuro, carentes de voz y faltos de oídos que nos escuchen y encima tienen la desfachatez de echarnos la culpa.
La sociedad tiende a una eugenesia tecnocrática atroz, día a día, donde todas las precogniciones más nefastas de todos los grandes maestros de las utopías de los últimos siglos se cumplen paso a paso, punto por punto; como si, sin saberlo, hubieran servido sus novelas futuristas a la par que tenebrosas como guión a los actuales psicópatas que permiten que el ochenta por ciento de la riqueza mundial resida en un veinte por ciento de la población y pretenden decidir por todos nosotros qué es la vida y cómo debemos vivirla. Cada vez nos controlan más y mejor, siendo los derechos suprimidos, amparándose en la “seguridad” pero me pregunto yo, ¿de quién?
El mundo está sometido a una deshumanización continua, pese quien le pese reconocerlo, con un bombardeo diario de propaganda televisiva pueril, contaminación, comida basura, medicamentos lucrativos, legitimación de la guerra y la violencia, dualidad continua en aras de un atontamiento que te enseña la manzana roja y jugosa pero te dicen que no la comas y ahora…, ahora…, me vienen a decir que por qué no trabajo y por qué soy apático.
Nuestros sueños están rotos porque estaban fundamentados en mentiras, dejad que nos recuperemos con algo de tranquilidad antes de formar parte de la cadena de montaje humana. “Save the world”, lo dijo Michael Jackson, y luego resultó que era un hombre enfermizo físicamente, con presuntas apetencias sexuales aberrantes y que acabó sus días en extrañas circunstancias, como tantos otros que dijeron “save the world”. Todavía recuerdo cuando en mi colegio me enseñaron la letra de “We are the world, we are the children” y un sentimiento de euforia optimista me embargaba. Qué inocente era.
Somos apáticos porque este mundo que nos han dejado es una mierda con un panorama muy oscuro donde las flores se miden por cuentagotas. Necesitaremos tiempo para digerir todo el mal trago y elegir en qué intentar cambiar el estropicio que unos hicieron y otros se tragaron, secundándolo. Al menos, tened respeto y dejadnos tiempo para ver qué coño hacemos, estamos muy desengañados porque hemos dispuesto de la herramienta más poderosa de la historia de la humanidad, la información, y hemos descubierto donde estamos realmente viviendo, algunos más conscientemente que otros (y por ello he afirmado que en internet también reside el inconsciente colectivo). Dadnos tiempo, insisto, para que vayamos abandonando las realidades virtuales en las que nos hemos tenido que refugiar para huir de la desidia y empezar a trabajar en mejorar las cosas del mundo real. Bastante con que no tiremos la toalla del todo y nos pongamos manos a la obra a empezar a arreglar el tinglao, con más herramientas que nuestro predecesores.
Ya sé que muchos de mis congéneres al leer mis razones para argumentar el porqué de esta desgana patológica pondrán cara de póker pero seguro que en su interior, muy en su interior, algo por dentro se les moverá, un sentimiento muy profundo de desengaño y tal vez comiencen a ver culpables fuera de sí mismos. No somos peores ni mucho menos, simplemente varios de nosotros nos hemos asomado más a la madriguera del conejo, y ésta apesta.
Me ha gustado bastante este articulo, es pesimista quizas en exceso, pero refleja bastante bien unas cuantas cosas. Yo por mi parte me intento constantemente de desmarcar del consumismo sin sentido, de muchas ideas preconcebidas que parece que nos quieren marcar a fuego los politicos, y demas, pero a veces cuando hablo con gente de mi misma edad se me cae el alma a los pies al ver como piensan, o mas bien, no piensan. Me piro que me voy a currar, a ver que habeis puesto por la noche