El ser humano, por naturaleza, es individualista, egoísta. Los niños sólo piensan en sí mismos y los adultos se relacionan entre sí para satisfacer sus penosas y débiles necesidades. El único modo de huir de todos los problemas que provocan los demás seres humanos es vivir en soledad sin necesidad de relacionarse con ningún otro hombre. Así han hecho muchos grandes filósofos y así es como debe ser.
No se puede ser verdaderamente uno mismo sino mientras está uno solo; por consiguiente, quien no ama la soledad, no ama la libertad, porque no es uno libre sino estando solo. Toda sociedad tiene por compañera inseparable la violencia, y reclama sacrificios que cuestan tanto más caros cuanto más marcada es la propia individualidad. Por consiguiente, cada cual huirá, sopotará o amará la soledad en proporción exacta del valor de su porpio yo. Porque ahí siente el mezquino toda su mezquindad y el espíritu elevado toda su grandeza; en resumen, cada cual se aprecia allí por su verdadero valor.
[...] La soledad y el desierto permiten abarcar de una sola mirada todos sus males y sufrirlos de una vez; la sociedad, por el contrario, es insidiosa; oculta males inmensos, a veces irreparables, detrás de una apariencia de gran mundo, de conversaciones, de entretenimientos de sociedad y otras cosas semejantes.
[...] La soledad ofrece al hombre intelectualmente colocado en posición superior, una doble ventaja: la primera ser consigo mismo, y la segunda no ser con los demás. Se apreciará esta última si se reflexiona en todo lo que el comercio del mundo trae consigo de violencia, de pena y hasta de peligros. Tout notre mal vient de ne pouvoir être seuls, ha dicho La Bruyère. La sociabilidad pertenece a las inclinaciones peligrosas y perniciosas, porque nos pone en contacto con seres que, en gran mayoría, son moralmente malos e intelectualmente limitados o descentrados. El hombre insociable es el que no tiene necesidad de todas esas personas. Tener suficiente fuerza en sí para poder prescindir de la sociedad es ya una gran felicidad, por lo mismo que casi todos nuestros males derivan del mundo, y que la tranquilidad de espíritu que, después de la salud, forma el elemento más esencial de nuestra felicidad, está puesta en peligro y no puede existir sin largos momentos de soledad.