La industria automovilística alemana ha pasado de ser motor de innovación a ir de remolque. Los avances en electromovilidad son demasiado lentos, poco firmes. Un mal augurio, pues el mercado mundial hace tiempo que decidió su nuevo rumbo.
En Noruega, el 65 por ciento de los autos de nueva matriculación son eléctricos o híbridos. En Alemania, no llegan al siete por ciento. Los noruegos vieron el cambio como una oportunidad, y quieren ser líderes con sus nuevas tecnologías y la infraestructura de estaciones de carga. Un auto eléctrico es barato en Noruega porque está exento de impuestos; es cómodo porque se puede ir por los carriles destinados a los autobuses públicos; es práctico porque en muchos aparcamientos subterráneos hay numerosas estaciones de carga. El gigantesco mercado automovilístico de China quiere que en el futuro un 25 por ciento de sus autos de nueva matriculación sean eléctricos. En el sector se está generando una ola de cambio.
¿Por qué Alemania, el país por excelencia del motor, no está haciendo nada para seguir siendo competitivo? El exdirector de Opel, Karl-Thomas Neumann, señala: si uno tiene éxito, es difícil destruir ese éxito para construir algo nuevo. «Hay que desarrollar una perspectiva. Se perderán puestos de trabajo, pero se crearán otros nuevos». También tiene parte de responsabilidad una política que durante mucho tiempo se interpuesto ante posibles cambios, y que ahora no presenta directivas ni nuevas ideas. Están en juego millones de puestos de trabajo que, si se cree a los expertos, de todos modos no tendrían cabida en el antiguo mundo del automóvil. Uwe Cantner, director de la comisión de expertos de investigación e innovación de Alemania, advierte: «Mantener trabajos a toda costa en sectores donde se advierte que el mercado mundial ya ha tomado un rumbo... es el mayor error que podría cometer». En el mercado global, ya se han marcado nuevas vías hace mucho tiempo. El mundo está preparado para una nueva forma de movilidad. Pero, ¿lo están también los fabricantes alemanes?