Al principio pensé que eran voces en mi cabeza.
¡Spontiak!¡Spon...! Ooooh yeah, oh oh, my oooh... ¡Cuña-a-aooo! Tsiki tsiki tsiki... Parabapáparáparabapáaa... Ueeejejejeje... Chunda chunda chunda...
Pero estaba en un pueblo perdido entre Zamora y León. Me había dejado las voces en casa. Entonces me giré y lo vi: un anciano con el móvil, haciendo scroll, y cada vez que movía el dedo las voces cambiaban.
I wanna belieeeeve... Ratatatatata... El primer ministro britá... Thriiiller, thriiiller... ¿De quién depende la Fiscalía?
Los episodios se han ido sucediendo. Pensaba que podrían ser niños pero cada vez es gente más mayor; en el metro, en el parque, en una terraza. Están mirando algo en sus telefonitos, algo que hace ruido, y lo cortan, y siguiente ruido, y venga el rancho de cacofonías. Un desfile absurdo y esquizofrénico de memeces de tres segundos; comida basura para tu cerebro.
En fin, que estoy hasta los mismísimos cojones de la mala educación de la gente. Y a esto hay que añadirle el manos libres. Se está imponiendo la costumbre de que cualquiera puede apestar a cualquiera en cualquier sitio con la mierda de turno que esté viendo en su pantallita. Y con tanto TikTok, Story, Moment, Fellatio, la cosa va a peor.
Estamos en guerra, señorías. Una guerra contra la idiocia, un enemigo interior controlado por multinacionales entranjeras.
¿Cómo podemos ganar? ¿Acaso podemos? Quizá este sea el fin. Solo quería decirlo.
RPV: hasta los cojones de la gente que ve trozos de clips en su móvil con el volumen alto y me hace pensar que las voces en mi cabeza han vuelto.