La Cagada Vol. 1
Fugaz, impercetible y letal. Algunos siempre diran que unicamente sirve para salvar vidas y, en cambio, otros afirmaran hasta la saciedad que es un arma de mal, algo que posee un pedazo del alma de Lucifer.
Para mi, si os soy sincero, solo es una herramienta de trabajo. Los maestros secan sus boligrafos para suspender o aprobar a sus atormentados pupilos. Los taxistas ponen en peligro la vida de los demas volando sobre las calles de esta ciudad sin usar esos espejos que les dictan lo que sucede a su alrededor. Yo, en cambio, uso una Beretta 92. Facilmente manejable, ligera y mortal. Es una prolongacion de mi mente. Actua y resuelve lo que mis puños no pueden.
Y aqui me veo, empuñando de nuevo a esta maravilla, recubierta en aleación de aluminio, cargador de doble hilera y poseedora de un mecanismo de disparo de doble. Obedece a la primera, no se queja y puedo dejarme la tapa del water abierta que esa noche podre dormir con ella bajo mi almohada.
-¿Vas a matarme?- Susurro entre sollozos aquel desgraciado.
-¡Que va, hombre!- me detuve mientras le apuntaba a la zona del pecho. - Solo voy a hacer que dejes de tocarnos las pelotas durante...-
Mi brazo se torcio y mi futura victima suspiro aliviada. La boca de la pistola fue a parar a mi cabeza mientras, arqueando una de las cejas, hacia ver que pensaba.
-¡Vaya!- se sobresalto aquel apestoso gordo. -He estado pensando que la eternidad es mucho tiempo-.
Me quite aquella oscura chaqueta y la doble sobre el respaldo de una de las sillas que reposaban alrededor de la mesa. - Se acerca rapido el verano, ¿eh? - pregunte mientras me desabrochaba un par de botones del cuello de la impoluta y limpida camisa que elegi para aquella ocasion.
Aquel hombre, amarrado de piernas y brazos, sudaba como un cerdo ensartado calentandose al horno, era divertido verlo sufrir.
-Y bueno, ¿me lo vas a decir o no?- pregunte de nuevo, esta vez alzando la voz mientras la pistola se apoyaba en su malar izquierdo.
-No se que cojones quieres saber, ¡¡lo juro!! -grito entre espasmos.
-Esta bien, pongamos que te creo. ¿Podrias, entonces, decirme que cojones hacias la noche del lunes en El Comensal, cenando con Paulino?- Me di la vuelta golpeandole con fuerza entre el parietal y el frontal, haciendo que emanara de su interior un gemido sordo, seguido de una mueca que me maldecia en infinidad de lenguas.
-Philip, sabes que no nos gustan los mentirosos. Y al igual que sabes esto, debes comprender que odiamos, por logica, a los amantes de las encerronas. Dime, pues, donde se encuentra Paulino.-
Espere unos segundos a que tomase la decision correcta, la de contestar a mi pregunta, mas no se puede esperar colaboracion alguna de la mano de personas que estan dispuestas a lo que sea con tal de salvar a los demas. Odiaba a ese tipo de gente. Tan desinteresados, tan nobles... tan poco humanos...
Sobre una mesilla habia dejado recostado un bate de beisbol de aluminio que habia encontrado mientras regiraba todas las habitaciones del desgraciado en busca de algo que me pudiese guiar. Me dirigi hacia este con pasos lentos y pesados, deje la pistola reposando sobre la misma mesilla, fuera del alcance de aquel desafortunado mientras blandia con fuerza aquella majestuosa arma.
Lo balancee acostumbrandome rapidamente a su peso y la acabe apoyando sobre mi hombro derecho. Varios gemidos sordos se pudieron escuchar del interior de Philip, como intentando parar aquella locura a base de murmuros, al mismo tiempo que una sonrisa desmesurada crecia en mi rostro. Balanceando mi cuerpo de forma horizontal y cargando de derecha a izquierda, prosegui a destrozar el brazo izquierdo del estupido que se habia vuelto mudo.
Aquel insensato no me reconforto con un quejido, un gargajo o cualquier blasfemia contra mi persona, lo que hizo que me cabreara aun mas, mas para su suerte Jonas entro en escena.
Dos golpes secos a las 10:42 de la mañana indicaban que se encontraba tras la puerta. Eso solo significaba que yo habia fallado.
Sinceramente, lo habia hecho. Llevaba desde las 9:22 dentro de aquel apartamento, intentando amedrentar al seboso, pero parecia creer que toda aquella grasa le libraria de una muerte segura. Estaba loco.
Con aquel bate aun en mi mano derecha me acerque a la puerta. Era el. El que nunca falla, el que no conoce mision imposible, el mejor de todos. Era Q.
-Joder tio, ¿aun esta vivo?- fue lo primero que dijo, sin tiempo a dejarme vocalizar, siquiera, un saludo. -Significa eso que aun no ha cantado, ¿verdad?- rio.
Se acerco al gordo con pasos firmes y rotundos. - Tranquilo, yo me encargo de el- me sonrio mientras me echaba a un lado de forma firme pero suave. Era el mejor, claro que el se encargaria de eso, como se habia encargado del resto de sus anteriores misiones.
Me detuve a ver la escena, cosa que no gusto nada a Q. -No te quedes ahi parado, colega. Montate en el coche, yo bajo enseguida.- me dijo mientras las llaves de su porsche volaban en mi direccion.
Me quede unos segundos mirando las llaves para despues dirigir mi mirada hacia su cogote. Suspire y obedeci. Cerre la puerta con suavidad y, aun no habiendo dado cuatro lentos pasos, el sonido de una pistola ensordecio aquel pasillo. De hecho lo hizo con todo el bloque de pisos.
No tardarian en llegar los morbosos y las marujas, habia que irse de alli. La puerta por la que hube salido se abrio tras de mi, mientras el gordo seboso corria siguiendo mis pasos.
¿Por que estaba siendo perseguido por aquel que momentos antes estaba atado de forma que no podria mover, siquiera, un dedo?. Eso si, el brazo se le movia de forma distinta al cuerpo. Sonrei.
Curiosamente y por desgracia, me habia dejado la pistola en aquella habitacion, y ahora era yo la presa, acechado por mi propia victima.
¿Que coño habia pasado ahi dentro?. Habria que averiguarlo, pero lo primero era correr... correr como nuuuuuunca...