Algunos ya lo habréis leído, pero por si no, aquí les dejo esta joya. Disfruten.
Andaba algo decaído tras una ruptura de pareja y mi hermano me “acordó” una cita con una conocida de la que, por entonces, era su pareja. Antaño no había móviles con fotos y la única referencia que teníamos era ver como escribía “SMS” a través del Nokia 3310, referente de la época, o el 8210, móvil exclusivo para gente de clase alta y que nunca pude tener. Me quedé con esa espinilla.
No tenía muchas faltas de ortografía por lo que accedí a esa cita, que preparamos vía SMS. Acordamos vernos en su pueblo, situado a unos 5 km, en aquellas no tenía coche ni moto por lo que mendigué un ciclomotor 49cc para poder acercarme a la villa de la guarrilla y no me costó mucho encontrarlo. Con 16 me saqué la licencia de ciclomotor, más que eso pagué y me lo dieron. ¡No era como ahora! Con una Derby Variant a escape libre y que no pasaba de los 40 km/h fui hacia el pueblo y ahí me la encontré. Me extrañó que me esperara junto con su cuadrilla de amigos y amigas que me recibieron entre risas y aplausos… Paré la moto y esperé que se despediera de su “pandilla”, aunque escuchaba por lo “bajini” la conversación quedándome con frases como “Este chico es el cuarto de esta semana” o “ Tu padre estará contento contigo”… Incluso una chica me elevó la autoestima al decir “Al menos este es guapo”. Entre líneas pude leer que estaba a punto de quedar con la “guarra” del pueblo. La fulana con la que cuenta toda Villa que se precia. No me gustó tener que terciar con semejante putón de moral distraída porque carecía de experiencia sexual, mi contador de polvetes pegados hasta la fecha no llega ni a las dos cifras y alguna que otra de esas pocas citas habían sido un fracaso. Juventud.
Me saludó con un “pico”. Me extrañó. No era lo habitual. Ella era un diamante en bruto. La típica chica guapísima y con un cuerpazo de infarto pero que no le sacaba partido con una vestimenta de todo menos femenina, gafas y un pelo que pedía a gritos un lavado a fondo. Lo tenía tan grasiento que si pasara los dedos por su cabellera sería como meterlos en una sartén después de freír un par de kilos de papas fritas. Me llevó a su casa en busca de algo de intimidad, aunque me avisó que su familia era algo tradicional y nos teníamos que ir a una especie de casa de aperos que tenía en los alrededores de la casa, pero antes era necesario cruzar la casa.
Empezamos bien. El padre estaba en el sofá sobando. En gallumbos y con un huevazo que le salía por un lado. Cruzamos y con el casco le di a una figurita de decoración. Una gaviota hortera de los chinos que cayó al suelo rompiéndose al momento. Se levanta el padre y yo me escondo detrás de una cortina. Empieza a hablar de forma extraña mientras su hija se autoinculpaba de la “Muerte” de la ave de porcelana. El padre pareció no conformarse con las excusas y le lanzó un zapatillazo que casi deja sin cabeza a mi futura penetrada, que no se cortó un pelo y empezó a llamar borracho y putero al padre… Yo seguía detrás de la cortina y vi como un Yorkshire sucio y maloliente metía la cabeza por dentro de la cortina y me intentaba morder el pie. Tenía miedo de que el padre pudiera percatarse de que había un extraño y más cuando el perro empezó a ladrar. Por suerte ellos seguían liados en su particular pelea, que ya había pasado a mayores con el padre tirando figuritas al suelo porque, literalmente, le salía de los cojones. Aparece en escena la abuela, madre del padre, que se une a la disputa. Esa mujer, de unos 70 años, tenía la voz más aguda y estridente que había escuchado jamás en mi vida. Sus chillidos me estaba destrozando el oído y fue ella la que me pilló de marras detrás de la cortina pegándole pequeños toquecitos en el morro al perrete.
Crucé el salón para irme por donde había entrado pero el padre se puso entre medias para pillarme, tuve que dar media vuelta y correr por una casa antigua, gigante y oscura de la que desconocía sus entresijos. Vi una ventana y me lancé al vacío sin pensarlo sabiendo que no podría haber más de 2 metros. Quizás fueron 3 porque me pegué una ostia considerable cayendo en una especie de huerto lleno de escombros a modo de campo de minas. La noche era cerrada y no veía prácticamente nada. Un par de gatos que me desafiaban con su mirada y una piscina, sin agua y a medio hacer. Me metí ahí hasta que pasara la tormenta y….. ¡Había otro chico! Otro como yo que había ido con la idea de pillarse a la niña y que había salido por patas. Aunque este tuvo más suerte ya que la pillada había sido mientras follaban y el padre había intentando agredirle lanzándole una lata de cerveza sin mucho éxito. Diez largos minutos después apareció la chica haciendo “sccchhh” “schhh” para avisar de su presencia y se metió con nosotros en la piscina…. La muy cerda viene a comerme la boca en presencia del tolay, que pilla un rebote de cojones y se va de la piscina, pero el muy cabrón coge la escalera de metal por la que nos metíamos en la piscina y nos deja ahí encerrados sin posibilidad de salir al no llegar al borde (2,20 más o menos).
Pasé toda la puta noche metido en la piscina, con un frío de cojones y con una tia que estaba como un cencerro, ya que en situaciones de estrés/ansiedad se le paralizaba la parte izquierda del cuerpo y la veía reptar por la piscina utilizando la parte derecha de su cuerpo. Una situación cómica y surrealista. Nos liamos y me hizo una pajilla, ya os podéis hacer una idea del bajón que me pegó después de la corrida.
Al día siguiente aparece el primo por ahí, un retarded posiblemente sin diagnosticar, otro especimen de esos que pululan por los pueblos de los que sabes que si bajan a la ciudad y les hacen pruebas en un hospital salen de ahí con el pedigree de subnormal. El tipo coge una cuerda para sacarnos pero la sostiene como quien sostiene un vaso, cuando tiré de ella para salir veo que el primo se viene para la piscina por la fuerza que ejerzo y se cae. Esa si que fue una ostia. Aún tengo grabado a fuego el “CLONNNNNKKK”. Pegó primero de lado y después con la barbilla. A la media hora llega el padre haciendo “eses” con la escalera y la pone. Salimos los tres y el padre se cree que soy un amigo del primo. Aún así me llevo la colleja de rigor. Y corrí mejor suerte que la hija y el primo ya que el padre, en pleno resaqueo, les aplaudió la cara. De forma literal.
Salgo de la casa y la moto no estaba. Me la habían robado. ¡Ah no! Me la habían escondido un poco. Seguramente el
gilipollas de la piscina. Enciendo el motor y me vuelvo a mi casa con el objetivo de olvidar una cita para, valga la redundancia, olvidar