#51 Precisamente esa fue la última vez que lloré. Cuando sacrifiqué a mi perro hace 14 años.
La escena fue similar.
Él era un Pastor belga Groenendael llamado Zar. La mascota más increíble que cualquiera podría desear.
Era de este estilo:
Cuando llegó a la edad de 10 años, nos encontramos con que había desarrollado cáncer y un tumor enorme en el pecho, que había comenzado a supurar.
Lo llevé a sacrificar y me quedé con él y la veterinaria mientras ésta le inyectaba la dosis para dormirle.
La idea era ponerle en primer lugar una inyección para que durmiese, y otra que le pararía el corazón. Mi perro era tan fuerte que tuvo que ponerle dos para dormirle, y otras dos para parar su corazón, ya que no se detenía con la primera.
Tras eso, al ser un perro grande, y la veterinaria ser una chica menuda, tuve que ayudarla a meterlo en la bolsa de cadáveres para perros (básicamente, una bolsa de basura grande), y lo bajé de la camilla, dentro de la bolsa, hasta otra habitación para que se quedase allí hasta que llegasen los del furgón que se lo llevaría.
Le entregué a la veterinaria los papeles del perro, y me fui al coche de mi madre (la cual esperaba con el coche aparcado) para regresar a casa. Una vez allí, me derrumbé.
Desde entonces no he vuelto a llorar. Se han muerto varios familiares y más mascotas, además de las típicas cosas sentimentales que a todos nos pasan, y no he vuelto a llorar con ninguna de ellas.