He encontrado este texto por ahí y quería compartirlo. Supongo que si alguien es tan simple de considerar una lengua, un ser vivo, habrá algo de debate, o flameo, o lo que surja,
Las lenguas no son seres vivos
La metáfora biologicista de las lenguas o, en este caso, de las palabras, es decir, esa idea romántica de que "las lenguas y las palabras son seres vivos" es muy peligrosa. La razón se entenderá si se piensa que toda metáfora se basa en unos rasgos compartidos entre dos elementos (por ejemplo, metafóricamente se puede identificar el vino y la sangre por su color), pero toda metáfora tiene también unos límites, más allá de los cuales no es válida (lo que fluye por mis venas no ES vino, ni siquiera los fines de semana).
Pues bien, algunas metáforas son peligrosas porque sirven para decir algo falso a través de algo verdadero, y el problema es que muchas personas, sociedades enteras, llegan a olvidar cuáles eran los límites de esas metáforas. En el discurso nazi (perdonad lo extremo y manido del ejemplo), el Pueblo Alemán era un ente orgánico que tenía derecho a un "espacio VITAL" (Lebensraum), y eso le daba derecho a invadir Polonia... Podemos reconocer fácilmente que hay puntos en común que permiten establecer conexiones metafóricas entre una sociedad y un ser vivo, pero ¿una sociedad ES un ser vivo? No, claro que no. Y por tanto no tiene los mismos derechos que un ser vivo.
La metáfora biologicista de las lenguas afirma que estas son seres vivos, que nacen, tienen descendientes y mueren; y así es, en efecto, pero todos reconoceremos que lo es en un sentido bien distinto del de los seres vivos. Así pues, las lenguas no son entes orgánicos (como el resto de seres vivos), ni tienen una base genética, ni están sometidas a la evolución por selección natural (selección de los más aptos, piénsese en las implicaciones de esto en lingüística...), ni mucho menos respiran, ni tienen terminaciones nerviosas, ni por tanto sienten dolor, ni angustia, ni alegría, ni se sienten amenazadas, ni nada por el estilo. Una lengua es muchas cosas: un sistema, una convención, un vínculo, una plataforma de pensamiento... pero NO ES un ser vivo. El problema es que la metáfora de las lenguas como seres vivos se ha repetido tantísimas veces desde el Romanticismo hasta hoy, que la mayoría de nosotros hemos perdido el sentido y tendemos a pensar que, efectivamente, el corazón humano bombea VINO... O sea, que las lenguas SON seres vivos y por tanto tienen los mismos derechos que los seres vivos.
Los seres humanos estamos empezando (o volviendo) por fin a empatizar con otras especies vivas, y tomamos conciencia (con exasperante lentitud, desde luego) de nuestra responsabilidad en su conservación. Como la metáfora biologicista de las lenguas se suele entender, no en su sentido translaticio o incluso poético, sino literalmente, muchas personas empiezan a dar crédito, a rendirse intelectualmente, a los que les dicen que la lengua X tiene derecho a un Lebensraum. Incluso aceptan que este derecho de las lenguas OBLIGA a las personas a aprenderlas y hablarlas, en aras del derecho de las lenguas a existir. He aquí el peligro del que os hablaba antes. Una cosa nos debe quedar clara: ni mi sangre es gran reserva ni las lenguas tienen derechos. El derecho es propiedad de los seres vivos. Una idea que yo conciba no tiene derechos, ni siquiera derecho a existir. Si lo tuviera, esto obligaría moralmente a otras personas a compartir mi idea, para evitar su pérdida. Pero no, todos entenderemos que una idea no tiene derecho a la vida, sencillamente porque no es un ser vivo. Es el ser humano que la ha producido quien tiene derecho a expresar la idea, no la idea quien tiene derecho a tener un ser humano que la piense.
Insisto: las lenguas no tienen derechos. Los seres humanos sí. Los seres humanos no somos seres vivos en sentido metafórico. Por tanto, no es verdad que las personas tengamos la obligación moral de conservar las lenguas a costa de nuestro esfuerzo personal. Somos las personas quienes tenemos derecho a hablar, aprender y conservar las lenguas que nos dé la gana. Pero no hay derecho a que desde las instituciones se presione a la población para que utilice una u otra lengua para evitar su extinción. Los que pretenden imponer a la sociedad una lengua, como medio para imponer una identidad, recurren constantemente a la metáfora biologicista de las lenguas y al principio de obligación moral de conservarlas. Y esto es, pura y llanamente, manipulación.