Toma Oboro, que sé que lo echas de menos.
—Le hago a usted la justicia de confesar —observó Domingo con cierta brutal admiración— que usted, sin embargo, ha sabido conservar su sangre fría debajo de esa envoltura. Y ahora, óigame usted: me gusta usted. Esto quiere decir que si supiera yo que ha muerto usted en el tormento, me sentiría molesto por espacio de dos minutos y medio. Pues bien: si usted descubre algún día a la policía o a cualquiera persona la menor cosa que nos incumba, tendré esos dos minutos y medio de molestia. Y de la molestia que usted tendrá no hay para qué hablar. Pase usted muy buenos días. Y cuidado con la escalera.
Éste párrafo me ha gustado especialmente.