Me acabo de acordar de una curiosa.
Cuando tenía unos 11 años a mí hermano mayor le regalaron el Pokémon Rojo. Él ya tenía su partida muy avanzada; unas 70-80 horas, con muchos Pokémon al 100, todas las MT y MO, Pokémon legendarios, la Liga varias veces pasada y prácticamente todos los Pokémon capturados.
Él me dejaba jugar a su partida (sólo se podía tener una) cuando no estaba, y un día me llevé el cartucho a la casa de un amigo que tenía el Pokémon Azul para intercambiar algunos Pokémon que faltaban e intentar capturar a un Tauros o Pinsir en la zona Safari. No recuerdo cuál, pero sé que faltaba uno.
Total, que no sé qué cojones hice con el cable link pero acabe borrando la partida. La había cagado, estaba muerto. Se me vino el mundo encima y los sudores fríos que tenía no eran poca cosa.
Lo único que se nos ocurrió fue, con la ayuda de mi amigo, empezar de nuevo la partida y jugar hasta conseguir dejarlo todo como él lo tenía para que no se diese cuenta antes de llevar a casa el juego. Un plan perfecto, sin fisuras.
Pasaban los días y siempre me decía que cuando le iba a devolver el juego, que no lo dejase en casa de mi amigo, que quería jugar. Cuando yo salía de clase me iba directamente a la de casa mi amigo. Me tiraba toda la tarde jugando allí y cuando yo me iba a mi casa, mi amigo seguía jugando para avanzar la partida.
Os podéis imaginar que aquello que pretendía hacer era básicamente imposible. Al final no me acordaba ni de los Pokémon que tenía subidos, de los ataques que tenía cada uno, los niveles... Acabamos echando entre los dos más de 100 horas al juego en un par de semanas y aquello quedó como una mierda. xD
Cuando devolví el juego la bronca y el capón me lo llevé no por haber borrado la partida (que también, aunque eso no se lo tomó tan mal), sino porque la pegatina de átras del cartucho, de tantas horas que habíamos jugado, estaba blanca y no se veía ni al Charizard que tenía dibujado. Directamente no se reconocía ni de qué juego era el cartucho.
A los años comprendí lo estúpido que fue el plan. Y el estrés y la angustia que sufrí durante esas dos semanas, por no reconocer la cagada, por mantener la mentira e intentar reparar el error de forma absurda y bajo la lógica de un niño para que no me matasen, no tienen nombre.