Todo empezó el mes pasado, cuando mi marido contrató en nuestra empresa turística a aquel nuevo empleado. Enseguida, desde el primer día de trabajo en que nos presentamos, tuve respecto a él la impresión de una amenaza. Siempre me había mirado de un modo extraño, como si me conociese; pero yo estaba segura de no haberle visto jamás.
Después vino el episodio de la bronca laboral. No me gusta que nuestros empleados lleguen tarde al trabajo y éste, al tercer día, se había presentado 45 minutos más tarde de su hora. Le dije claramente que esperaba que esa fuese la primera y ultima vez y él, después de haberme mirado muy fijamente a los ojos me contestó:
-Si yo fuese usted, señora Valverde, no usaría ese tono cuando habla conmigo.
Yo no sé cómo, porque no es mi carácter, he tenido el valor de callarme y no reaccionar. Estaba intrigada. ¿Qué es lo que le puede dar tanta arrogancia y tanta seguridad?, me había preguntado. ¿Sabrá algo sobre mí?.¿Acaso conoce lo de Juan y yo?. pero enseguida me lo quité de la cabeza. Es verdad que la nuestra es una ciudad relativamente pequeña y donde hasta las paredes oyen, pero mi relación con Juan había durado nada más unas pocas semanas y hacía ya seis meses que se había acabado. Estaba segura de que nadie podía saberlo y, aunque nos hubiesen visto juntos, ¿cómo hubiesen podido imaginárselo?. Si alguien se hubiera atrevido mi marido mismo le habría denunciado por difamación. Era imposible que fuera eso. Pero a él se le veía tan firme y tan seguro ante mí....
Las cosas se precipitaron a media mañana. Mientras mi marido había salido a resolver unas gestiones y, en la agencia de viajes sólo habíamos quedado los dos, él se me acercó y me pasó su mano por el trasero. Me giré y me quedé mirándolo fijamente. No podía imaginarme que llegase a tanto su osadía. No era un hombre feo ni demasiado mayor, unos treinta y algo, pero su rostro no acabó de gustarme. Era un rostro ambiguo y de disgusto, con facciones demasiado pequeñas, labios sutiles y el pelo engominado, aplastado y brillante. Luego toda mi rabia explotó:
-¿Cómo te permites eso? ¡monstruo estúpido, cerdo degenerado!, -le dije tratando de darle un bofetón en la cara.
Él, como respuesta, me cogió el brazo y me lo bajó con fuerza, al tiempo que me miraba con una sonrisa de cínico.
-Me permito esto, señora Valverde, porque conozco un montón de cosas sobre usted y que no le gustaría que se anden sabiendo por ahí
Y, al tiempo que me decía esto, depositó sobre la mesa un montón de fotografías que traía en su chaqueta, alejándose un paso hacia atrás.
-Mírelas, señora Valverde -continuó diciendo- y si lo desea se las puede quedar. Yo ya tengo los negativos para hacer cuantas más copias desee. Es usted muy fotogénica y ha salido estupendamente.
Yo tomé una foto y por poco me desmayo del susto. La sangre se me subió de tal modo a la cara que parecía que me iba a explotar de ira. Las piernas empezaron a flaquearme y a perder su fuerza para sostenerme, me apoyé con la otra mano en la mesa intentando sentarme en la silla. El vientre empezó a hacerme sentir mal, con unas horribles ganas de vomitar. No había duda: la mujer de las fotos era yo. Era yo en la cama, con Juan en diversas posturas. Unas fotos que yo jamás había visto, jamás había conocido y que yo no sabía cómo pudieron ser hechas en la intimidad. Yo desnuda con Juan penetrándome por atrás, yo fotografiada mientras tomaba el aparato de Juan con mi boca, yo mientras Juan me follaba sobre el fregadero de su apartamento de soltero,...¿Pero cómo era posible?, ¿Cómo podía este tipo haberse hecho con esas fotos? ?¿Cómo era posible lo que me estaba pasando después de tantos meses?. Creí que me iba a desmayar
Mientras él me miraba inmóvil, con su cara de cínico, yo continuaba ojeando las fotos, todas ellas de lo más comprometedor. Jamás había traicionado a mi marido y la única vez que me había deslizado había sido descubierta. Pero ¿por qué - me preguntaba- había querido humillarme así?.
Después de unos segundos de silencio en los que se saltaron mis lágrimas y con los ojos aun empapados, dije:
-Jorge -ese es su nombre- ¿qué es lo que deseas de mí?, ¿me estas chantajeando?,¿buscas dinero?
Él me sonrió con su acostumbrada y odiosa sonrisa, mucho más despreciable en esta ocasión, y seguidamente replicó:
-El dinero no me interesa, Por otra parte tú, señora Valverde, ¿o acaso cuando estemos solos puedo decirte Lucia?, te habrás preguntado cómo he podido obtener esas fotos. Pues te lo diré: muy fácilmente. Ha sido tu queridísimo Juan quien me hizo entrar en tu casa mientras hacías el amor. ¡Estaba lleno de deudas económicas y yo le ayude generosamente para resolverlas!. El dinero, ya te digo, no me interesa demasiado, aunque tampoco nado entre millones.
Canalla, pensé yo refiriéndome a Juan. Luego miré a Jorge con los ojos asustada: si era rico y no necesitaba el dinero ¿por qué se había puesto a trabajar en nuestra agencia?,¿qué es lo que deseaba?,¿qué pasaría por su mente pervertida?
Él, mientras, se había acercado y, de nuevo, sentí su mano posarse sobre la redondez de mis nalgas. Temblé, pero no me moví.
-Bien, bien, bien -dijo mirándome malvadamente- veo que has comprendido enseguida cuál es mi interés. Si quieres que tu marido no reciba por correo esas fotos y descubra la traición de su amada esposa deberás hacer, de ahora en adelante, lo que yo te pida.
Su mano, ahora había bajado hasta el borde de mi falda y estaba subiendo por atrás, suavemente, sobre mi piel desnuda. Se paró junto a la raja de mi trasero y sus dedos comenzaban a introducirse por el borde de mis braguitas.
-Noooo -dije apartándome con violencia- no te permitiré ir más lejos. Déjame en paz o si no... -¿Si no qué...? ¡No hay nada que tú puedas hacer a menos que no quieras que tu marido vea estas fotos!
Con un gesto extraño, tomó las fotos y continuó diciéndome:
-Mejor aún, las dejaré sobre la mesa de su despacho de forma que cuando venga se encuentre enseguida con la sorpresa
Agaché la cabeza.
-Esta bien -dije vencida y tragándome las lágrimas de rabia- haré lo que me pidas; pero ¡quiero esas fotos y también los negativos!. -Claro, claro, que las tendrás, y también los negativos. Pero no tan deprisa. dentro de poco si te comportas bien y eres obediente. Dependerá tan solo de ti. -¿Cómo puedo estar segura de que mantendrás tu palabra? -No te queda otra solución, te tienes que fiar. Pero por ahora ya está bien de charlas. Mientras tanto quiero que esta tarde tu vengas a la oficina sin braguitas y que cuando te sientes en tu sitio, abras bien las piernas dejándome verte ¿está claro?
Hice un débil gesto de protesta, pero ya sabía que no me quedaba otra solución. Entonces, mi marido regresó y Jorge fingió estar sumergido en su trabajo. La conversación quedó zanjada.
Aquella tarde hice lo que Jorge me había ordenado. Me quité las braguitas y fui a la agencia con ellas enrolladas y metidas en mi bolso. Cuando me senté detrás de mi mesa crucé las piernas con sumo cuidado. Mi marido tiene el despacho al lado, con la puerta abierta y no puede verme aunque sí oírme y enterarse de casi todo lo que pasa aquí afuera.
Jorge que se sienta en otra mesa frente a la mía, me hizo una señal imperiosa. Comprendía que quería que abriese mis piernas. Por un momento le miré con gesto implorante y el ceño fruncido. Enseguida me di cuenta de que era inútil. Lentamente, mientras ardía de vergüenza, empecé a separar los muslos. La mirada de Jorge me hizo comprender que no era suficiente. Intencionadamente me había puesto esta tarde una falda larga hasta la rodilla. Las señas de Jorge de que quería más, eran evidente y no bastaba con que abriese más los muslos. Para satisfacerle me vi obligada a subir mi falda casi hasta la cintura. Luego, ante mi vergüenza y con mis piernas totalmente abiertas, toda mi vulva quedó por completo expuesta a la mirada de aquel hombre que me fijaba con aires de triunfo. Notaba el fresco del aire en el ambiente que me llegaba por ahí abajo y sentía también la tapicería aterciopelada de la silla directamente contra mi trasero.
Al cabo de unos minutos de estar en esta posición y cuando yo creía que por el tiempo que pasó ya todo acabaría, Jorge me hizo una señal con las manos, indicándome que quería que abriese y cerrase las piernas despacito. No sólo se conformaría con mirar, como yo pensaba en un principio, sino que además quería verme moviendo mis piernas. Y lo malo es que estaba atrapada y no podría negarme.
Comencé abriendo y cerrando las piernas suavemente. Separaba totalmente los muslos abriéndolos hasta el máximo y, después, los cerraba despacio hasta que las rodillas quedaban totalmente juntos. A partir de ahí volvía a repetir el ejercicio de nuevo, siempre muy despacio. Era imposible concentrarse en el trabajo pese a que trataba de distraerme e intentaba imaginar que nada pasaba a mi alrededor. Quería suponer que todo era algo normal y que el desalmado que había frente a mí no estaba o que, en último caso era un 'voyeur' escondido que me veía sin mi consentimiento y sin mi colaboración. Trataba de suponer que no era yo quien se había sometido y que mi comportamiento era mínimamente normal. Recordé también ese movimiento de las piernas cuando lo hacíamos en el colegio sentadas en nuestros pupitres sin saber aún, por nuestra edad, a qué se debía el placer que nos proporcionaba el abrir y cerrar repetidamente las piernas. Al momento me entró más miedo por la situación, dándome cuenta de que cuando me hice mayor había comprendido que aquellos juegos de infancia habían sido una modo inocente de procurarnos placer sin saber lo que verdaderamente era masturbarse. Me entró miedo al repetir ahora aquellos juegos, pero firme en mi voluntad de hierro, volví de nuevo a tranquilizarme sobre todo mientras me di cuenta que, en esta ocasión ya adulta, la situación no me excitaba lo mas mínimo. Sí sentía cómo al cerrar las piernas mi vulva se apretaba y los labios debían estar oprimiendo el clítoris, pero no me excitaba. ¿Estaría un poco mojada?, seguramente que no y esa es la mejor prueba de que los movimientos que ahora me veía obligada a realizar ante Jorge, nada tenía que ver con aquellos otros. Era simplemente un recuerdo pero seguro que no producirían el mismo efecto. Sin embargo ahora, después de estos pensamientos, al moverme sentía que mis piernas temblaban ¿era el miedo?. Y sentía también un cosquilleo y una emoción algo morbosa en mi vientre ¿Era por la tensión de esta situación que estaba viviendo?
En estos pensamientos estaba cuando Jorge, con la excusa de traerme unos papeles, se levantó y vino a mi lado sin hacerse notar por mi marido. Sin soltar los papeles me puso en mi mano un grueso rotulador de dibujo que empleamos para hacer carteles y anuncios de ofertas y me susurró al oído:
-¡¡¡Mastúrbate con esto!!!
Hubiese querido gritar que noooo. No puedes pedirme una cosa tan vil. Hubiese querido machacar su cara con mis puños en aquel mismo momento, pero mi boca se quedó muda y todo lo que me salido fue una honda inspiración de susto y de asombro acompañada de su susurro ¡¡¡ahhh!!! que por fortuna mi marido no llegó a oír. ¿Cómo era posible que se atreviese a tanto? ¿No le bastaba con lo que ya había visto? Sí, incluso había podido suponerme masturbándome con los movimientos de mis piernas. ¿A tanto llegaba su grado de perversión para hacerme ahora esto?. Y lo peor es que si replicaba mi marido nos oiría y acabaría enterándose de todo. Además estaban las fotos. El muy cerdo sabía que yo no tenía otra salida.
Indignada y casi sin pensar ni fijarme en lo que iba a hacer, bajé mi mano con el grueso rotulador bajo la mesa. Fui deslizando un extremo a lo largo de mi muslo derecho, subiendo hasta que llego a chocar con mi vagina y en ese punto me paré. ¡Imposible!, no lo lograba hacer. Esto era demasiado. No podía hacerlo. Levantaba los ojos implorante ante mi torturador pero él, impasible, hizo cambiar mi mirada de súplica con un gesto irónico de su cabeza. Enrojeciendo entonces de vergüenza me di fuerzas a mi misma y empujé lentamente la punta de aquel grueso rotulador hacia el interior de mi vagina, empujando cada vez más adentro, más al fondo. La verdad fue que no le costó demasiado entrar. Parecía que ya estuviera preparada e incluso bastante dilatada. Quizás húmeda por los anteriores movimientos de mis piernas que, pese a mi voluntad, habían logrado su inevitable efecto fisiológico para lubricarme. Asustada inmediatamente lo saqué ¿Estaba excitada?, No, no lo estaba pero mi cuerpo sí parecía estar a punto.
De nuevo me topé con un gesto de Jorge quien echando mano a su chaqueta puso sobre la mesa el paquete de fotografías. Y, de nuevo comencé a mover el rotulador aunque esta vez por afuera, sin introducirlo, tratando de evitar así que mi organismo fuese a más o respondiera aumentando mi excitación. Lentamente lo deslizaba arriba y abajo.
No sentí nada, sólo vergüenza y la humillación de estar así, semidesnuda, y mostrando mi interioridad a un desconocido. Me humillaba más todavía el mostrarme haciéndome una paja delante de él, fuera de toda la intimidad. Pero, al poco tiempo, después de unos minutos, contra mi voluntad, advertí que esas caricias no me eran indiferentes y que me estaba gustando tocarme, aunque mantenga la actitud inexpresiva y una mirada perdida. Aunque intento negarlo, me estoy excitando....¿Cómo era posible esto...? me pregunté. Y sin embargo es cierto. Comienzo a sentir calor no sólo en mi rostro sino en el resto del cuerpo. Incluso un ligero cosquilleo empieza a aparecer en el interior de mi vagina, pero debo mantener la calma. Sería terriblemente embarazoso que él se diese cuenta de esto o que llegase a darse a darse cuenta de que mi vagina esta empapada de jugos. Ahora ya siento el lápiz como algo fino, cálido y suave. Esto es demasiado y no me lo puedo creer, mi cuerpo esta respondiendo contra mi voluntad y estoy a punto de abandonarme. Intento de nuevo volver a la realidad para suplicarle que ya basta, pero ni siquiera lo consigo. He de admitir que una parte de mi ser, quizás la parte más pervertida de mí, estaba excitada ante esta situación. Mis pechos se han puesto duros como una piedra; noto la piel está muy tersa y tirante y los pezones duros, de punta. Tiemblo y me estremezco. Mis jugos emanan de mi vulva ahora ya como una fuente. El rotulador está todo mojado ¿Cómo es posible excitarse en una situación como ésta?. Quiero gritar pero ningún sonido debe salir de mi boca: sólo se me escapan leves gemidos contenidos que trato de disimular para que él no se entere ni mi marido me oiga. Pero los movimientos de mis piernas y los temblores de mi cuerpo me delatan. Cierro los ojos. ¡¡¡Ohhh, dios, pero si se oye ese ligero ruidito chop, chop, chop, que se produce al entrar y salir el rotulador en mi agujero!!!. ¡¡¡Hasta la punta de los dedos tengo empapadas!!! Trato de ocultar que estoy a punto de reventar de placer. Una ola de placer se estaba formando ya dentro de mi sexo como un volcán a punto de reventar. Y yo aquí, con los ojos cerrados masturbándome cada vez más rápido, ante un desconocido y a escasos metros de mi esposo que, por fortuna, no se entera de nada. Me gustaría acariciar mis pechos al mismo tiempo pero, eso sería darle a entender...
Aunque estuve muy cerca no llegué al orgasmo porque en un cierto momento se oyó el ruido de la silla de mi marido que se levantó para ir hacia el fax a recoger un envío de un cliente y, aunque estaba en las nubes, fui capaz de interrumpir mis movimientos. Como pude estiré la falda hasta donde llegaba, cubriéndome lo imprescindible. Me ardía el rostro pero, absorto en su trabajo, mi marido ni siquiera nos miró. Nerviosa y acalorada me levanté yo también para componerme, dirigiéndome a la parte trasera de la agencia donde tenemos un cuartito que hace de archivo y de almacén de toda la propaganda turística. Respiraba pesadamente. Me sentía arder por todo mi cuerpo ¿Cómo podía haber caído tan bajo?. El hecho de haberme excitado me hace sentirme además doblemente culpable.
No estuve sola sino que de inmediato sentí la puerta que se abría. Era Jorge con su irónica sonrisa dibujada en los labios.
-Muy bien, mi querida Luci, continúa por ese camino y pronto los negativos serán tuyos, dijo mirándome con aire de una fingida aprobación.
Yo no supe contestarle pese a estar más tranquila. Su sola presencia me revolvía él estomago. Cuando él se me acercó tuve un gesto de asco y disgusto. Él se dio cuenta y malvadamente me sonrió:
-No es necesario que te guste. -dijo en voz baja- ni siquiera te lo pido. Mejor aún. Lo importante es que sigas mis órdenes. ¡¡¡Déjame verte las tetas!!! -Pero ¿cómo?. ¿Ahora?.¡¡¡mi marido esta ahí afuera!!! -dije yo temblando -Mejor, así también habrá más morbo y un escalofrío de riesgo. ¡Venga, no me hagas esperar más!
Temblando de miedo me desabroché los botones superiores de la blusa y extraje mis senos. Jamás uso sujetadores, tengo que reconocer que son dos pechos preciosos y Jorge así parecía apreciarlo al admirarlos.
-Bien -.me dijo- ahora súbete la falda y apoya tus codos sobre ese archivador. ¡Estoy muy cachondo y voy a follarte desde atrás como a una perra!- ¡Seguro que te va a gustar mucho a juzgar por lo bien que te lo estabas pasando hasta que tu marido te interrumpió!. --No, no, no es posible -dije fuera de mí, por el miedo- Mi marido podría entrar en cualquier momento a buscar algo o al ver que ninguno de los dos esta en nuestro sitio. Además yo jamás haré el amor contigo: me das asco.
Él sacó de la americana las fotos.
-Bien -dijo- entonces ya ha llegado el momento de que tu querido maridito lo sepa todo.
Y dicho esto se giró, dando la vuelta hacia la puerta para volver a los compartimentos de la agencia
-No, no, te lo ruego -dije yo mientras las lágrimas me llenaban los ojos- haré eso que me dices, pero pronto, pronto,..¡Después debes jurarme que me darás las fotos y desaparecerás de nuestras vidas para siempre!. -Si eres buena, tengo por seguro que sí -respondió triunfante.
Así, tratando de no pensar en lo que hacía y procurando hacerlo lo más rápido posible para que mi esposo no notara la ausencia, me levanté la falda hasta la cintura y me incliné sobre aquel archivador apoyando mis antebrazos sobre él. Mi trasero y mi coño quedaron totalmente expuestos ante él. Temblaba ante el pensamiento de lo que estaba a punto de pasarme, aunque sólo fue unos segundos. Enseguida le sentí maniobrar en su pantalón, bajarse la cremallera, y luego acercarse. La punta de su pene se introdujo en medio de mis nalgas. La sentía muy dura, grande y, sobre todo, caliente, muy caliente. Me la imaginé, por su tamaño, redonda y roja de excitación. Debía estar muy excitado tras ver cómo me masturbaba ante él. De nuevo volvían a mi mente los momentos anteriores de mi masturbación bajo la mesa...
La punta del pene permaneció unos instantes a la entrada de mi vulva.. Luego entró suavemente y sentí su carne llenarme cada vez más hasta que estuvo todo dentro de mí. Le notaba que llego hasta adentro del todo, hasta lo más íntimo de mi ser. Me daba cuenta, con máxima vergüenza, de que estaba completamente dilatada y muy mojada, Así había podido penetrarme tan suavemente. ¿Pero cómo podía ocurrirme una cosa así con un hombre al que detestaba en estas condiciones?
Volvió hacia atrás, saliendo casi por completo y, de nuevo, empezó a entrar otra vez. Sentía el calor de su pene rozando las paredes de mi vagina hasta llegar a la boca del útero. Debía estar excitadísimo a juzgar por el calor de su miembro. Repitió dos o tres veces y empezó a acelerar el ritmo. Contra mi voluntad, mis caderas empezaron a moverse siguiendo el mismo compás. Era verdad aunque yo no quisiera, pero no obstante todo respondía a lo que él había empezado a hacerme. Mientras, con los dedos había agarrado los pezones y los hacían girar suavemente entre las yemas de los dedos.
Me vi por un instante, con la falda remangada hasta la cintura, las nalgas desnudas, el cuerpo aplastado contra el archivador y mientras, encima de mí, gozaba un desconocido... Luego no pensé nada más, sentí cómo un orgasmo violento me estaba envolviendo. Traté de resistirlo pero todo fue inútil...
Justamente en ese momento mi marido llamaba:
-Luci, Luci. ¿qué haces? ¡ven fuera que hay clientes!
Me sentí perdida y traté de separarme inmediatamente pero él estaba igualmente a punto de correrse. Me retuvo clavada con sus manos de hierro. Eyaculó dentro de mí con suma violencia haciéndome sentir el golpe de su leche contra el fondo de mi cueva. Yo le seguí al instante en un enorme orgasmo multiplicado por el miedo y el morbo de la situación.
Luego me soltó y un momento después yo ya estaba medio recompuesta y entraba en la agencia intentando asumir una expresión de lo más tranquila posible. Mi marido seguía con los papeles que tenía entre manos en su despacho y nadie se dio cuenta de nada.
Esa noche no pude dormir. Tras del episodio del archivo y en un momento en que mi marido hablaba por teléfono me había enfrentado a Jorge pidiéndole que me devolviera los negativos de una vez por todas. Él me ha contestado que para obtenerlos tendría que enfrentarme a otra prueba al día siguiente y tan sólo si le obedecía completamente dejaría de atormentarnos. Me había ordenado que debía ir con él al cine. Cualquier protesta mía habría sido inútil y sólo haría que retrasar la solución. No me quedaba más remedio que ceder otra vez.