Lo triste es que, con los médicos, dependemos de la suerte, ya sea en la pública o en la privada (notición, son los mismos).
Mi padre llevaba un tiempo con algo de sangre en la orina, y como no se fiaba de la pública, se fue al que tenía fama de ser el mejor urólogo de Pucela. Tras bastantes pruebas le diagnosticó una calcificación, y así estuvo varios años.
Un día comentó el caso con un amigo suyo, al que acababan de nombrar gerente del Río Hortega: éste se llevó las manos a la cabeza y le dijo que el fulano había sido muy bueno hasta que tuvo un problema que le impedía operar, así que intentaba curar todo con medicación, no derivaba los casos que precisaban cirugía, y ya se había llevado a algunos por delante.
Le dijo a mi padre que fuese a la consulta del jefe de servicio de Nefrología cuanto antes. Nuevo diagnóstico; resulta que tenía una infección en el riñón tan fuerte, que le faltaba poco para derivar en una septicemia. Así que cirugía urgente para extirpar el riñón.
Aparentemente la cirugía fue sobre ruedas, y empezó a recuperarse rápido, salvo que un drenaje no se le cerraba. A los 15 días de la operación la enfermera notó que estaba ictérico. Comenzaron las carreras.
Ese mismo día, por la tarde, el jefe de Nefrología nos llamó para decirnos que lo que tenía realmente era un cáncer, que no se habían dado cuenta, y que al operarle se había extendido como la pólvora. Ya estaba desahuciado
Querían ponerle quimio pero nos negamos. Murió 15 días después. Siempre digo que entre todos le mataron y él solo se murió. 52 años. Yo era casi una niña.