Es lo que se llama un armario; más ancho que alto, rostro de adoquín y sobre los cien kilos de peso. Poca broma con Aleksandr Muzichkovo, uno de los líderes del Pravy Sektor (Sector de derechas). Su mera presencia intimida. Con su uniforme de camuflaje, a Muzichkovo se le ha visto poner orden en la fiscalía de Rovno. Agarró por la corbata a la primera autoridad judicial de la región, un hombre joven y más bien frágil que no osa replicar la oleada de insultos que le dedica el ultraderechista, lo zarandea, lo hace sentar, se excita mientras continua insultando, le da una colleja. A su alrededor nadie osa abrir la boca.
La escena se repite ante la cámara parlamentaria de la región. Preside Muzichkovo. Sobre la mesa un fusil kalashnikov. El ultra pregunta en tono amenazante, “¿Alguien quiere quitarme el fusil?, ¿alguien quiere quitarme el cuchillo?, atrévanse”. Nadie se mueve.
“Pravy Sektor” se fundó hace muy poco, justo un mes antes de que comenzaran las protestas en Kíev. Agrupó en una especie de frente popular “antisistema” a varios de los grupos neonazis, ultraderechistas y nacionalistas radicales que se reclaman de la tradición de Stepán Bandera (1909-1959) y su organización armada insurgente (UPA) que luchó contra el NKVD de Stalin, colaboró con los nazis engrosando la división “Galitzia” de las SS cuando estos invadieron la URSS en 1941 y acabó luchando un poco contra todos; los comunistas, los alemanes y la Armia Krajowa polaca, antes de ser recuperado por la CIA que lo sostuvo con armas y dinero hasta 1959, cuando Bandera fue asesinado en Munich por agentes de Stalin con una bala de cianuro.
Bandera tiene hoy monumentos en Ucrania Occidental, donde su memoria goza de cierta base popular, pero se le considera una figura negativa en la mayor parte del resto del país, donde a los fachas se les designa con el nombre genérico de “banderovski”.
Junto con el partido Svoboda, Pravy Sektor y los banderovski en general, fueron la fuerza de choque paramilitar decisiva para mantener a lo largo de tres meses el pulso con la policía en Kíev. Sin ellos no habría sido posible acabar derrocando el tambaleante gobierno de Viktor Yanukovich. Mientras oficialmente Washington y Berlín apoyaban a líderes con corbata como el actual primer ministro Yatseniuk o el ex boxeador Klichkó, otras fuerzas occidentales potenciaron como mano de obra al sector ultra. Dinero y canales de servicios secretos actuaron en Kíev de la misma forma en que lo hicieron en otras “revoluciones” contra adversarios. El resultado ha sido la aparición en la capital de Ucrania de un gobierno, que, sin poder ser reducido a una galería de radicales de derecha, contiene una muestra notable de ellos.
Al líder de Pravy Sektor, Dmitri Yarosh, nacido hace 42 años en una ciudad que lleva el nombre del primer policía bolchevique (Dneproderzhinsk), el 26 de febrero el nuevo régimen le ofreció el cargo de vicesecretario del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), el órgano que supervisa servicios secretos, ministerio del interior y ejército. Yarosh lo rechazó.
El responsable del CSN es Andri Parubi, oriundo de Galitzia. Parubi fue el “Comandante de la Autodefensa del Maidán”, es decir la persona que, más o menos, coordinaba el dispositivo paramilitar de la revuelta. Parubi fue el fundador del Partido Socialista-Nacionalista de Ucrania (SNPU), formación de estricta sonoridad neonazi con contactos internacionales neonazis en toda Europa y cierta base entre la juventud de Lvov, capital de Galitzia. En 2004 el partido se transformó en el movimiento “Svoboda” (Libertad). Un año después Parubi fundó un nuevo partido y en 2012 ingresó en “Batkivshina”, el partido de la ex primera ministra encarcelada por corrupción, Yulia Timoshenko.
En medios progubernamentales de Kíev se suele decir que “Svoboda” “cambió mucho en los últimos años”. Es verdad que en 2006 los radicales del SNPU se escindieron (hoy muchos de ellos están en “Pravy Sektor”), pero reducir ese partido a “nacionalistas radicales”, como ha venido haciendo la prensa anglosajona más influyente en esta crisis, es ingenuo.
Cuatro años después de que los radicales del SNPU se fueran, el líder de “Svoboda”, Oleg Tiagnibok, calificó de héroe a Iván (John) Demianiuk, uno de los matarifes ucranianos del campo de exterminio nazi de Sobibor, extraditado y juzgado en Alemania poco antes de morir. Tiagnibok calificó al gobierno de Ucrania como una “mafia ruso-judía” y hace cuatro años un documento programático de su partido llamaba a “abolir el parlamentarismo, prohibir todos los partidos políticos, nacionalizar la industria y los medios de comunicación, limpiar por completo la administración, el ejército y la educación, especialmente en el Este y liquidar físicamente a todos los intelectuales ruso-parlantes y ucrainófobos”. Los ministro europeos, como el alemán Frank Walter Stinmeier, se han fotografiado estrechando la mano de Tiagnibok, que en los últimos años fue recibido en varias ocasiones por el embajador alemán en Kiev. En 2013 el Congreso Mundial Judío pidió la ilegalización de “Svoboda”.
En el actual gobierno de Kíev “Svoboda” tiene hoy tres ministros (ecología, agricultura y educación), además del viceprimer ministro, el número dos del gobierno, Aleksandr Sich, el fiscal general, Oleg Majnitski, y por lo menos seis gobernadores de provincias.
La simple realidad es que el conglomerado radical que fue decisivo para poner en Kíev un gobierno pro-occidental, mediando episodios como la masacre de manifestantes y policías a cargo de oscuros francotiradores la víspera del derrumbe de la anterior administración, tiene hoy un poder real en este país. Por primera vez desde 1945 un sector claramente ultraderechista y con impulsos antisemitas controla importantes parcelas de poder en un gobierno europeo bendecido por la Unión Europea.