-¡¡Señor, tanto usted como yo sabemos que el preso no tiene nada que ver con todo lo ocurrido!!
-Usted mismo lo ha dicho soldado, y mejor será que nadie más que esas dos personas conozcamos la verdad.
-¡¡Pero no es justo!!
-¡¡Ni se le ocurra volver a levantarme la voz, necio!!... Deje de reprocharme lo que con tanto patriotismo juró defender y abra los ojos de una vez por todas, maldita sea. El Consejo Mayor busca una cabeza de turco y nosotros estamos en la obligación de dársela, así que coja su fusil, encare de nuevo esa puerta que con tanta furia astilló y preparese de inmediato. - me grita indicando con su recia mirada que me aleje cuanto antes de su presencia. Así lo hago, con premura y desesperación, con la desfachatez ajena todavía derramandose por mi uniforme a modo de líquido viscoso. Es repugnante, pero las ordenes son las ordenes.
No paro de pensar en lo ocurrido sin lograr encajar siquiera las dos primeras piezas de tan abstracto puzzle. Si la absurdez tuviera forma de presenciarse ante el mundo que vemos frente a nosotros, seguramente sería la cinta de video más macabra que se hubiera filmado hasta la fecha. Exactamente reprensentaría lo que ha conseguido traumarme para el resto de mis días...
El Sol empieza a decaer de su cenit y las sombras en la seca tierra se alargan como lo hace el tiempo cuando cuentas todos y cada uno de sus segundos. Me cuesta respirar, y por mucho que mis pulmones se dan de sí hasta el límite, lo que inhalo no es más que la fina arena que levanta la leve brisa que surca las grandes explanadas de Tubmanburg, y eso no me ayuda. La Tierra Libre la llaman. Yo la llamo La Tierra del Libertinaje. Aquí nada ni nadie tiene respeto por lo que respira, excepto la naturaleza consigo misma.
-¡¡Carguen!! - Inspiro profundamente, notando cada piedrecita de ese turbio aire colapsando mis vias respiratorias.
-¡¡Apunten!!
-...
Tras ese incomodo pero tan necesario silencio... mis pulmones se encogen y mis fosas nasales se ruborizan al mismo tiempo que exhalo la ultima bocanada de aire del reo. Es su hora. La hora de la tormenta relámpago que descargará sobre un mismo cuerpo sin pudor, sin acritud, con total solvencia.
-¡¡Fuego!!
De nuevo ese minúsculo momento, tan pequeño que de lograr medirlo merecería mención de honor. Me santiguo y con la yema del indice acariciando el frío acero del gatillo, mi conciencia resopla las últimas palabras con cordura que le quedan por esculpir. -Perdoname papá. Las ordenes son ordenes.-
Justicia: Una de las cuatro virtudes cardinales, que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece. Yo no lo veo así.