Bueno, creo que va siendo hora de sacarme esto del pecho y verlo morir.
Desde que terminó mi última relación larga hace más dos años, que fue la más significativa de mi vida, pensé que quizá no volvería a enamorarme, que había perdido el grado de inocencia que se requiere para el salto de fe que es entregarle todo a otra persona. Buenas y malas noticias: sí que sigo siendo capaz, pero a qué costo.
En diciembre, yo acababa de llegar de Costa Rica de un periodo bastante feliz en mi vida, cumpliendo una meta de ensueño a nivel laboral. Me puse tinder sin muchas expectativas (para variar) porque estaba un poco dolida por una situación con un chico que había estado conociendo y que no salió bien. El caso es que justo antes de navidad me surgió una cita muy espontánea con un chico bastante majo pero que no pensaba yo que fuese nada del otro mundo. La cita fue muy bien, hubo una atracción y una complicidad genial, y nos pasamos las navidades separados esperando vernos. Veía al chico ya mucho más implicado que yo y preocupado por mantener la cosa viva, yo prefería mantenerme un poco estoica porque no le conocía apenas. A la vuelta de navidades nos reencontramos y fue todo bastante bonito. Me sorprendió ya el primer día regalándome una sudadera de pikachu por mi cumpleaños, que a pesar de que para mí era toosoon™ para algo así no os voy a negar que me hizo muchísima ilusión. El chico claramente se había propuesto conquistarme y "rushearme" el corazón, como decía él. Aún recuerdo que al principio me agobiaba un poco por algún comentario que hacía de que tenía mucha ilusión cada día que pasaba conmigo y yo le decía que echase un poco el freno. El caso es que soy una yonki de las conexiones emocionales y ese chico y yo establecimos un vínculo muy profundo. Tal, que nos valía con estar todos los días en la cama mirándonos a los ojos y hablando de nuestros sentimientos, de nuestras preocupaciones, de miedos y de sueños. Esto hizo que poco a poco yo dejase mis reticencias atrás y terminase por enamorarme. Nos queríamos de tal forma que incluso me hizo llorar en más de una ocasión mientras hacíamos el amor. Esas lágrimas son las de alguien que no se termina de creer que pueda existir un sentimiento que te llene y te desborde tanto.
La base parecía estar clara, pero ahora venía la prueba de fuego: conocerse. Y la realidad es que habíamos construido algo aparentemente precioso sobre un terreno totalmente desconocido. No tardaron en aparecer las dificultades. Él tenía ansiedad y apego inseguro, y yo también tengo ansiedad pero con tendencia a cerrarme. Lo cual nos creaba a veces unas dinámicas un poco destructivas. Yo empecé a tener mis dudas sobre la relación, porque sentía que no le conocía y que me había metido de lleno en una relación con una persona de la que apenas sabía nada. Él decía que no podía vivir con esa inestabilidad y las cosas a veces se complicaban. No voy a mentir, soy una persona difícil. Soy muy exigente, me rayo demasiado, lo cuestiono absolutamente todo. Y cualquier cosa, como darme cuenta de que no había visto las mejores películas de todos los tiempos y que prefería, por ejemplo ver series o pelis de usar y tirar, me hacía cerrarme y pensar que quizá no estaba con la persona adecuada.
Mientras tanto, el vínculo a nivel emocional seguía ahí y decidí que quería apostar por ello y ver dónde llevaba. Por caprichos de la vida, me llega una oferta de trabajo en Costa Rica justo cuando mi contrato con la Universidad en Madrid expira. Yo no tenía oportunidad laboral realista en ese momento y era supuestamente el trabajo que cualquier biólogo de campo soñaría, no podía decir que no. Así que lo hablamos, y decidimos que tenía que ir, aunque fueran unos meses, y vivir esa experiencia. Él estuvo preguntando a su jefe fórmulas para teletrabajar y para cogerse una excedencia e ir a verme. Él se había empeñado en presentarme a sus padres y en hacerme parte de su familia. Me había dicho que quería un proyecto de vida conmigo. Dijo también que era la primera vez en su vida en imaginarse teniendo hijos con alguien, y que ese alguien era yo. Hablamos de en qué viaje le pediría que se casase conmigo y a qué destino remoto huiríamos los dos solos para hacerlo realidad.
La semana antes de irme a Costa Rica fue horrible. Yo era simplemente un saco de ansiedad. No quería separarme de él. Pero en ese estado de ansiedad máxima era incapaz de comunicarle nada. Estaba en bloqueo absoluto. Aterrada. Incapaz de nada. Me despedí llorando y diciéndole que le quería.
Al llegar a Costa Rica, mi "trabajo de ensueño" resultó ser una pesadilla. Nada era en absoluto lo que habíamos acordado previamente. Me pusieron en una puta cabaña llena de ratas y cubierta por un tomo de caca de roedor por todas partes. Sin agua caliente. Sin que funcionase el internet. Las 8 horas de trabajo diarias eran en realidad 12. Terminé durmiendo en literas con los chavales por no dormir con las ratas. Como os imagináis le conté todo esto por teléfono, y le noté distante. Además, me había puesto unas tonterías de cosas que había hecho, una foto en el cine que había ido a ver una peli mala y una cata de quesos con su ex. Cosas con las cuales yo sentía un poco de rechazo y se lo dejé escrito. Por la diferencia horaria no leí su respuesta hasta el día siguiente. Y ahí fue cuando me dejó. Me dijo que había dejado de ser él mismo, que se había vinculado de una forma muy tóxica y dependiente a mí, que había dejado de hacer cosas que le gustaban por mí (jamás le pedí nada de esto), y que éramos incompatibles en el día a día. Me dejó tirada cuando yo estaba sumida en una tormenta de mierda a 8000 km de cualquier persona que pudiera ser un apoyo para mí. No fue capaz ni de preocuparse por cómo estaba llevando la situación, a pesar de que yo le escribí para expresarle lo mal que lo estaba pasando. Yo estaba destrozada y él se convirtió en la persona más fría y lejana del universo. Me contestaba como un puto robot. Mientras, en mi cabeza seguían retumbando sus promesas vacías y sus juramentos rotos.
Como os podéis imaginar, en ese estado no aguanté mucho en Costa Rica y a las semanas me volví a España. Pasé por su casa a recoger unas cosas que tenía allí y el cabrón pensaba bajármelas y ni dejarme subir. A lo que le dije que qué mínimo que una conversación y que me dijese las cosas a la cara. La culminación de mi humillación fue cuando llorando me abracé a él y se mantuvo impasible. Al menos, ahí me di cuenta de que la persona de la que había estado enamorada o no había existido o ya estaba muerta.