#555 (Prólogo)
DÍA 1: 22 de Diciembre de 2012
Un día más aquí encerrada, sin poder salir ni nada que hacer. Paso el rato mirando por la ventana. Dios, odio esas cosas. Las veo contemplo en la calle, yendo de un lado para otro sin ningún rumbo y me dan miedo, mucho miedo. No puedo apartar la vista de ellas, me quedo hipnotizada con la nariz pegada al cristal, sabiendo que aquí no pueden alcanzarme, que nos separan cinco pisos totalmente asegurados de edificio, que aquí estoy segura, pero aun así tengo miedo.
Oigo gritos dentro de la casa, son mi padre y mi hermana discutiendo una vez más. Los ánimos están muy tensos, ya llevamos una semana sin salir de la casa y el ambiente se podría cortar con un cuchillo. ¿Por qué habrá sido está vez? Supongo que mi padre estará intentando que coma algo. Desde lo que le pasó a mi madre, no ha querido probar bocado. Siempre estuvieron muy unidas y aún no entiende que no va a volver. Mierda, me prometí que no volvería a llorar y ahora lo estoy emborronando todo.
Mi madre era enfermera. Y ya se sabe cuales son los primero en caer en las epidemias, la gente que trabaja en los hospitales. Trabajaba en la planta de psiquiatría, le tocaba de noche. Normalmente es un turno muy tranquilo, los enfermos no suelen dar mucha guerra, pero uno de ellos parecía tener taquicardia y fiebre alta. Estos eran los primeros síntomas, así que las órdenes eran claras: sujetarle a la cama y ponerle en cuarentena en la zona del hospital dedicada a ello. ¿Pero cómo se había infectado? ¿Se transmitiría también por el aire además de por los fluidos corporales? Por si acaso, todo el personal llevaba mascarilla y dos pares de guantes, como dicta el protocolo contra epidemias, pero ¡ja! ¿de qué servía eso? Esta no era una epidemia cualquiera…
Ella y otra enfermera le intentaron agarrar una de cada brazo, pero él fue más rápido y agarró a la otra enfermera del pelo. Ella gritó y mientras mi madre intentaba que la soltase, vinieron un vigilante y otra enfermera. Al enfermo le dio una convulsión, pero siguió agarrando a la enfermera. El vigilante intentó reducir al enfermo, al final consiguió que soltase a la enfermera y sujetarle contra la camilla. Otra convulsión que casi hace que el vigilante le suelte. Mi madre llena una jeringuilla con un tranquilizante. El cuerpo del enfermo se sacude una vez más. Le levanta la manga del camisón para inyectárselo y descubre un pequeño arañazo lleno de pus. ¿Cómo se lo habrá hecho? Otra convulsión. Ella le clava la jeringuilla en el brazo y hace que todo el líquido entre en el organismo. El enfermo deja de moverse. El vigilante le suelta. Mi madre y la enfermera que no ha sufrido el ataque le atan de una vez.
La otra enfermera se había dejado caer hasta el suelo, aun llevaba el susto encima. Aparte de haber perdido un mechón de pelo, se había llevado unos cuantos arañazos en la cara. Parecían muy superficiales, pero aun así le hicieron una cura. Después llamaron a un celador para que empujase la cama hasta la zona de cuarentena, pero las ruedas desplegables estaban atascadas. El celador preguntó a mi madre si no le importaba sujetar un segundo la cama mientras él tiraba de ellas. Agarró uno de los lados de la cama y el celador tiró fuertemente de las ruedas. Nada, las ruedas no tenían ninguna intención de moverse. “Agárrala fuerte, que vuelvo a probar” dijo el celador, y tiró con bastante más fuerza de antes. A mi madre se le deslizó de las manos y sintió un pinchazo en una de ellas. “Espera, creo que me he cortado con algo.” Miró su mano, los guantes se habían rasgado y estaba sangrando. Uno de los alambres del somier se había roto y sobresalía apenas unos milímetros del borde de la cama. “En fin, voy a ponerme una tirita o algo.” Se echó agua oxigenada, se puso una tirita y los dos pares de guantes encima, ahí quedó todo. Mientras el celador había conseguido mover la cama y cambiar al enfermo de planta. En el piso de abajo pasaron el colchón a una cama fija, más pequeña, y llevaron la de metal de nuevo arriba.
Ese día mi madre volvió a casa pálida y ojerosa. Se los dijimos y nos contó lo que había pasado. Supusimos que el incidente la había dejado agotada y la dejamos dormir durante un buen rato, pero cuando se levantó había empeorado: le dolía la cabeza, tenía fiebre y un color de piel amarillento. Estaba algo desorientada y no podía pensar con claridad. La dijimos que quizá debía ir al médico, pero dijo que sólo necesitaba descansar un poco más y comer algo. “Comer algo, si, ¿qué es eso que huele tan bien? ¿Habéis cocinado algo?” Eran las dos del mediodía, pero todavía no habíamos hecho nada de comer, así que nos extrañamos. “¿A qué dices que huele?” “No sé, a comida simplemente, huele bien. Tengo hambre.” Repitió. Pensamos que lo mejor sería que comiese algo, a ver si así mejoraba, que quizá fuese un principio de anemia o algo así, y mi padre hizo pasta para todos. Mi madre se quedó mirando un momento los espaguetis con tomate y luego se los comió sin más. Fue entonces, mientras comía, cuando nos fijamos en la tirita que llevaba en la mano. Preguntamos qué le había pasado y nos dijo q se había cortado en el hospital. No le dimos importancia. Luego estuvo un rato viendo la tele y al final dijo que se metía a la cama, que no se sentía bien.
Yo me fui a casa de mi novio a ver una película y cuando volví, me pegué un susto de muerte: había una ambulancia en el portal de mi casa, todo estaba lleno de los típicos vecinos cotillas y había varios agentes de policía intentando que volvieran a sus casas. ¿Qué había pasado? ¿Qué hacían los policías allí? ¿Y la ambulancia? La primera y la tercera de mis preguntas fueron respondidas en cuanto vi como mi madre era bajada por las escaleras en una camilla. Me quedé bloqueada, sin poder acercarme a ella mientras la metían en la ambulancia. Alguien me estaba hablando, pero no fui capaz de entender lo que me decía, me parecía estar muy lejos de todo esto, como en una pesadilla.
No sé como llegué hasta mi casa, supongo que mi novio me sacó de entre los curiosos que no paraban de preguntar y me metió en el ascensor. La puerta estaba abierta, desde fuera vi como unos médicos estaban sacando sangre a mi padre y mi hermana. Todo el mundo llevaba mascarillas y guantes. Me preguntaron algo, pero no conseguía entender nada. Mi novio contestó por mí. Me sentaron en una silla, me descubrieron el brazo y noté un pinchazo. Luego hicieron lo mismo con él y nos dijeron que esperáramos un poco, que no podíamos salir de la casa por si estábamos contagiados. ¿Contagiados? ¿De qué? ¿Por qué? Demasiadas preguntas, volví a distanciarme de la realidad para no tener que buscarle un sentido a todo esto.