El plan de Alfonso XIII para hacerse con Portugal
Antes de la Gran Guerra, Alfonso XIII estuvo moviendo hilos para anexionarse el país vecino. Fue un enrevesado baile diplomático del que los lusos se salvaron por la campana
El intento de Alfonso XIII de anexionarse Portugal no funcionó, entre otras cosas, porque iba en contra de todo lo que el iberismo había representado hasta ese momento, en especial en el lado portugués. Además, tratándose de una operación de la monarquía contra la recién instaurada Primera República portuguesa, se ganó la enemistad del progresismo a ambos lados de la frontera. A la luz de lo que pasó, más que un intento integrador, lo de Alfonso XIII evoca lo que sucedió entre los siglos XVI y XVII, cuando ambos reinos estuvieron unidos bajo la Casa de Austria.
El iberismo, en cambio, era un movimiento político surgido después de la guerra de Independencia como respuesta a la reacción absolutista en España. Floreció en círculos intelectuales reducidos, que pensaban que una federación peninsular podía ser la forma de aplicar las ideas liberales.
Cierto es que podía hacerse bajo una monarquía constitucional, a imitación del Risorgimento italiano o la unificación alemana, pero también los había que anhelaban una república federal al modo norteamericano o suizo. Entre estos últimos se contaba el político Teófilo Braga (1843-1924), que creía que la unión entre los dos países era “parte da orden natural das coisas”.
Aquí, Francesc Pi i Margall (1824-1901) pensaba lo mismo. De hecho, aunque no fuera exclusivo de estos grupos, se acabó produciendo una mezcolanza entre el unionismo y el izquierdismo que explica por qué, ya en los años veinte del siglo XX, grupos libertarios como la FAI, Federación Anarquista Ibérica, fueran bautizados así.
Francesc Pi i MargallA la luz de todo esto, la propuesta de Alfonso XIII parece más una maniobra contra Portugal que la expresión de ese viejo ideal político. Consiguió el apoyo de muchos de los que deseaban un resurgimiento, pero no en el país vecino. Para comprenderlo, hay que desgranar qué sucedió aquellos días.
En uno de los capítulos de Cien años de la Primera Guerra Mundial: El fracaso de la paz (2019), el historiador Josep Sánchez Cervelló ofrece una buena radiografía de este episodio. Todo empezó en 1906, cuando, tras la Conferencia de Algeciras, el Reino Unido decidió acercarse a España para evitar la hegemonía alemana en el Mediterráneo. Por primera vez en mucho tiempo, Portugal había sido apeado de su posición de principal aliado de los británicos en la región.
Sonaban tambores de guerra en Europa y, en caso de que sucediera, Londres valoró que nuestro país podía ser de mayor utilidad. Para empezar, explica Sánchez Cervelló, porque la debilidad del ejército luso convertía a España en un aliado indispensable. Tampoco es que tuviera un gran poderío militar, pero sí islas, tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico, además de un sistema político mucho más respetable a ojos de una Europa mayoritariamente monárquica. La verdad es que la revolución republicana que expulsó al rey Manuel II de Lisboa había sido mal recibida.
Pero ¿qué hay del Imperio colonial portugués? Paradójicamente, a pesar de su tamaño, sus colonias en África resultaban de poca utilidad para el Reino Unido, que ya tenía sus propias posesiones en ese continente.
Este es el escenario que el rey Alfonso XIII trató de aprovechar para ver cristalizar su soñada anexión, un proyecto personal que esperaba que significara un “resurgir” nacional. Para tantear a los británicos, explica Sánchez Cervelló, la excusa iba a ser la ingobernabilidad de la república tras la caída de la dinastía Braganza.
Sorprendentemente, como revela Hipólito de la Torre Gómez en un estudio sobre las relaciones peninsulares, el monarca no recibió una respuesta negativa por parte de Downing Street. También Winston Churchill, entonces primer lord del Almirantazgo, opinó que valía la pena sacrificar a su histórico aliado si con ello se conseguía el apoyo español en la guerra que estaba por venir.
Pero no era solo en el bando de la Triple Entente que Alfonso XIII podía jugar sus bazas. A cambio del apoyo en la eventual contienda, desde el lado alemán se le prometió a España “vía libre” para que hiciera lo que quisiese con la península. De pasada, los germanos podían liquidar al que, a fin de cuentas, seguía siendo un amigo tradicional del Reino Unido.
En un gesto de prudencia, Londres se negaba a defender de una forma directa a los portugueses, pues temía que el káiser aprovechara la excusa para incendiar los ánimos anexionistas en España. Un escenario, en fin, en el que Lisboa era rehén de los intereses británicos.
El káiser Guillermo IIY eso que la amenaza española era bastante real. No solo porque desde 1908 la Armada había iniciado un amplio programa de reconstrucción, sino porque el Gobierno se había dedicado ininterrumpidamente a mandar conspiradores monárquicos a la inestable república vecina.
Por supuesto, el gobierno del Partido Democrático hacía lo mismo en el sentido contrario, sabedor de que en España la monarquía tenía sus propios enemigos. Sobre todo en los republicanos de izquierda, que no veían con buenos ojos ese afán expansionista.
Para ilustrarlo, Sánchez Cervelló se sirve de unas palabras del socialista catalán Antoni Fabra (1879-1958), que en un texto definió bien el sentimiento de la izquierda española: “Cuando los de arriba trabajan para dividir a los pueblos, los de abajo deben esforzarse por unirlos. Nosotros podríamos ser partidarios de una unión con Portugal realizada libre y espontáneamente por los pueblos de ambos países, pero nunca una unión impuesta por la fuerza bruta”. Una vez más, el progresismo reivindicaba un iberismo que nada tenía que ver con lo que pretendía la Corona.
Por su parte, en 1912, los lusos debieron de darse cuenta de que solo eran un peón en el tablero geoestratégico, al enterarse de que alemanes y británicos estaban negociando en secreto el reparto de sus colonias.
El rey Alfonso XIII (c) acompañado del presidente del Gobierno, Antonio Maura y MontanerEn efecto, en un intento por evitar la conflagración, ambos gobiernos estaban dispuestos a sacrificarlos. Por suerte para ellos, su embajador en Londres supo de estos contactos y pudo denunciarlos, saboteando la iniciativa británica. Aunque el Foreign Office los negó, Alemania confirmó que eran ciertos.
Así hasta el estallido definitivo de la Primera Guerra Mundial, que a Portugal le sirvió para quitarse la soga del cuello. Ya del lado de la Entente, salvó su imperio y alejó la posibilidad de la anexión española.
Buenas a todos, os dejo esta curiosa historia sobre los planes de Alfonso XIII de anexionare Portugal y como estos se salvaron por la Primera Guerra Mundial. Sin mucho más, un saludo y espero que os guste!