La pregunta inicial de Castro continúa siendo una propuesta de análisis y estudio atrevido y oportuno, si bien resulta obvio y evidente que él no era la persona adecuada para plantearla éticamente dado que su PSOE había dado tantos tumbos ideológicos hacia la derecha desde la transición que ya era irreconocible su identidad incluso para forofos entregados a la causa del logotipo del puño y la rosa. No obstante, la pregunta reformulada de modo menos agresivo o hiriente era y es de plena actualidad: ¿por qué vota la clase trabajadora al PP (y al PSOE, Ciudadanos, UPYD, CiU y el PNV))?
Las respuestas serían válidas tanto para España como para otros países occidentales, con ligeros matices geográficos e históricos. Las mayorías populares no están politizadas y suelen informarse con regularidad por los medios de difusión más rápidos y directos, la televisión y la radio y sus programas más ligeros y de menor elaboración intelectual. El titular grueso y la imagen y la voz de sus iconos mediáticos preferidos son los ítems informativos de mayor peso específico que conforman su criterio personal y cautivo acerca de la actualidad inmediata.
Internet y las redes sociales no han elevado el nivel político de las masas, antes al contrario han dejado un rasero de intrascendencia, banalidad y levedad muy acusadas en la inmensa mayoría de la gente. La poca o escasa elaboración de las informaciones que circulan por las redes cibernéticas facilita una digestión in itinere de datos complejos tratados desde perspectivas minimalistas que resumen la esencia de un evento o acontecimiento en imágenes espectaculares y caricaturescas que desvirtúan el fondo real y auténtico de cualquier noticia.
La urgencia puede con el rigor en los medios de comunicación de hoy en día. Y, además, los mass media están controlados por empresas multinacionales afines al encuentro con posturas ideológicas capitalistas, conservadoras, de derechas o de las izquierdas complacientes con el régimen imperante. Se puede decir que los medios de comunicación principales, la publicidad comercial y la propaganda institucional tienen un objetivo común no declarado a bombo y platillo: crear tontos de los cojones y tontas del culo por millones, cada día, cada hora, a cada instante.