Este es un comentario que puso David Bravo Bueno en la revista @rroba en el nº 96 de 2005 en el cual explica un poco como esta evolucionando la industria discográfica que emplea el lenguaje del miedo para "evangelizar" a los potenciales clientes.
Me ha parecido de interes, espero que a vosotros también os sirva.
La industria ha encontrado en el miedo un nuevo sistema que multiplica consumidores de forma eficaz. Una vez que las redes P2P han criado melómanos acostumbrados a una dieta cultural imposible para la mayoría de bolsillos, la industria te advierte que esa música ha de ser adquirida en plataformas de pago a no ser que quieras terminar en prisión. Por un lado, el propio desarrollo cultural de los usuarios de P2P les exige la enorme cantidad de música a la que éstas les han acostumbrado, mientras que, por el otro, la industria redirige esa compulsión hacia las plataformas de pago bajo la amenaza de cárcel.
En la primera mitad de este año el número de descargas de pago se triplicó. Entre los factores que explican el aumento se encuentra, según Infobae, "las campañas publicitarias por parte de la industria para perseguir a quienes intentan descargar canciones ilegalmente". Según el mismo periódico "IFPI, que inició cientos de demandas en el mundo acusando a la gente de descargar canciones protegidas (…), dijo que el mercado legítimo está tratando de responder a esa creciente demanda".
El éxito en la recuperación de clientes con la receta del miedo es difundido como una gran noticia para la industria discográfica. Los medios de comunicación incentivan a las demandas en aquellos países en los que todavía no se han decidido a interponerlas exaltando la eficacia sanadora del jarabe de palo. El periódico Clarín asegura que "finalmente, las estrategias de las discográficas para acabar con la piratería de música por Internet, parece que empiezan a rendirle frutos". Por su parte, el presidente de IFPI celebra que vuelvan sus clientes "ya sea por miedo a que sean atrapados violando las leyes" o por el temor "de que se puede dañar la computadora personal".
Apelar al miedo ancestral a la exclusión es también una de las más eficaces tácticas usadas por los productores de consumidores. El hecho de que un determinado tipo de música sea oído por la mayoría de la población es suficiente aliciente como para que muchos se sientan compelidos a, con su compra, pasar a formar parte de ese grupo. Es habitual, por ejemplo, que los discos se anuncien con la etiqueta que indica el número astronómico de ventas que ha tenido. A pesar de que la mayoría de las veces esa cifra solo indica la cantidad de incautos que han picado -díganme de qué otro modo puede calificarse mejor el hecho de comprar el último éxito del verano si no es con la palabra "picar"- la sensación que te da esa compra es que estás entrando en el grupo de la mayoría, un lugar donde nadie te señala con el dedo por ser diferente, por ser ajeno al círculo o por no ser "in".
La publicidad, a sabiendas de este miedo a no seguir la corriente y a ser catalogado como un bicho raro, promociona productos recordándote que tus vecinos y amigos probablemente también lo tengan. A veces la etiqueta superventas no es un reclamo externo sino que está íntimamente incorporado al disco formando parte de su propio título. Ocurre esto en los recopilatorios de "éxitos del verano" (título que traducido al castellano significa: "esto es lo que baila todo el mundo, cómpralo si no quieres ser una rata solitaria") o incluso más claramente aún el último disco de Sony y Vale Music titulado, directamente y sin anestesia, "Superventas 2005".
Muchas personas, por lo general jóvenes, conociendo precisamente esta homogenización, sacrifican la comodidad de pertenecer a un grupo mayoritario a cambio de un sello de identidad propio. Para este sector, no pertenecer al grupo dominante no solo no es visto como algo malo sino como una marca distintiva. Hasta tal punto es así, que si aquello que creían que les hacía diferentes se populariza, rápidamente es desechado porque ya no cumple esa función de distinción. Los grupos de música que de la noche a la mañana se hacen famosos- ya sea porque una de sus canciones le ha caído en gracia a la radio o porque ha aparecido como banda sonora de un anuncio- son inmediatamente despreciados por muchos de sus antiguos fans que ven como una traición el hecho de que lo que ayer les hacía genuinos hoy les coloca en el centro mismo de la masa de la que creían haber escapado, y todo ello muchas veces con total independencia de que el grupo en cuestión mantenga intacta sus raíces.
Esa búsqueda de la diferencia en una sociedad clónica es también aprovechada por los productores de consumidores y a veces ha sido específicamente creada por ellos mismos. Los anuncios de televisión que por un lado atemorizan con la posibilidad de ser un marginal, por el otro apelan a que compres sus productos para "ser diferente" o "pensar diferente". Así, clamando por la originalidad en un mundo donde todos visten igual, escuchan la misma música y ven las mismas películas, consiguen convertir en otro rebaño dócil a las ovejas negras que escaparon de la multitud y que están dispuestas a comprar todos aquellos productos que se les ofrezcan si con ellos subrayan su diferencia y su autenticidad.
No hay que olvidar que uno de los eslóganes de la Mesa Antipiratería fue "Sé Original", un juego de palabras no especialmente brillante y que se lanzó a sabiendas de que muchos de los destinatarios principales de su propaganda son adolescentes para los que dejar patente su diferencia es un objetivo primordial. Aprovechando esto, la Mesa Antipiratería relacionaba la compra de productos originales con la originalidad del comprador mismo. Sorprendentemente comprar un disco en, por ejemplo, El Corte Inglés, se convertía así en un acto que reivindicaba la singularidad del consumidor. La presidenta de la Mesa Antipiratería dejó claro este paralelismo cuando dijo que querían transmitir a la Unión Europea un eslogan: "Sé original, compra original".
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