Mi profesor de filosofía siempre me había dicho que los humanos carecemos de instintos, esas mismas rutinas que hacen que los animales sobrevivan en su propio entorno. Somos superiores, solía decir. Somos peores que el resto de seres vivos, le replicaba yo enrabietado. No era un tipo especialmente listo ni inteligente, pero sus palabras, así como la forma de comportarse con todos y cada uno de los de la clase, denotaban sus largos años de experiencia fuera de este país. Ha vivido mucho, pensaba mientras escuchaba sus innumerables historias, o las de las decenas de amigos y centenares de conocidos que decía tener repartidos a lo ancho y largo de este mundo.
Creo que nunca se ha encontrado en una situación como la mía. Parece que la muerte nunca ha estado tan cerca suyo que de haberlo querido, hubiera podido arrancarle de un tirón ese oscuro manto que le cubre mientras se desliza entre ambos mundos.
El frío viento de la noche azota mi cara sin contemplaciones mientras la Luna me sonrie de forma tenebrosa. La parte derecha de mi rostro esta fría, como los cubitos que han servido para refrescar el whisky de hace un par de bares. El bosque susurra cánticos arcanos a todo el que se adentra en aquellas carreteras mientras sus ramas se balancean furiosas, siguiendo al unísono el malvado compás que conjuga la escena.
Suena uno de mis grupos favoritos, The Animals. Nadia y Andrea duermen plácidamente en los asientos traseros mientras The House of The Rising Sun penetra en mis oídos inundando de viejos recuerdos a mi deshidratada mente. La oscuridad de la carretera hace que pagues un despiste de tan siquiera unas décimas, con el chasis de tu carro destrozado, abierto de par en par, mientras por las barras de acero que lo componen descienden lentamente los trozos de los acompañantes con los que viajabas.
-Para un momento o me meo encima.- le susurre a Carlos después de hacer girar la ruedecita del volumen hasta el mínimo.
-No me hagas parar ahora, aguanta un poco. Deben quedar menos de quince kilómetros, joder. - replicó apartando mi mano del radiocasette.
Cerré los ojos y buceando de nuevo bajo aquella gélida brisa, una masa viscosa ascendió lenta y ruidosamente por mi esófago, llamando la atención de forma clara y directa al único que todavía seguía, por nuestro bien, despierto. Aquel conjunto viscoso de mucosidad, que había ido recolectando la mierda con la que se topaba mientras ascendía por mi garganta salió despedido con fuerza tras un esputo. No exteriorices tus flemas cuando la expectoración ha sido muy fuerte, me solía decir mi novia. Pobrecita ella. Tanto estudiar para acabar jodida en el supermercado más cercano a su casa.
Me giré y le eché un vistazo. Seguía dormida, sonriente y plácida.
-Eso que acabas de hacer es una guarrada, ya sabes que no me gusta que hagas esas cosas cuando vas en mi coche, coño. -dijo girando su rostro hacía mí un instante.
-Manten los ojos sobre el asfalto, Carlos. No me gustaría empezar el fin de semana con nuestros cuerpos bajo los hierros de este coche.
-Déjate de gilipolleces y abróchate el cinturón, que a ver si el que va a salir volando va a ser el que más cuidado quiere que tengamos...
-¿El que?.
-Nada, joder. Tú abróchatelo y ya está, no me mosquees, ¿vale?.
-¡Uuuhh!. El señor de hielo se nos enciende...
-Vete a la mierda.
Si vas con cuidado no tiene porque pasarnos nada, excepto que consigas que me mee encima, pensé. Quedan apenas diez minutos y yo voy a mearme en ocho, como mucho. Sólo hace falta apartarse un poco, encender todas las putas luces del coche y te verán desde aquí a Lima, ¡mierda!. Intento tranquilizarme. Mis ojos se elevan de nuevo al firmamento mientras la Luna ya no me observa con esa sonrisa estúpida, sino que ahora parece triste. Que demonios... pienso.
El coche sesea bruscamente tras el volantazo de Carlos. El coche se aleja del centro de la calzada para pasar destrozando el quitamiedos. Saltan unas chispas y la carrocería grita despavorida tras la rascada sobre las puertas.
-¡¡Me cago en la puta!!- grita Carlos mientras sin tiempo a reaccionar, veo como una señal que se refleja a varios metros en adelante cruza a la altura de mi brazo demasiado rápido para poder hacer nada. Cuando el hierro del poste arranca el retrovisor derecho del 320i me doy cuenta de lo que está apunto de suceder. Intento recoger mi brazo derecho de la ventanilla pero ya es demasiado tarde. Éste se parte a la altura del codo, mutilándome de inmediato de esa parte hacía fuera. Grito desesperado tras el fuerte impacto, todavía sin notar el verdadero dolor de lo que acontecerá, mientras la cara de pavor de Carlos se torna desesperación, la locura le cubre la mente y hace que el volante gire de forma letal hacia el carril contrario. Es demasiado tarde.
Mi brazo desciende ahora ladera abajo , cubriendo de sangre el recorrido que ha escogido mientras observo simultáneamente el muñón que queda ahora en mi extremidad amputada y el muro de piedra caliza que nos espera apenas medio segundo más tarde. No hubiera ocurrido mucho más si al conductor no le hubiera entrado el pánico, pero supongo que estaba demasiado cabreado conmigo por haber escupido un par de veces sobre la carretera.
El impacto no se hace esperar. El airbag crece a una velocidad endiablada mientras me percato como las costuras del salpicadero ceden para accionar la bolsa de aire que seguramente me parta la nariz, labios y me desfigure el rostro por un tiempo. Mi cabeza se hunde sobre esa asesina almohada mientras mi culo se eleva del asiento haciendo que una de mis piernas se parta por varios lugares al torcerse el chasis que quedaba bajo mis pies.
Mi cabeza retrocede tras el impacto y mi nuca se clava contra el reposacabezas, que se retuerce sin remedio. La sacudida ha finalizado y todavía sigo vivo. No sé porqué, ni me voy a parar a observar los entresíjos de lo que ha ocurrido para que así sea. Un par de minúsculas luces me alertan. A lo lejos un vehículo parece acercarse a gran velocidad por aquellas carreteras mientras deduzco el resultado del impacto si me quedo llorando por mi brazo amputado y mi pierna destrozada.
De mi nariz desciende un hilillo de sangre que me impregna la camisa blanca de ese rojo tan repulsivo mientras con mi brazo izquierdo intento abrir la puerta. Por increíble que parezca, esta se abre como si fuera la puerta de un coche que acabas de sacar del concesionario, con la única excepción de que al abrirla del todo, cede a la fuerza de la gravedad y se tumba sobre el asfalto. Me tiro deliberadamente sobre la calzada y empiezo a serpentear hacia un lugar seguro, pero no veo una mierda.
Un ojo me sangra y me escuece, tengo la nariz partida y el labio inferior se hincha por momentos. No puedo hacer fuerza para arrastrarme con mi brazo derecho porque, simplemente, no tengo. Ya lo buscaré más tarde, aunque no sirva para nada.
-...Juan... jo... - mis oídos parecen estar en perfecto estado tras escuchar unos susurros que vienen de Carlos. Me llama pero yo ya estoy fuera del coche y ese vehículo se acerca cada vez más. En ese momento me doy cuenta de lo que realmente importa: yo. Ni novia, ni amigos, ni siquiera mi honor ni la lealtad que tanto decía rendir a mis más queridos. Todo se ve traspasado a un plano inferior y lo que ha hecho descenderlos hasta ese punto han sido mis cojones por salir yo mismo de esa.
Seré un ser despreciable y esto me atormentará durante toda mi vida. No dormiré muchas de las noches que lo necesite y me pasaré la vida entre psicólogos, hospitales y algún que otro psiquiatra, pero al menos estaré vivo. Podré seguir respirando este aire contaminado mientras me dan por el culo una y otra vez, como lo han estado haciendo desde el momento en el que nací. Pero al menos podré sentir como me joden. Preriero seguir viviendo la mierda de vida que llevaba a palmar ahora y notar como todo se desvanece en apenas un instante.
Mi profesor de filosofía siempre me había dicho que los humanos carecemos de instintos, esas mismas rutinas que hacen que los animales sobrevivan en su propio entorno. Pues bien, ahora el animal que huye de un lugar que se tornará el infierno en apenas unos segundos soy yo. Carecemos de instintos, ya.
Que coño me van a explicar a mi...