Este relato es totalmente ficticio. Cualquier parecido con lugares,personajes, hechos y fechas es meramente casualidad.
Los meses de sufrimiento tocaban a su fin, ahora por fin podría vengarme, era todo lo que me quedaba la venganza. Cuando la ley se convierte en una tortura para los hombres justos estos debemos de alzarnos contra los tiranos que la promueven y contra aquellos que la disfrutan.
Agarré el cuchillo y trepé por edificio como pude, no era difícil hacerlo. Pensé en como los okupas lo habrían hecho hace meses para ocupar mi piso, seguro que entonces les pareció un buen botín, lo que no sabían es que habían jodido al hombre equivocado. Había aguantado con paciencia, de verdad, y había acudido a los procedimientos legales, pero cuando me dijeron que la cosa se demoraría bastante tiempo porque uno de los okupas era un niño y los okupas se jactaron de ello delante de mí el otro día, paciencia se me agotó. Puede que aquellos que hicieron las leyes tuvieran paciencia para realizarlas, pero ellos no son los que nacieron para sufrirlas.
Alcance la ventana, todo estaba en silencio, el calor del verano ayudaba mi causa ya que la ventana estaba abierta y no tendría que romperla. Entre silenciosamente, se escuchaban ronquidos desde la habitación principal. Crucé el salón lentamente sin causar ruido, lo vi hecho un desastre, parecía que allí no vivían humanos, si no una nueva raza que había surgido hacía poco. Esa raza había nacido de los defectos del sistema, y tenía como norma aprovecharse de él y de las personas justas. Son como garrapatas, aún peor ya que las garrapatas actúan por instinto, estos actúan por maldad, por vagancia, por prepotencia y por vanidad. Aquellos niñatos, de unos 20 años, habían reclamado su piso, ese que llevaba yo 15 años pagando con mi trabajo, por no se que justificación social. Se creían valedores de la verdad y en nombre de una extraña revolución lo reclamaban, me llamaban explotador, por tener yo dos pisos, y otra sarta de idioteces.
Ellos habían hecho temblar mi estabilidad, pero yo hoy pondría fin a su miseria, y me aseguraría de que nadie más de bien la sufriera. Pasé por el dormitorio más pequeño, donde un niño de un par de años dormía. Se trataba del fruto de la irresponsabilidad de aquellos canallas, había pensado en que sería de él, pero cualquier destino sería mejor que criarse con esos puercos.
Llegué al dormitorio, la pareja dormía, él estaba desnudo y ella solo tenía unas bragas puestas. En el suelo había botellas de cerveza tiradas y su ropa sucia. En la mesita había una cachimba y hachís. Todo estaba desordenado y hecho un asco, recordé como estaba la habitación la última vez que la vi, y su deterioro me causó repugnancia. Apreté con fuerza el cuchillo y me sitúe de pie junto al okupa. El roncaba, con el pito fuera y esas rastas me dio un asco tremendo. Había dudado de mi cometido, pero estando ahí y viéndolo en mi cama las dudas se me disiparon, quería borrar de la tierra a ese cretino, extirpar su voluntad para que como un cáncer que se transmite por el aire no pudiera hacerle a nadie más daño. Pensé en quién matar primero, pero decidí no arriesgarme y empezar con el más fuerte.
Levanté el cuchillo, suspire un segundo, aún había dudas pero debía combatirlas, pensé en que mi causa era justa, que en el pasado, hace miles de años, nadie me habría juzgado por lo que iba hacer. Siglos de civilización habían servido para elevar a la raza humana, pero también para crear ventanas de oportunidades para esa nueva raza de miserables, aquellos que piensan que están por encima de la civilización, mi causa era justa, ya que ellos están al margen de ésta no se me podría juzgar por acabar con ellos. Con violencia asesté una puñalada en el pene de aquel malnacido, el silencio de rompió de repente como si un tren lleno de cientos de pasajeros durmiendo se estrellara de repente contra un muro de hierro. El dolor empapó mis oídos, la sangre brotaba por el miembro de aquel desgraciado. Rápidamente desclavé el cuchillo y le di otra puñalada en el cuello.
Su vida se apagaba rápidamente, su novia se había levantado y gritaba como una cerda en pánico, fui hacia ella corriendo, ella intento huir y la apuñalé por la espalda, dos o tres veces, hasta que calló al suelo. Pidió clemencia. Le respondí que le daría la misma clemencia que ellos me dieron cuando fui llorando, a pedirles por favor que me devolvieran el piso, que lo necesitaba para venderlo, ya que mi negocio no funcionaba y necesitaba capital. Entonces me llamaron cerdo capitalista y me empujaron la cabeza sobre una pared. Mi negocio no se había podido recuperar, y tuve que cerrarlo. Recordar aquello me dio rabia, cogí su cabeza y se la estampé contar el suelo varias veces hasta que murió.
En el dormitorio aledaño se escuchaban llantos de bebé, fui allí. Miré esa criatura, sentí lástima por él. Pensé si algún día querría vengarse, en otra época matarlo habría sido una forma de curarse en salud para el futuro. Pero la civilización tiene sus avances, y aunque había trasgredido sus límites, pensé que acabar con él transgrediría otros límites que no quería pasar.