El día que nació mi hermano, 29 de octubre de 1989, se celebraron Elecciones Generales en España. El partido por entonces gobernante, el mismo que el de ahora, ganaba por poco abrazado al absentismo de un partido que por aquél entonces era mucho más terrorista que ahora, Herri Batasuna. Ahora, sin embargo, que no les hace falta su apoyo, no los dejan legalizarse ni aunque les copien los estatutos. Cojonudismo que se llama. Durante las últimas tres décadas se nos ha ofrecido la oportunidad de cambiar y subvertir el orden establecido mediante un acto tan democrático como unas elecciones nacionales. Mentira, como es sabido. Porque lo que mucha gente ignora es que demo kratía no es más que "el gobierno del demo", solamente quienes tienen garantizado el estatus de ciudadano, quedando fuera todos los demás. Los esclavos por deudas, por ejemplo. Como dice Genaro Chic, todo el dinero, en su inmensa mayoría al menos, es deuda, y de esa misma deuda surge la estructura social y económica en la que ahora mismo intentamos sobrevivir. "Contra estas situaciones de derecho tenderán a alzarse los grupos que se sienten ahogados por el sistema y explotados, que intentarán hacer valer otras ideas dominantes, como por ejemplo que lo que importa en el desarrollo de una comunidad es la inteligencia racional, que tiende a cuantificar los esfuerzos en un plano de igualdad. El comercio impersonal (no emocional) crea un nuevo tipo de deuda, de límites concretos, cuantificables en el otro medio de cambio que es la moneda. El problema que presenta esta otra postura (que tiende a manifestarse en la Economía de Mercado, basada en la oferta y la demanda sobre bases en principio igualitarias) es la evolución en la exaltación de lo racional hasta extremos racionalistas, o sea sectarios de la razón, lo que implica un individualismo cada vez mayor y la tendencia a la destrucción del sentimiento social como algo emocional (sentimiento que se sustituye por un contrato carente de emoción, basado sólo en los intereses cuantificados). O sea, que la competencia cuantitativa, en este plano, puede llegar a ser tan destructiva como en el contrario.
De ahí que encontremos, tanto en un tipo de economía como en su complementario –pues ninguna de las dos se da de forma pura nunca, dado que sólo tenemos un cerebro emocional/racional- la deuda surja como motor de la acción para producir bienes y servicios nuevos que enriquezcan a la comunidad. Y que, como nos muestra un examen histórico del pasado, los abusos de esa deuda pueden generar situaciones de agobio que pueden llegar a la incapacidad de seguir avanzando. De ahí que, como último recurso, para desatascar la situación de parálisis, haya que recurrir a la abolición de un sistema de deudas devenido obsoleto, con el mínimo de perjuicios para las partes acreedoras y deudoras, para comenzar un nuevo ciclo en una dimensión distinta."
Es por eso que cuando tantos medios actuales se sumergen en la febrilidad de las mal llamadas "revoluciones árabes" y las comparan con "su 1989", casi me entra una mezcla de espanto y vergüenza propia y ajena. El espanto viene de la mano de los recuerdos que acompañaron a 1989. Nuestro querido ex presidente de aquél entonces, ahora felizmente arrejuntado con una gran empresa energética, había abrazado las tesis neoliberales como un alcohólico que se reencuentra con su querida botella. Claro, no podía ser menos, los amigos estadounidenses habían forzado un magnífico apaño en forma de golpe de estado encubierto malogrado el 23-F… pero no malogrado porque no se salieran con la suya, que sí lo hicieron, sino porque Tejero estuvo a punto de echarlo todo a perder. Al final, Suárez fuera, España a la OTAN, González presidente y abrazando en legislatura y media las teorías neoliberales impuestas desde EEUU. Un mundo perfecto donde la democracia es un teatrillo que se celebra cada cierto tiempo aunque nuestros gobernantes estén mal de la cabeza. Me inquieta por tanto la comparación de Egipto y Túnez, veremos si también de Argelia o Marruecos, con 1989 porque queda muy progre y fino decir que fue la apertura democrática (¿alguien ha visto Bielorrusia antes y después? ¿alguien puede jactarse de que Hungría esté mucho mejor?) de los países del Este, de economía planificada y todo eso. De esa forma nos olvidamos que las manifestaciones comenzaron con estudiantes universitarios que no encontraban trabajo, como el que se inmoló en Túnez. Y es que si lo comparamos con 1989 nos queda más lejos a "Occidente" que 1968, que ya es más peliagudo.
Sería un problema muy jodido para nuestros gobernantes que nuestros estudiantes universitarios pudieran pensar en echar abajo nuestros obsoletos gobiernos, títeres de otros dictadores. Porque aquí vivimos bajo la ilusión de un mundo maravilloso. Ése es el miedo que nos atenaza y que impide toda movilización. El recuerdo delo que fue un falso nivel de vida hace que nadie quiera salir a la calle. Creemos que podremos restaurar los viejos tiempos donde un albañil compraba BMW y donde un estudiante universitario no se preocupaba si no encontraba trabajo porque, o bien podía ganar mucho en cualquier cosa no cualificada o bien el Papi Estado convocaba oposiciones a tutiplén. Oigan, eso es mentira, pregúntenle a Merkel que ahora nos quiere desligar los sueldos de la inflación y es entonces cuando nos vamos a reír un rato. Aquí no pasa nada porque las revoluciones son en esos "países atrasados" con dictadores políticos, olvidándonos que en nuestra feliz utopía social neoliberal los dictadores son financieros.
Un dictador financiero que puede eludir todas las trabas judiciales que quiera, como Emilio Botín, dueño de España, de la F1, del cuello de Fernando Alonso y enriquecido como presidente del Banco Santander con la deuda de millones de personas. Cuando usted ingresa en su entidad, como en cualquier otra, pongamos por caso mil euros, ya no son mil, ni siquiera son suyos, sino que son dos mil euros prestados a un tipo de Birmingham. Esa deuda que le generan a ese señor refinancia fondos tóxicos prestados a un crédito de un negro en Alabama cuya casa se cae a pedazos, pero no importa, generamos deuda y con ella el 90% del negocio bancario. De esa forma, si no devuelve el dinero, quien pierde no es el banco, sino usted y sus mil euros que ingresó únicamente para guardarlos y que nadie le preguntó si quería que fueran reubicados en cualquier otro sitio. Botín, cuyo apellido es ya de por sí ilustrativo, ha llegado a ser dueño por entero de la Universidad, desaparecida en un cúmulo de vaivenes absurdos donde se prima la tecnicidad sobre la profesionalidad y se coloca en puestos importantes (la de Sevilla es el mejor ejemplo) a deudores de favores al régimen financiero. Dictadores económicos como él, corruptos, perdonados por sus títeres políticos y judiciales (recomiendo seguir y leer el enlace para comprender la gravedad de la "demos-gracias" en la que vivimos asentados) y sobre todo dirigiendo sin rubor los designios de países como el nuestro donde se puede engañar a una persona como José Luis Burgos echándole la culpa de un crédito tóxico que ahora se le reclama sin que el banco, el Santander por supuesto, cumpla con lo estipulado en el contrato de vida que le ofrecieron. Un país donde los medios, en connivencia en su gran mayoría con el poder real, el financiero, insisto, bloquea toda información al respecto.
Por eso, cuando dicen que en otras partes del mundo se vive un nuevo 1989, me inquieto, porque sé que en realidad es un mayo del 68 que está teniendo éxito. Me inquieta pensar que mientras los estudiantes universitarios y otras clases medias (ojo, las clases medias a las que se está atacando sin césar en Europa, no las bajas que, como en Egipto, prefieren un modelo paternalista que puede implicar dictadura sea unipersonal, del proletariado o de lo que se quiera) salen a la calle y echan abajo regímenes enteros, aquí no pasa nada. Y la Historia pasa factura, no vivimos "en el peor de los regímenes posibles a excepción de todos los demás", como Churchill definió a la democracia, sino en un Estado Totalitario asaltado por grandes entidades cuyos delegados políticos nos dicen qué hacer, decir, pensar e, incluso, nos dicen contra qué rebelarnos, y contra qué no hacerlo.
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