Iba yo callejeando por Madrid hace algún tiempo, por la calle Tetuán para ser mas exactos cuando ésta estaba en obras y casi impracticable. Pues bien, me disponía a cruzar la calle en un paso de cebra cuando a mitad de camino diviso a mi objetivo. Una mujer de unos 50 años, pelo rojizo y enmarañado, vestida con lo que parecía ser dos partes de chándals diferentes y con un bastón tanteando el terreno de lado a lado. Mientras caminaba, no pude evitar fijarme en que si trazásemos una línea recta prolongando su actual dirección, la mujer iría a parar a una zona de cuneta con vayas y material de escombro. La mujer caminaba por la zona derecha del cruce, pegada a los coches que estaban estacionados esperando a que se pusiera en verde el semáforo. Calculé que si tenía quería evitar una colisión de la invidente tenía que actuar cuanto antes, al parecer era el único interesado en evitar algo así.
Embriagado por la escena de Amelie, en la que la guapa francesa ayuda a un ciego a cruzar la calle en un acto de improvisada bondad y el ciego experimenta un momento de gozo e ilusión en su apagada vida me decidí a reescribir esa escena, esta vez siendo yo el protagonista. Además qué cojones, desde pequeño oímos y leemos que la acción buena por excelencia es esta, ayudar a un ciego a cruzar la calle. Bueno, tal vez se te presenten pocas veces en la vida una oportunidad así y sea una auténtica prueba de lo buena persona que es uno. Pensando en estas cosas me decidí y apreté el paso, escorándome a la derecha de la mujer, casi rozando los morros de los coches. Ya visualizaba una simpática escena, algo así tenía que al menos contrarrestar algunos de los pecados cometidos, en unos momentos iba a ganarme un pedacito de cielo o al menos equilibrar la balanza.
En silencio me puse a su altura y cogí delicadamente del brazo derecho a la mujer a la vez que le dije algo como: "tenga cuidado, déjeme que le ayude" No sé si fue la sorpresa del momento, que la toqué con excesiva rapidez antes de dar alguna explicación o que la ciega era una hija de la gran puta, pero de todas las cosas que pensaba que podrían suceder, esta sin duda sería la última de todas ellas.
Todo iba bien hasta que la mujer se zafa con un manotazo de mi mano y lanza otro al aire golpeándome en el hombro a la vez que gritaba "¡Haz el favor, eh! ¡¡Haz el favor!!"
Paralizado por el súbito ataque miro alrededor con cara de idiota y veo como soy el centro de atención de todos los transeúntes y de los conductores de los coches estacionados. No sé si pensaban que era un ladrón tratando de robar a una indefensa ciega o qué sensación debía dar, el caso es que reaccioné y quise alejarme de la escena del "crimen". Enajenado por la vergüenza, mi plan fue avanzar lo mas rápido posible y olvidarme de esa mujer, asi que di 3 grandes zancadas por la derecha de la mujer, esquivando algun coche para luego torcer a la izquierda y acabar de cruzar la calle. La maniobra estuvo apunto de salirme bien, si no fuera por el hecho de que olvidé un factor vital en la operación, el bastón de la ciega.
Conseguí adelantarla, si, pero no lo suficiente como para no estar en el radio de acción de su bastón. Así que inevitablemente, me vi alcanzado por él, entorpeciendo mi huida y haciéndola más que llamativa. Apunto de caer, cosa que hubiese sido mi ruina, conseguí reincorporarme, agachar la cabeza y caminar rápido hacia otra calle lejos de testigos. Al menos, con todo ese trajín de manotazos y el lío con el bastón, creo que conseguí el objetivo contrario a mi primera intentona, así que la ciega se escoró mas hacia la derecha si cabe, con lo que si antes peligraba comerse la zanja y las obras, ahora era casi seguro que acabaría haciéndolo.