NUEVA DELHI (apro).- Los sueños de la India de convertirse en una superpotencia mundial se alejan. Hace sólo tres años el país asiático creció a 8.5% anual, mientras Occidente se hundía en la peor crisis económica en décadas.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama; el primer ministro inglés, David Cameron, y otros líderes de países desarrollados, visitaban Nueva Delhi para participar del reciente bienestar de la economía india con la venta de aviones, armamento e infraestructura.
La creciente clase media parecía convertirse en el flotador de salvación de empresas europeas y estadunidenses que veían cómo sus mercados locales se desplomaban. La prestigiosa revista The Economist pronosticó en una portada que el crecimiento de la India superaría al de China.
Pero hoy la India no piensa en el ansiado papel de superpotencia económica, sino que mira con temor al pasado. Al año 1991, la subida del precio del petróleo por la guerra de Irak dejó a Nueva Delhi con apenas dos semanas de reservas de dólares para las importaciones de crudo. El Fondo Monetario Internacional concedió créditos a la India a cambio de la liberalización de su autárquica economía.
“Ninguna fuerza puede detener una idea cuyo tiempo ha llegado”. Parafraseando a Víctor Hugo ante el Parlamento, el entonces ministro de Finanzas y hoy primer ministro, Manmohan Singh, cambiaba el curso de la historia moderna del país asiático con la apertura de la economía. Nacía la “India brillante”.
En las siguientes dos décadas el país asiático vivió el periodo probablemente más próspero de su historia. Los centros comerciales se convirtieron en los nuevos templos y oasis de la novedosa clase media, las hamburguesas de McDonald’s se unían al picante menú local y las carreteras se llenaban de Toyotas, Audis y Fords. No sé discutía si la India se convertiría en una superpotencia, sino cuándo.
Pero los sueños de prosperidad y poder internacional de la India se diluyen ante la peor situación económica a la que se enfrenta el país en dos décadas. Una crisis en ciernes que ha revivido el descalabro de 1991, quizás exageradamente. “Tenemos reservas para seis meses. No hay comparación. No volvemos a 1991”, afirmó prosaicamente Singh, en un intento por atajar el pesimismo sobre la situación del país. El primer ministro parece haberse quedado sin ideas y ya no parafrasea a literatos.
El último de los problemas de la tercera economía asiática es el desplome de su moneda, la rupia, que ha acumulado continuos mínimos históricos respecto del dólar. Desde comienzos de año, la rupia ha llegado a caer 20% respecto del dólar. La decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos de retirar el plan de estímulo monetario con la compra de Bonos del Tesoro, que ponía a disposición de los inversores dinero barato, llevó a éstos a deshacerse de la moneda india.
La caída de la divisa sitúa al país en una difícil situación. El déficit por cuenta corriente se encuentra en 4.8% y se teme que aumente una inflación que se situó en 10% en junio y que golpea en especial a los pobres. El poco valor de la rupia ha llevado al gobierno a subir el precio de la gasolina ocho veces en los últimos meses y los productos de importación se están encareciendo, lo que perjudica a la clase media de la que depende el consumo.
La debilidad monetaria ha obligado al banco central indio a subir los tipos de interés en medio de la desaceleración que atraviesa la economía, que creció sólo 4.4% durante el primer trimestre de su año fiscal, el tercer trimestre consecutivo con una desaceleración del crecimiento.
Crisis a fuego lento
La actual situación de la India se ha cocido lentamente. En la primera década de este siglo el país creció a una media de alrededor de 8%. El objetivo era superar el 10%. Sólo China crecía más, pero el PIB se desaceleró en el ejercicio fiscal 2012-2013 a 5%, el menor ritmo en 10 años, y las exportaciones y la producción industrial se estancaron.
Los planes de gastar miles de millones de dólares en autopistas, aeropuertos y ferrocarriles se desvanecían. Y la esperada liberalización de sectores como las pensiones, los bancos, defensa y educación no llegaban. Los vaivenes en la toma de decisiones crearon incertidumbre y desconfianza en torno del país asiático.
En 2011 la India anunció que permitía la inversión exterior en supermercados y grandes superficies. Walmart e Ikea esperaban este anuncio desde hacía años. Poco después el gobierno revocó la decisión. Más tarde volvió a permitirlo, pero exigió a las compañías grandes inversiones en infraestructura y que 30% de sus productos fuesen locales.
Ni Walmart, Ikea ni ninguna otra gran empresa similar están presentes todavía en la India. El gobierno esperaba que estas multinacionales mejorasen el anticuado sector agricultor y ayudasen a mejorar la paupérrima infraestructura del país. Alrededor de 40% de las frutas y verduras se estropean camino de los mercados, debido a las malas carreteras y la falta de una cadena de frío.
Otras grandes compañías han renunciado a inversiones en el país ante las dificultades que presenta la India. El gigante siderúrgico Arcelor Mittal abandonó en julio un multimillonario proyecto con una inversión de 6 mil 700 millones de dólares ante la imposibilidad de adquirir los terrenos necesarios. Por las mismas fechas, la surcoreana Posco desistió de la construcción de una planta por valor de 5 mil millones de dólares por los mismos motivos que su competidora.
Muchos culpan al gobierno del Partido del Congreso, liderado por Singh, por no liberalizar más la economía, no mejorar la terrible infraestructura y por su inacción ante los síntomas de que la economía se enfriaba. Singh, destinado a pasar a la historia como el padre de la India moderna, es visto hoy en amplios sectores como un político sin liderazgo que ha hecho descarrilar al país en su camino a la prosperidad.
Tras meses de que los mínimos históricos de la rupia copasen las portadas de los diarios locales, el nombramiento como gobernador del banco central indio del economista “con encanto de estrella de rock” Raghuram Rajan, a principios de septiembre, ha calmado a los mercados. El antiguo economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI) entre 2003 y 2006, y que cimentó su reputación con la predicción de la crisis económica en Estados Unidos, aseguró en la toma de posesión que el país seguirá “un camino de firme liberalización” de la economía. De momento la rupia ha dejado de perder más valor.
El reciente anuncio de la Reserva Federal estadunidense de que no pondrá fin al estímulo monetario también ha ayudado a la rupia y a las bolsas indias, que han recuperado ligeramente parte de las pérdidas sufridas en los últimos meses.
“Gloria incierta”
Mientras la economía se tambalea, algunas voces han comenzado a cuestionar el modelo de desarrollo económico del país y los logros que se han alcanzado en los últimos años.
“La historia del desarrollo en el mundo ofrece pocos ejemplos, si es que hay alguno, de una economía que crece tan rápido durante tanto tiempo, con unos resultados tan limitados a la hora de reducir las privaciones humanas”, sostienen el premio Nobel de Economía Amartya Sen y el también economista Jean Drèze en su nuevo libro Una gloria incierta. La India y sus contradicciones.
Los académicos afirman que la mejora de la calidad de vida de la mayoría de los indios ha sido insuficiente tras dos décadas, con un crecimiento en torno de 7% en promedio, un logro sólo superado por China.
Pero en el país del dragón solo 1% de la población carece de electricidad, mientras que en la nación del elefante un tercio de las personas, o 400 millones, no están conectados a la red eléctrica. Si en China 95% de la población sabe leer y escribir, en la India solo 74% es capaz de ello.
El 47% de los niños indios sufren desnutrición. Un tercio de los pobres del mundo viven en el país asiático. Una clase media estimada entre 200 millones y 300 millones de personas viven en la próspera “India brillante”. Pero casi 800 millones de indios lo hacen con menos de dos dólares diarios, en ocasiones en condiciones medievales.
Y aquí radica “la incierta gloria” del crecimiento indio para Sen y Drèze, para quienes el objetivo de la economía es mejorar la calidad de vida de las personas.
Los economistas recurren a la comparación con Bangladesh, país considerado un caso perdido por los expertos en desarrollo hasta hace poco. En Bangladesh la población vive más que en la India, sus mujeres mueren menos dando a luz, más niñas acuden a la escuela, los niveles de alfabetización son más altos y hay menos desnutrición infantil.
Todo ello a pesar de que la renta per cápita en la India es el doble, su economía es varias veces mayor, y a que hace 20 años la situación en Bangladesh era peor que en el país vecino.
Los economistas sostienen que Bangladesh ha conseguido mejorar las vidas de sus ciudadanos con voluntad política y gasto público, en especial en educación y sanidad, un modelo de desarrollo que también siguieron Japón, en el siglo XIX, y Corea del Sur, Taiwán y China más recientemente.
Un modelo que la India no ha seguido y cuyo precio empieza a pagar ahora.