En EE.UU. tanto republicanos como demócratas creen que la desigualdad económica ha aumentado dentro de sus propias fronteras, pero no coinciden ni diagnosticando las causas que provocan la desigualdad ni las soluciones que pueden solventar el problema, según un estudio del Pew Research Center. Mientras que el 61% de los republicanos y el 68% de los demócratas dicen que la desigualdad se ha extendido, solo el 45% de los republicanos sostiene que el gobierno debería hacer algo, frente al 90% de los demócratas que creen que debería actuar. Un estudio ha confirmado estos datos.
Republicanos y demócratas tampoco coinciden sobre cuál sería la mejor intervención posible. Al menos el 75% de los demócratas se muestran partidarios de meter cargas impositivas a los ricos y extender los programas para los pobres, mientras que el 65% de los republicanos creen que ayudar a los pobres hace más mal que bien.
Las diferencias pueden deberse a creencias respecto a la causa de la pobreza. Para los republicanos es más factible la explicación individual (son pobres pq son vagos), mientras que los demócratas se decantan por explicaciones estructurales (sistema económico y procedencia de clase). Llama la atención cómo en tiempos revueltos todos parecen navegar en la misma dirección y, una vez pasados estos, todo vuelve a la normalidad: los periodos de crisis traen un cuestionamiento total de todos los sectores.
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Lo realmente interesante es que, como veis en la imagen de arriba, las mayores diferencias ideológicas se dan entre las diferentes afiliaciones y no tanto en las diferencias de ingresos. En este sentido la afiliación política explica mejor las soluciones propuestas y los problemas diagnosticados que el ingreso individual: el factor político prima sobre el económico. ¿Hasta qué punto la clase o el ingreso determina la ideología? Parece que no demasiado, al menos en lo referente a ideologías que naveguen en el mar de la complacencia del sistema, desde la socialdemocracia al liberalismo. Desconozco cómo podría quedar el asunto si nos moviéramos fuera de los marcos de aceptación del aparato hegemónico –la normalidad– y hurgásemos en los cuestionamientos del mismo –el extremismo–, pero todo indica que estamos ante un posible caso de hegemonía gramsciana o, tal vez, de ideología althusseriana para algunos. En este sentido la política puede determinar lo político –lo molar frente a lo molecular–, pues las instituciones y las estructuras sociales en su propia esencia y por su propia existencia pueden imprimir creencias y crear una ideología o pautas que nos muevan dentro de su propio ser independientemente de nuestra condición, aunque nos perjudique directamente. ¿Conciencia de clase? ¿Dónde?
Últimamente muchos marxistas trasnochados parecen incidir en que la clase media ya no existe, pero entonces ¿qué explicaría esta uniformidad y las pocas variaciones ideológicas atendiendo a los ingresos? No debemos olvidar tampoco que vivimos en los tiempos en los que los grandes relatos que prometían la salvación (cristianismo, marxismo, liberalismo, racionalismo) están en crisis y hoy más que nunca parece que no hay ideologías, sino que simplemente existe el discurso de la normalidad que excluye y limita todo aquello que lo cuestiona (locura, crimen, etc.). Recordemos que en esa construcción del discurso (a través de medios, interacciones individuales, discusiones en un foro, etc.) éste se nos puede presentar de diferentes maneras (demócratas contra republicanos) pero realmente solo será uno. Además, la vida en la metrópolis punitiva gira en torno al sujeto de la era del hiperindividualismo narcisista que se amolda al discurso como un ser líquido y cambia en función de las mutaciones del mismo pero siempre dentro de unos parámetros de aceptación. El discurso es, en este sentido, control en su propia esencia y él mismo, al existir, es la realidad material que nos conforma. Todo ello parece apuntar a que no hay algo así como lucha de clases.
«No habrá solución social a la situación presente. En primer lugar, porque el vago agregado de entornos, instituciones y burbujas individuales que se denominan por antífrasis “sociedad” no tiene consistencia; en segundo, porque ya no hay lenguaje para la experiencia común. Y no se comparten riquezas si no se comparte lenguaje.»