La historia es muy buena, e incluso la trama principal y las sub-tramas está estrechamente ligadas, dando así la sensación de que toda la serie en sí son un montón de fragmentos del caos que hay que reunir.
Incluso los casos más pequeños (a excepción del de Avril que es aburridísimo) tienen una importante contribución a la hora de entender el sentido del nacimiento de Victorique o las decisiones de los lobos grises que viven fuera de la aldea.
He disfrutado muchísimo por como han sabido ligar la Historia Europea (1ª y 2ª Guerras Mundiales) con el ambiente político de la pequeña nación en la que transcurre la aventura, sobre todo en los últimos episodios.
Pero si algo es de verdad interesante es como el personaje de Victorique pasa de la típica loli-tsundere autista, que es la impresión que da al principio, a ser vista como una chica compleja, fuertemente adoctrinada en no creer en nada ni nadie y obligada a ser la marioneta de un hombre cruel, un manipulador y asqueroso violador que es, por desgracia, su padre.
Su relación con Kujo, con su hermano, con su madre, el mago, la maestra... todo se torna emotivo sin que apenas uno se de cuenta. Es increíble como la felicidad de estos personajes se torna la del espectador (al menos en mi caso), como se evoluciona junto a ellos y se es capaz de sentir la angustia, el miedo o el sentimiento de desolación cuando ciertas piezas del tablero desaparecen (el mago, la madre...)
Y aun así, llegas a los últimos minutos de esta maravilla y, acompañando a una canción triste y esperanzadora al mismo tiempo, ves como todo resurge de las cenizas (la escuela abre, un joven lobo encuentra trabajo, un detective se desmelena...) y finalmente, se reúnen los dos protagonistas.
Pues no importa como de fuerte sople el viento, la tormenta acabará pasando, y las piezas separadas volverán a juntarse.