Entre las medicinas alternativas existe la llamada “Terapia del biocampo”. Hay quien la llama “toque terapéutico“, aunque debería ser llamada “no toque terapéutico” ya que consiste en que el sanador mueva las manos manteniéndolas a unos cinco centímetros del enfermo. Según dicen, suaviza y equilibra el “campo energético” del paciente.
Esta terapia, se hizo muy popular en los EEUU y actualmente se halla disponible en más de 70 hospitales del mismo país. Viene adaptada de una antigua práctica china e introducida por Dolores Krieger, profesora de enfermería de la Universidad de Nueva York. Algunos cirujanos afirman que calma y relaja a los pacientes. No hay evidencia científica de beneficio terapéutico, pero también hay testimonios de pacientes satisfechos. ¿Podemos poner a prueba científica un experimento de doble ciego para ver si funciona? Según los terapeutas no era posible, porque los beneficios se derivaban del hecho de que el biocampo del practicante confluía con el biocampo del paciente.
Y la cosa estaba así hasta que entró en juego Emily Rosa, una encantadora estudiante de 11 años que estaba haciendo un trabajo de ciencias. Había visto un vídeo sobre esa “Terapia de Toque” en el que hablaban de todos estos temas. Emily tenía que hacer un trabajo para aprobar la asignatura de ciencias, así que ideó un experimento para poner a prueba todo aquello.
Convenció a 21 terapeutas de toque de Boulder, Colorado, para que se sometieran a una prueba maravillosamente simple. ¿Cómo iban a negarse? Se gastó la fantástica cifra de 10 dólares en comprar los materiales para la prueba. Ella y el terapeuta se sentarían en los extremos opuestos de una mesa dividida por una pantalla, de manera que no podían verse entre sí. El terapeuta extendería las dos manos a través de unos agujeros hechos en la pantalla.
Entonces, Emily colocaría una de sus manitas debajo de una de las manos del terapeuta, sin tocarse. Antes de ello, lanzaría una moneda al aire para decidir la mano bajo la cual pondría la suya. Se suponía que el terapeuta tendría que averiguar, a través del campo energético de Emily, bajo qué mano suya estaba la de la pequeña estudiante. Cuando explicaron el procedimiento a los terapeutas, muchos de ellos manifestaron su confianza en que no habría problema alguno y que iban a sentir la mano de Emily con una precisión del cien por cien. Si los aciertos eran del orden del 50% significaría todo aquello funcionaría por puro azar y que todas esas historias no eran más que imaginaciones.
Pues bien, el experimento se llevó a cabo. Se hicieron un total de 280 pruebas. ¿Sabéis cuántas veces acertaron los terapeutas? 123, o sea, un 44% de las veces. Los terapeutas estaban asombrados. Algunos de ellos estaban honestamente convencidos de su capacidad para sentir el campo energético humano y en una prueba tan simple su poder les había abandonado.
Con la ayuda de su madre y un experto en estadística, el experimento se plasmó por escrito y se envió a la Journal of the American Medical Association (JAMA). Cuando cayó en manos de los revisores y leyeron aquel artículo dijeron que se trataba de “oro macizo”. ¡Y vaya si lo iban a publicar! ¡Por supuesto!.
Emily se convirtió en la científica más joven que constaba como coautora de un artículo en una prestigiosa revista médica. Recibió todo tipo de elogios y apareció en los noticiarios de TV. La Fundación James Randi le concedió una beca de 1000 dólares para su siguiente proyecto de investigación: cien veces más de lo que había gastado en su anterior experimento. Cuando cumplió doce años, el libro que cito en “fuentes” afirma que estaba diseñando un experimento para poner a prueba la terapia magnética, pero no he podido encontrar nada sobre ello.
Tras la publicación del artículo, el director de la Journal of the American Medical Association, George D. Lundberg, recomendó tanto a pacientes como a compañías de seguros que se negaran a pagar por el toque terapéutico o que, al menos, se plantearan si dichos pagos eran apropiados hasta que, o a menos que subsiguientes experimentos honestos demuestren un efecto real. El Dr. Lundberg también comentó que los practicantes del toque terapéutico están éticamente obligados a comunicar los resultados de este estudio a sus pacientes.
En una ocasión en que la Dolores Krieger pasó por Denver y Emily le pidió poner a prueba su terapia una vez más. Dolores Krieger le respondió que no tenía tiempo.
Seguramente, estaría buscando su campo de energía.
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