Todo en La habitación de al lado tiene un extraño tono de artificio e impostura. Incluso al más voluntarioso de los espectadores le cuesta entrar en la película. Hay algo que constantemente le devuelve al insoportable olor de las palomitas y a los ruidos como de rumiantes que no terminan nunca de masticar y sorber Coca Cola con una pajita. Debería el espectador oler la habitación de hospital y el aliento espeso de la enferma. Sentir su angustia. Su temor a la muerte. Pero nada de eso ocurre. Se ha dicho ya todo sobre la maestría de dos actrices que intentan (y a veces logran) sostener unos diálogos torpes y un guion que parece haber renunciado desde el inicio a la tensión narrativa. Lo ha contado, quién si no, Borja Martínez en 'El Independiente', que ha buceado en la hemeroteca hasta llegar al primer número de Nickel Odeon, (julio de 1995) donde se recogía una larga conversación entre Almodóvar, Juan Cobos, Miguel Marías, Juan Miguel Lamet y los cowboys Eduardo Torres-Dulce y José Luis Garci. "Yo busco pareja para escribir", confesaba entonces Almodóvar, "porque hay que romper la soledad. A mí me gustaría tener alguien con quien hablar mientras escribo, discutir las secuencias. Si ese diálogo no lo tengo con un guionista, he de tenerlo conmigo mismo, pero evidentemente siempre es el mismo punto de vista. Creo que me vendría bien por muchas razones, pero no he encontrado la persona adecuada". Hasta hoy. Hace ya mucho que Almodóvar dejó de ser un escritor original que, además, rodaba sus historias, como dijo afiladamente Umbral.
La sensación de artificio, sin embargo, no viene sólo de unas conversaciones que sin el carmín del pintalabios de Julianne Moore y Tilda Swinton nadie podría soportar sin bostezar. En una escena que haría sonrojar a Susan Sontag, personaje que inspiró a la novelista Sigrid Nunez y a su vez a Almodóvar, Swinton aparece, con un pañuelo recién salido de la tintorería y colocado por una delicada peluquera árabe, en un escenario de la guerra. Irak. Junto a ella, Juan Diego Botto. Visitan a unos religiosos que han decidido no salir de Bagdad pese a todo. Botto se abraza a uno de ellos. Le toca. Le coloca alguno de los colgantes que lleva al cuello, con la misma delicadeza con la que una esposa ajustaría la corbata a su marido. Lo vuelve a abrazar. Pero no le besa. Pese a que fue su amante. ¿Almodóvar evitando una explícita manifestación de homosexualidad? Efectivamente. A partir de ahí se entiende toda la farsa.
La película no es más que una sucesión de discursos impostados sacados de lo más normativo de la jerga y la ideología 'woke'.
La película está puesta al servicio de un objetivo: el Oscar. No a la mejor película de habla no inglesa. No. A la mejor película. Para ello, además de Moore y Swinton, John Turturro. Y lo más esencial de la ideología woke en sucesivos discursos impostados: crítica de la doble moral de la Iglesia; queja dolida sobre un mundo en el que el contacto físico está mal visto; identidad de género, claro, pero suave, sin guarrerías. Y mucha sororidad. Pero, ante todo, defensa del suicidio de un Occidente atormentado por la culpa: apología de la eutanasia y criminalización de la reproducción para salvar el planeta.