El partido que pudo haber sido (de jugarse un domingo a las cinco)
Fue la mejor forma de acabar el fin de semana. Los niños, al salir de Zorrilla, lucían con orgullo sus colores. Y no fue para menos porque el partido bien lo mereció. El Real Valladolid, frente a un rival directo por eludir el descenso, uno de esos choques marcados en rojo, había derrotado con autoridad al Celta de Vigo con tres goles del pichichi Javi Guerra. El lunes, en el recreo, muchos de esos pequeños que vivieron en las gradas la emoción del fútbol interpretarían una y otra vez el cabezazo del ‘9’ blanquivioleta, los centros de Ebert y Peña o las paradas de Mariño. Las rodillas rasgadas y los pantalones rotos hablarían de lo que fue un partido inolvidable para esas futuras estrellas.
Pero no solo los más pequeños se ilusionaron con la victoria. El equilibrio aportado por Álvaro Rubio en el centro del campo y la reaparición de Óscar, sin duda el ídolo de la afición, monopolizarían las tertulias mañaneras en los corrillos del trabajo. Que si Marc Valiente es básico en el Valladolid, que Rossi es o no el mejor acompañante en la medular… todas y cada una de las acciones del partido serían comentadas, así como las anécdotas en una grada que presentó una excelente entrada.
Además entre la hostelería local también hubo motivos para la satisfacción en la mañana del lunes. Los aficionados del Celta de Vigo no fallaron a la cita y desde el sábado muchos de ellos comieron, bebieron y pernoctaron en los establecimientos de la capital Vallisoletana, afinando sus gargantas y dando color a un partido que para ellos era igual de importante que para los locales. Se trataba del desplazamiento más cercano de los vigueses en Primera División y la hinchada celeste no dudó en volcarse con su equipo y llenar de ilusión la grada del José Zorrilla, con el impulso económico que ello supone para la actividad local. Al término del partido, y a pesar de la derrota, la experiencia había merecido la pena para los grupos de amigos y las familias gallegas que decidieron viajar a la capital del Pisuerga.
Pero claro, esto es lo que hubiera pasado si el partido se hubiese jugado un domingo a las cinco. En cambio, gracias al horario fijado entre la LFP y la televisión, nada de esto tuvo lugar. El negocio de la pequeña pantalla se interpuso entre los aficionados a un deporte “rey” que hace tiempo perdió su vitola de evento social para convertirse en un frío negocio, al menos tanto como la invernal noche pucelana, por muy encima de los intereses de los socios y simpatizantes. Menos de 7000 almas (de un total de 26.512 butacas), congeladas sobre las 23:45 horas de un lunes 16 de diciembre, cuando el partido llegaba a su fin entre la niebla, acudieron ayer a un templo blanquivioleta que, incluso con los tres puntos, pocas ganas tenía de celebración.
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