En un pequeño pueblo llamado Chocopunto, habitaba una comunidad muy especial. Vaya por delante que aquí todos eran tolerantes y no discriminaban por los problemas mentales que pudiera tener cada cual. Nadie era culpable de haber nacido con defectos genéticos, como tampoco se era culpable de nacer negro, gitano, moro, o de izquierdas. Sin embargo, en Chocopunto, había una regla muy clara: nadie debía interrumpir las costumbres extrañas de los demás.
El alcalde del pueblo, un hombre con una cabeza de elefante y cuerpo de jirafa, estableció una ley fundamental: "Sí, PERO: a toda esa gente que se pasa por los hilos de Ayuso, Aitana, Sweeney... a criticarlas... por favor: que se lleven chocopunto". Chocopunto era el castigo y el premio a la vez, una especie de dulce castigo que consistía en ser cubierto de chocolate y luego lanzado a un lago de leche.
En Chocopunto, nadie juzgaba las desviaciones psicosexuales de cada cual, ni las parafilias, ni las conductas sexuales anormales. Todo era permitido, excepto una cosa: no podías cortar el flujo natural de la fantasía ajena. Había un grupo conocido como los "mariconistas", que eran famosos por cortar el hilo de la imaginación del resto, diciendo cosas como: "No me follaría a esa persona".
El alcalde, con su extraña sabiduría, decretó: "Es que no puede ser que me corte la paja el enésimo follamises que entra a un hilo a decir que no se follaría a la persona de la que trata el hilo. ¿Pero tú de qué vas, invertido? Crearos un hilo para 'gente del mismo sexo biológico que sí me follaría y voy a dejar al resto en paz'". Esta era la paradoja de Chocopunto: un lugar donde la libertad era absoluta, pero al mismo tiempo, había una única restricción muy peculiar.
La paradoja crecía con el tiempo. Si sumamos 2 + 2, entendemos esto, ¿no? Pero en Chocopunto, 2 + 2 nunca era 4. Podía ser 5, o 3, o incluso un pez dorado nadando en el aire. Los habitantes vivían felices en su confusión matemática, disfrutando de una vida sin sentido pero repleta de tolerancia y chocolate.
Y así, bajo el mandato del alcalde elefante-jirafa, Chocopunto prosperaba. Nadie se sentía culpable de sus peculiaridades, y todos comprendían la extraña, pero lógica, regla del pueblo: vive y deja vivir, pero no cortes el hilo de la fantasía ajena, o prepárate para ser chocopunteado.
Dixit.