-Tengo que irme o perderé el bus, como de costumbre – comenta repentinamente el chico blanco, delgado y barbudo. Interrumpe con estas palabras el proceso de descomposición del chico negro de mirada saturnina y este lleva sus manos a su cara sin decir palabra alguna.
Intenta esclarecer su expresión, presiona sus frías manos contra ella, cierra los ojos apretando los parpados con fuerza, hunde la punta de sus dedos en las cuencas de sus ojos. Siente como las manos emiten una energía caliente que no es suya y esta des inunda sus pupilas y limpia sus parpados. Descubre su cara y dirige su mirada agotada al chico blanco, delgado y barbudo que observa sentado en el banco, la oscuridad. La oscuridad entre los árboles del parque en que se encuentran es como pintada, liquida. El chico delgado de barba abundante torna su cara con naturalidad y con poco interés pregunta al otro si se encuentra bien. Asiente trémulo y aparta la mirada hacia el suelo, notando que no puede hablar. Su boca es una fosa y sus palabras danzan humeantes, sin dueño.
- Tu también estás lo suficiente colocado como para necesitar volver a casa – explica el chico blanco delgado y barbudo mostrando la colilla prensada en los dedos índice y pulgar de la mano derecha – además, ya no queda nada fumable, el último calo sabía a cartón.
Se levanta del banco con un pequeño salto y al caer en pie embute la bolsa de tabaco y marihuana en el bolsillo izquierdo de su pantalón entonces empieza a caminar hacia la calle peatonal sin avisar o despedirse. El chico de mirada saturnina le alcanza para iniciar un camino a su lado, sin dejar de seguir sus pasos. Caminan en silencio saliendo de la húmeda penumbra del parque, se incorporan a la calle, uno al lado del otro, entre gente de todas las culturas, gente con prisa, la mayoría. Caminan en silencio entre voces y olores, entre la más pura esencia de un barrio que ni es adinerado, ni es marginal.
Caminan en el húmedo silencio de las penumbras que ambos tienen dentro hasta llegar a una esquina en donde se detiene el chico de mirada saturnina y dice ‘’Hasta mañana Weedon, gracias por la fumada’’ con palabras débiles. Weedon tiende su mano y responde ‘’cuídate’’. Estrechan manos temblorosamente, como si estuviesen en medio de un terremoto perezoso. Weedon gira sobre sus pies y sigue su camino calle abajo mientras el chico de mirada saturnina observa detenido como la espalda de aquel nuevo amigo se pierde en la esquina. Desaparece, engullida por cemento, en un tempo calmado e identificable.
Estancado en su camino no puede hacer otra cosa que mirar en la dirección en que la espalda se marchó, contagiado de aquella radiación tranquila que esta emitía, ahora la echa en falta, y vuelven a inundarse sus pupilas y vuelve a derretirse su piel. La imagen de un coño intergaláctico invade su cabeza. Permanece inmóvil, entre pequeños espasmos durante un veinte segundos hasta que consigue arrancar las piernas del suelo, dar media vuelta y entonar un camino de ritmo bipolar hacia su casa.
Weedon espera el bus mientras escribe en una libreta preguntas sueltas:
‘’ ¿Es posible purificar sin perder las ideas? – Calvicie de ideas - ¿es posible avanzar sin influencias?’’
‘’ ¿Vale más el arte qué la naturaleza?’’
‘’ Tengo las pupilas dilatadas, ¿veo con más claridad?’’
Entre frase y frase pasan minutos llenos de chorros pasajeros de palabras, algunos se cruzan y se repelen mutuamente en todas direcciones, otros convergen o se evitan, pero todos enseguida desaparecen del corto trecho iluminado. Los chorros que regresan a la luz lo hacen más débiles y habiendo perdido varias palabras, como si hubiesen sobrevivido a un océano de garabatos afilados. Al alcanzar la iluminación y detenerse en ella, se desmoronan sin más.
Una farola cercana se enciende repentinamente y acto seguido Weedon cierra la libreta negra iluminada con la blanca luz de la farola, recorre el entorno alrededor de la parada de bus con las pupilas sin fijarse en nada… nadie había en quien fijarse. Saca de su bolsillo la bolsa con tabaco y marihuana. Al abrirla, estalla un olor acido que había tomado fuerza al estar contenido. El olor penetra en la nariz con tanta fuerza que en su cara se marca una expresión de dolor, no obstante, esa esencia excita cada neurona de su cabeza y una sonrisa leve se suma a la inclinación de las cejas. Coloca en el centro de su mano izquierda la mezcla verde y marrón dándole forma rectangular, se esmera en la forma, barre con dos dedos la palma de su mano concentrado en que no quede ni un pelo de cogollo fuera del ataúd que crea para si.
‘’En este ataúd depositaré todas las memorias que he expulsado de mi ego hacía la oscuridad a lo largo de mi vida. Entraré en esa oscuridad y depositaré todo en orden y sellado. Crearé un cementerio. Así quizás algún día podré volver y encender una farola. Seguirán siendo memorias rechazadas, pero estarán guardadas, protegidas. Y luego con esa farola, ganaré terreno, estoy seguro. ’’
Cubre el rectángulo con un papel de fumar y este lo cubre a su vez con su mano derecha, da la vuelta a las manos invirtiendo así el orden, levanta la mano izquierda, la coloca abierta en vertical encima de la derecha y acariciando con el pulgar de esta despega el polvo peludo que ha quedado en el centro de la mano. Llueve polvo vivo sobre el papel, reuniéndose con el resto de contenido. Enrolla el papel con las yemas y las uñas y lo lame para después sellarlo.
‘’Antes yo creía en mí’’ piensa Weedon con el porro en los labios ‘’mi existencia era plena e indudable y los momentos poseían olor a eternidad. Un día de entonces, vale más que todo lo que me queda de vida. Es cierto que es interesante el aprender y crecer, pero por más que aprenda y crezca, jamás podré alcanzar esa despreocupación equilibrada. Además, no creo que haya que confiar en la cantidad de información, algo me dice que el almacenamiento es un obstáculo.‘’ Enciende el porro y absorbe la primera humarada que se abalanza vertiginosa hasta lo más profundo de su ser. Agita la cabeza y sin liberar el humo, vuelve a fumar. Un mareo interior empieza a crecer, aunque se encuentra sentado en un férreo banco, las raíces de su equilibrio menguan. Sigue fumando y el mareo va ganando terreno hasta que llega el silencioso bus avisando con sus potentes luces, justo en los últimos milímetros consumibles del porro.
Se levanta inestable sobre sus delgadas piernas y entona un caminar dudoso hacia el bus mientras remueve el contenido en los bolsillos de la chaqueta localizando las monedas necesarias para trasladarse. Paga, agradece el servicio y recorre el pasillo del bus hasta el penúltimo asiento del costado izquierdo. Sentado cómodamente dentro del bus, cierra los ojos y la actividad dentro de su cabeza se acelera y se encienden luces en las sendas. Introduce la mano en el bolsillo izquierdo de su chaqueta y saca de él una bolsa con macarrones a la bolognesa. Muerde la bolsa y la agujerea arrancando un trozo con los dientes. Chupa con la boca por abajo y aprieta con las manos por arriba. De repente empieza a sonar dubstep mezclado con reggaetón en su mente. Se levanta y se dirige al centro del autobús, donde se pone a bailar obscenamente mientras se caga encima. El conductor detiene el bus y se levanta con dos escopetas y le revienta todo lo que viene a ser el cuerpo a base de cartuchazos. En su cabeza ya no suena dubstep mezclado con reggaetón, ahora suena skrillex mezclado con don omar.