Las sombras.
No me gusta mirar las sombras. A veces lo veo, se esconde ahí.
Las enfermeras vienen, van y vuelven muy rápido, pero eso a mí no me importa. A mí ya nada me importa, porque la sombra me mira.
Ya no puedo dormir. Hace tiempo, mucho, ya no recuerdo desde cuando estoy aquí. Pero desde antes de eso ya no podía dormir. No puedo. Pestañeo con miedo, porque por un instante sé que la sombra me mira.
Ya me han quitado la mesa, por fin. Tenía una sombra grande y ancha, era muy peligrosa. Ahora sólo quedo yo, y mi sombra, pero aún así, me mira.
Ya no hablo. No me gusta hablar. La gente va muy rápido y dice muchas cosas. Ya no me importa lo que dicen. Tampoco me importa la gente. A veces pienso si no sería mejor morir. Pienso constantemente en el suicidio, pero mi mayor temor es fallar y acabar en otra habitación llena de sombras.
No me gusta el doctor. Se acerca con palabras de cariño. A él tampoco lo escucho. De hecho, creo que aunque me esforzara tampoco podría. Ya no escucho, ni veo, ni siento. Por lo menos, no como antes.
Sé que puedo pensar. Bueno. Por lo menos puedo pensar en lo que me importa. Me esfuerzo por mantenerme perpendicular a las fuentes de luz, para minimizar la sombra. Gracias a dios ya no apagan la luz. Cuando lo hacían podía verla, a la sombra, podía tocarla e incluso olerla.
Sé que le divierte volverme loca. En cierto modo, ya me ha vencido. Ya no puedo concentrarme en las cosas. Ya no puedo pensar, no puedo ser una persona. Hace muchos años, pensaba que lo peor del mundo sería morir, o sufrir. Pero estaba equivocada, esto es mucho peor. Me ha arrebatado mi humanidad. Ya no soy nada.
Sólo soy una sombra que teme a su sombra.